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miércoles, 27 de marzo de 2013


SÁBANA SANTA
DE
TURÍN

Colaboración de Santiago López Pérez


“Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado por los hombres,
como un hombre de dolores acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se oculta el rostro,
despreciado y desestimado
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado;
pero Él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.” (Isaías, 53, 3-5)

Estas palabras del profeta sonaban una y otra vez en mi mente según iba avanzando en el itinerario de la exposición que hace unos años se organizó en Sevilla  a raíz de la elaboración de la imagen que el escultor y profesor universitario sevillano Juan Manuel Miñarro había hecho para la “Hermandad de los Estudiantes”, de Córdoba. Se trata de la talla de un crucificado elaborada a partir de todos los datos revelados por la “Sábana Santa” de Turín, a cuyo estudio Miñarro ha dedicado los doce últimos años, volcándose especialmente en el análisis del rostro y del cuerpo del hombre, utilizando para ello técnicas forenses y antropomórficas.
Este lienzo, también conocido con el nombre de Síndone, fue calificado por Juan Pablo II como “el quinto Evangelio” por la gran cantidad de datos que nos aclara y que los Evangelios no dicen; pero, sobre todo, porque nos da la fotografía de Cristo.
Según cuenta la Escritura, al llegar al sepulcro, los discípulos del Nazareno sólo encontraron en la tumba el lienzo en el que había sido envuelto el cadáver de Jesús. Este lienzo fue custodiado por San Pedro y por los primeros cristianos que lo veneraban como la reliquia con la que se había amortajado el cuerpo de su Maestro.
Con  el paso del tiempo, desde Jerusalén, esta tela fue llevada hasta Odessa, en Turquía, cuyo rey, gravemente enfermo, sanó repentinamente al contacto con el paño, lo que provocó su conversión al cristianismo y con él, todo su pueblo. De Odessa, fue trasladada hasta Constantinopla, en donde permaneció hasta que, antes de que esta ciudad fuera saqueada por los musulmanes, un jefe de la IV Cruzada, Otto de la Roche, en 1204, se apoderó de ella y se la trajo a Occidente, concretamente a Besançon (Francia).
El lienzo permaneció en manos de los herederos De la Roche, generación tras generación, hasta 1453, año en que es dado en herencia al duque Ludovico I de Saboya. Los duques de Saboya encargaron una urna de plata para guardar esta reliquia y construyeron una capilla especial para su veneración en Chambery, capital de Saboya. Pero, en la noche del 3 al 4 de diciembre de 1532, se produjo un incendio que destruyó buena parte de la capilla, aunque el lienzo, al conservarse dentro de la urna de plata, pudo salvarse del desastre. No obstante, sí quedó deteriorada, pues algunas gotas de plata derretida habían quemado las esquinas de los dobleces del Sagrado lienzo. Estas quemaduras provocaron unos huecos de forma triangular que fueron remendados por unas monjas de clausura, quienes lo repararon arrodilladas como gesto de veneración. Afortunadamente, lo quemado no afecta a la figura del crucificado que aparece impresa.
La “Sábana Santa”, todavía en propiedad de la casa de Saboya, será expuesta a la devoción popular en 1898, para celebrar la boda del futuro rey  Víctor Manuel III, y el abogado Segundo Pía la fotografiará por primera vez en la historia en la tarde del 28 de mayo, encontrándose con la sorpresa posterior de que el negativo de la fotografía que obtuvo era realmente un positivo, de lo que se deduce que la Síndone es por lo tanto un negativo.
