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jueves, 21 de febrero de 2013


Los “Martinillos”…

¿Verdad o mentira?

Colaboración de Tomás Lendínez García

Capítulo I

En 1999 publiqué “Villargordo, mi pueblo”, un libro de temática villargordeña y en él relato, entre otras muchas, la leyenda popular que hoy desempolvo para ustedes.

En las largas y calurosas noches de verano, antes de hacer su aparición la radio o la televisión, los vecinos salían a la calle para tomar el fresco. Cada persona sacaba una silla a la puerta de la casa; formaban corros en medio de la calle porque no temían ser atropellados por los vehículos de entonces, los carros o las galeras; comenzaban las tertulias y así permanecían hasta altas horas de la noche. En ellas también estaban los niños y los ancianos. Las temáticas solían girar sobre adivinanzas, refranes, relatos, cuentos y leyendas.
Unas temáticas eran verdaderas. Como  ejemplos de éstas tenemos el relato de aquel abuelo que estuvo sirviendo al rey en las lejanas tierras de África o aquel otro en el que se vio metido el cura de Villargordo cuando lo robaron. En esta acción delictiva, para conseguir su objetivo, ataron al ama de llaves a los barrotes de la cama y a él, sentándolo junto al fuego, le pusieron monedas candentes sobre su espalda. Después de un tiempo con esa tortura el cura no tuvo más remedio que mostrarles el escondite.
Otras eran de mentirijilla y este grupo quedan encuadradas las leyendas más populares: “El Tesoro del Moro”, “Los tíos mantequeros”,La bicha Gaspara” o “Los Martinillos”.
Los niños presentes solicitaban con más frecuencia la de “Los Martinillos” auque el relato les ponía los pelos de punta por el espanto que le ocasionaba el tema.
Un día, sin saber de dónde ni cómo, apareció por Villargordo una vieja y apergaminada gitana que dijo llamarse Martina. Además de pedir limosna a los vecinos, de vez en cuando, visitaba las cortijadas próximas y hacía lo mismo. Todos sabían que practicaba la hechicería, quiromancia y otras extrañas y prohibidas artes.
Los chiquillos que eran revoltosos, traviesos y juguetones cuando la veían aparecer por cualquiera de las calles del pueblo la perseguían con saña y le hacían toda clase de burlas para divertirse con ella.
Un día, la vieja gitana harta y cansada de aguantar sus crueles y pesadas bromas decidió acabar con la situación. Impulsada por el resentimiento hacia ellos recurrió a sus dotes y artes para el encantamiento y convirtió a todos los chiquillos del pueblo en revoltosos enanitos.
Una vez que ejecuto su venganza desapareció de Villargordo y nunca más se supo de ella. Desde ese momento el pueblo comenzó a llamar a los niños transformados en enanos “Martinillos” y se lo pusieron en honor de su autora, Martina.
Una vez transformados se convirtieron en seres malévolos y revoltosos, ya no vivían con sus familias y se instalaban, según el decir popular y de manera preferente: En las casas deshabitadas del pueblo, en los rincones ocultos e inaccesibles de las cámaras de las casas, en las cuadras, en los pajares y en los viejos molinos de aceite que ya estaban abandonados.
Por la noche se daban cita en las calles Campanas y Tercia, en ésta última, antiguamente había un caserón en el que la parroquia cobraba los “diezmos” y “primicias” de las cosechas al pueblo. En estas reuniones acordaban las jugarretas que harían y a quienes se las aplicarían.
Cuentan que estas acciones traían de cabeza a los campesinos porque les mezclaban el trigo con la cebada, las habas con los garbanzos… Les escondían los aperos y los utensilios de labranza, cambiándolos de sitio. Despertaban a los niños en pleno sueño haciéndoles cosquillas con plumas de ave. Cambiaban al reloj la hora y llegaban tarde a su trabajo los hombres. Cambiaban en las cocinas el azúcar por la sal o viceversa y estropeaban las comidas. El relato de sus actos sería interminable.
Una familia, cansada de soportar sus muchas y pesadas bromas, decidió que lo mejor era cambiarse de casa. Se mudaron y, cuando ya estaban instaladas en su nuevo domicilio, advirtieron que se habían dejado las trévedes en la anterior casa. Al ir a por ellas observaron, llenos de asombro, como se las traían a hombros los “Martinillos” y, mientras lo hacían, se lo pasaban fenomenal con su algarabía. Cuando llegaron hasta ellos les dijeron:
- ¡¡¡Ya las llevamos nosotros!!!
Entonces se dieron cuenta de que los “Martinillos” estaban dispuestos a seguir viviendo con ellos en la nueva casa, que iban a continuar con sus trastadas y que todo el esfuerzo realizado para aislarse de ellos había sido inútil porque continuarían con sus diabluras.
Este cuento o leyenda ha viajado mucho hasta nuestros días y ha pasando de unos a otros, de generación en generación, por tradición oral. Como tal se ha despojado de los grises y pesados ropajes del rigor histórico y lo ha hecho así para lucir galas multicolores y etéreas con las que el pueblo sencillo y llano suele vestir y adornar sus ritos, tradiciones, cuentos y leyendas.

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