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miércoles, 17 de abril de 2013


VIAJANDO

CON

DON RECUERDO

Colaboración de Paco Pérez

Capítulo III

 EL JUICIO DE “LOS MARRANOS”

Una noche, teniendo como escenario también el famoso cuartillo del “Bar Gafas”, hubo otra partida que acabó, esta vez sí, con un pelado que se hizo más famoso que ningún otro y la notoriedad alcanzada no se debió al pelado y sí a las consecuencias que, a posteriori, se derivaron de él. En una de esas partidas participó un hermano del señor “Gafas” y el pelado fue de tal intensidad que salió por la puerta con los bolsillos arrodeados y algo peor, firmó unos documentos en los que reconocía que perdía los marranos que tenía en casa. Normalmente los pelados no tenían más trascendencia que el disgusto familiar que se originaba cuando al día siguiente la esposa no podía comprar los alimentos que necesitaba la familia, esto demuestra que la ludopatía siempre ha existido y que lo único que ha cambiado con los años es el nombre. Antes se llamaba a estos hombres “viciosos” y ahora se les adecenta el rótulo maquillándolo con el honorable título de “ludópatas”, se les considera como enfermos, se fundan asociaciones para ayudarles y se les recupera con terapias. Antiguamente la ludopatía se curaba con la ausencia de dinero y hoy es más complicado por el nivel económico porque a cualquier hora hay máquinas en los bares o establecimientos dispuestos a pelar al que entre por la puerta.
La historia de este ludópata y del pelado que recibió me la contó uno de sus protagonistas, Tomás Castellano “Calderas”. Unos días después el barbero se personó en la casería donde trabajaba de casero el señor pelado, junto a su familia, para llevarse los marranos y entonces se originó un lío de mil pares de narices cuando la esposa e hijos descubrieron el pastel. La situación ya hubiera sido complicada para el pelado con esta escena pero como era empleado y no propietario pues unos días después la noticia se extendió por el pueblo y llegó hasta los oídos de D. Tomás Domper Sesé, propietario de la finca y empleador del señor pelado.
Cuando el señor médico, que era muy interesado, comprendió que había perdido los marranos no se lo pensó dos veces y, de inmediato, se encaminó al cuartel de la Benemérita para presentar la denuncia pertinente ante la autoridad después de presionar al pelado para que le diera los nombres de quienes estuvieron en el “cuartillo” aquella noche, por eso hizo constar en ella los nombres de todos los jugadores que estuvieron aquella noche en la partida con él, en las otras partidas o de mirones.
 
Después del revuelo, cuando todos creían que aquello había quedado en nada recibieron una citación del señor juez de Baeza, por ella tendrían que viajar a esa población para declarar como testigos en el juicio que resolvería el litigio del médico con el casero pelado.
Fueron citados a ese juzgado porque en aquellos años Villargordo pertenecía al “Partido Judicial de Baeza” y por ello fueron. Como eran muchos los implicados pues alquilaron la “viajera”, hoy le llamamos autobús, de Benigno Agudo López para realizar el viaje.
En cualquier época visitar un juzgado impone pero en aquellos tiempos estos hechos acojonaban a la gente porque la ignorancia les hacía temer lo peor y en estas condiciones de temor fueron entrando los convocados, según me contó Tomás.
Los testigos esperaban fuera de la sala en ese estado anímico fumando más que un carretero y preguntándose unos a otros  qué estaría pasando allí dentro, de improviso se abre a puerta y un ujier grita desde ella:
- ¿Ha venido el testigo D. Tomás Castellano?
- Sí señor, aquí estoy –le contestó él.
- Pase –le ordenó el ujier.
Una vez dentro y después de las identificaciones pertinentes el señor juez procede a interrogar a Tomás en estos términos:
- Según tengo entendido usted suele visitar en Villargordo el bar que regenta D. José Agudo, popularmente conocido como “Bar Gafas”.
- Sí, sí, sí, sí es verdad señor juez.
- También se me ha comunicado que usted practica allí un juego llamado “chabarrasco”.
- Ni hablar, yo no juego al “chabarrasco”, le han informado mal señor juez.
- Si usted no juega al “chabarrasco”… ¿A qué juega entonces en ese establecimiento si está usted allí todos los días?
- ¡¡¡Señor juez, yo juego allí al ajedrez!!!
Lo bueno de esta historia estaba en presenciar la escena que interpretaba Tomás cuando pronunciaba la frase con la que siempre terminaba este relato:
- En menudo lío me hubiera metido si me hubiera preguntado el juez… ¿Cómo se mueve el caballo?
Nada más acabarla se ponía nervioso y comenzaba a hacer aquellos movimientos suyos con los que intentaba enderezar la pelliza que siempre llevaba colgada en los hombros, nunca metía los brazos en las mangas, fumando de manera acelerada y dándole a la copa de coñac un trinque.
En más de una ocasión comentamos que esa reacción se debía a que se imaginaba pillado en la mentira y que a consecuencia de ello le entraban escalofríos cuando pensaba en las consecuencias que le podían haber caído por ello.
 

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