En este sagrado lienzo nos encontramos, por una parte, con restos orgánicos (sangre, suero, orinas, salivas, etc.) y, por otro lado, con la imagen de la figura de un cadáver producida por un muy leve chamuscado en la tela.
Cuando la NASA estudia el lienzo, explica que este chamuscado se produjo en milésimas de segundo pues sólo afectó a la parte del hilo de la Sábana que estaba en contacto con el cuerpo, quedando el resto del grosor del hilo ajeno a tal efecto. No existe, según estos científicos, ninguna explicación técnica que pueda aclarar a la luz de la ciencia lo que sucedió en el interior de la “Sábana Santa”. Sólo se afirma que se produjo una descarga de energía, una radiación instantánea, de unas milésimas de segundo, que provocaron la impresión de la imagen del “cadáver” envuelto en ella. Es justo en este momento cuando los creyentes, y también los que se han convertido tras el estudio de este lienzo, consideran que se produjo la Resurrección de Cristo. 
¿Cómo fue ajusticiado el hombre de la Sábana Santa?
Conviene aclarar que el modo de crucifixión romana consistía en fijar al ajusticiado al madero de la cruz y dejarlo así hasta que muriera por asfixia, debido a que el cuerpo suspendido por los brazos llega a ejercer una presión tal que bloquea el tórax, por la tensión del diafragma, impidiendo la respiración. De ahí que se les llegara a romper los huesos de las rodillas con unos mazos, para impedir que el condenado se pudiera apoyar y tomar aliento.
Sin embargo, el crucificado de la “Sábana Santa” no sigue el modelo al uso de crucifixión romana.
En primer lugar, este condenado ha sufrido una brutal paliza, una tremenda flagelación que, según la direccionalidad de los latigazos, ha sido aplicada por dos verdugos situados a ambos lados del reo. El doctor Bucklin ha descubierto 120 huellas de la flagelación, lo que nos lleva a considerar que pudo ser azotado al modo romano: sin límite de golpes; o bien, al modo judío: no se podía pasar de cuarenta golpes, pero que cada látigo tuviera tres correas.
El modelo de látigo más popular, y también el más temido por el daño que hacía, era el conocido como “escorpión”. Estos látigos eran de cuero, con bolitas de plomo o hueso en sus extremos, que se clavaban en la carne y la desgarraban con cada azote. Según cuenta el historiador romano Flavio Josefo con estos látigos, a veces, dejaban al descubierto las entrañas y por ello algunos morían en el lugar del suplicio y otros quedaban lisiados para toda la vida.
Otra peculiaridad que diferencia a este crucificado es el hecho de que fuera coronado de espinas. No conocemos en la historia a nadie que se le pusiera una corona de espinas antes de ejecutarlo. La corona del condenado de la Síndone fue tejida con ramas de “ziziphus vulgaris”, un espino de espinas duras y afiladas que se solía usar para encender el fuego. La corona no tenía forma anillada, como siempre se ha representado en la iconografía, sino que tendría forma de casco, como una especie de mitra. En la cabeza se han contado treinta y dos heridas provocadas por las espinas, que perforaron vasos sanguíneos importantes. Durante la crucifixión, al empinarse y desplomarse para respirar, tuvo que darse repetidos golpes en la cabeza con la cruz, y clavarse profundamente en la nuca las espinas de la corona. En la “Sábana Santa” hay tremendos surcos de sangre en la nuca.


Los surcos de sangre de la frente coinciden con venas 
y arterias importantes, como ha demostrado el doctor Sebastián Rodante al superponer una diapositiva de la cara de la Sábana y otra de las arterias y venas de la frente. Esta abundancia de surcos de sangre nos da una idea de las hemorragias y de los dolores terribles.


Es muy posible, también, que Cristo no cargara con la cruz entera camino del Calvario, sino solamente con el madero horizontal, al que le habrían atado los brazos. Por eso, al caer no pudo poner las manos y dio con el rostro en el suelo, pues su cabeza quedaba aplastada por el madero. En la huella de la cara de la “Sábana Santa” hay tierra. También se han llevado a cabo estudios con luz ultravioleta que han permitido conocer que los omóplatos presentan erosiones situadas en la zona donde el madero atado a los brazos presionaba la espalda y la erosionaba.
Una vez crucificado, Cristo se empinaba para poder respirar, apoyándose para ello en el clavo de los pies; pero, al no poder resistir el dolor, se desplomaba y caía. Este movimiento provocaba la rotación de la mano que giraba sobre el clavo del carpo, destrozando el nervio mediano y produciendo un dolor insufrible. Afirma el doctor Barbet que entonces “la naturaleza se inhibe, sobreviene un síncope y se muere de dolor”. Pero, además, en estos movimientos por respirar, la espalda llagada por la flagelación se rozaba con el madero vertical, incrementando el sufrimiento.
Conviene aclarar a estas alturas que los clavos no fueron clavados en las palmas de las manos, como se ha venido representando artísticamente durante siglos, sino que fueron puestos en el carpo (la muñeca), en el espacio de Destot, donde no se rompía ningún hueso y permitía que el cuerpo quedara sólidamente fijado al madero. Estos clavos, por otra parte, al taladrar la muñeca provocaban la rotura del nervio mediano y hacían que el dedo pulgar se doblara sobre la palma de la mano. 
Para los pies, utilizaron un solo clavo que entró por el segundo espacio metatarsiano, después de haber montado el pie izquierdo sobre el derecho para clavarlos unidos.
El rostro del crucificado está también muy deformado debido a los golpes que recibió la noche de su pasión. Doctores especialistas en Medicina Forense consideran que la deformación y herida de la nariz y del pómulo se deben a un golpe recibido en esa zona y asestado por un agresor desde el lado derecho del reo. En el
Evangelio de San Juan se dice que en casa de Anás uno de los esbirros dio a Jesús un golpe en el rostro.
Un rostro apacible, sereno, fuerte y humilde y resignado, a pesar de tanto sufrimiento y agonía.
Estudios llevados a cabo por médicos de la Universidad de Milán aseguran que la herida del costado del cadáver de la Sábana fue realizada tras la muerte del mismo, pues su modo de coagular la sangre es distinto al de las demás heridas que aparecen en el lienzo. Ésta del costado tiene unas dimensiones similares a las de una punta de lanza romana, atravesó el quinto espacio intercostal y penetró por el pulmón derecho, recorriendo diez centímetros hasta alcanzar la aurícula derecha del corazón, que suele contener sangre líquida en los cadáveres recientes. El agua que también brotó de la herida puede ser debida a una inflamación de la pleura o del pericardio por los traumatismos recibidos. 
“Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó incluso a la muerte y una muerte de cruz.”  (San Pablo) 
Llegados a este punto, y antes de terminar, conviene aclarar que la “Sábana Santa” no es motivo de fe, pero eso no quiere decir que no sea verdad. No es verdad revelada, pero sí es un documento histórico auténtico.
La prueba del Carbono 14 que se aplicó a finales de los ’80 resultó ser una farsa y ya se pidieron disculpas por el intento de daño cometido.
La “Academia de Ciencias” de París, muchos de cuyos miembros no eran creyentes, realizó un estudio minucioso, a petición del Papa, y llegó a la conclusión de que “el lienzo que hoy se conserva en Turín es el mismo que cubrió el cadáver de Jesús de Nazaret”, y también: “Es Cristo mismo quien se imprimió en esta Sábana funeraria”. El doctor Pierre Barbet, profesor de Anatomía y prestigioso cardiólogo de Paris asegura: “Para quien sabe interpretarla y gusta reflexionar es la más hermosa y emocionante de las meditaciones de la Pasión.”

Este lienzo es de la época de Cristo, pues su tejido presenta una trama que dejó de realizarse después del  siglo I. Dicha trama corresponde a la zona de Jerusalén, como se ha podido comprobar en otros restos arqueológicos de la misma época y zona. Hay que aclarar que el lino conservado en ambiente seco puede durar incluso miles de años (hay vestigios suizos de hace casi cinco mil años que lo atestiguan).
Algunos han llegado a decir que la imagen es una pintura. Es  rotundamente falso, pues la imagen es un negativo y es imposible que un medieval, como se ha afirmado, pintara en negativo, simplemente porque no sabía lo que es esto. Esta técnica del negativo se puede aplicar actualmente gracias a la invención de la fotografía, pero sería absurdo creer que se podría practicar en la Edad Media.
El lienzo se encuentra también impregnado de pólenes de plantas autóctonas de los lugares por los que ha ido pasando a lo largo de los siglos hasta llegar a Turín (Italia). Los más antiguos, como demostró el investigador y criminólogo Max Frei, corresponden a la zona de Jerusalén y algunos de estos granos de polen también se han encontrado en excavaciones arqueológicas del siglo I y pertenecen a plantas de este lugar que en la actualidad se encuentran extinguidas.
En Oviedo se conseva un sudario que debió cubrir la parte de la Sábana que tapaba el rostro, pues ambos paños presentan similares manchas de sangre y suero correspondientes a las mismas zonas de la cara del fallecido. Te animo a que te intereses y busques información sobre el “pañolón de Oviedo”.
No se conoce en la Historia ningún ajusticiado que muriera tal como lo hizo el de la “Sábana Santa”. Sólo el que aparece en los Evangelios coincide plenamente con el condenado de este sagrado lienzo. Esa sí es una certeza, una verdad incuestionable.
Después de haber conocido un poco mejor lo que Cristo llegó a padecer por nosotros, tal vez sea el momento de preguntarnos con San Ignacio de Loyola:

“Viendo lo que Cristo ha hecho por mí, ¿qué voy yo a hacer en adelante por Cristo?”
 

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