Colaboración
de
Juan Antonio Martos
El
día 28, como todos los años, el pueblo comienza a congregarse en la
plaza un tiempo antes de que comience el desfile procesional.
A
la hora prevista, los costaleros encaraman la imagen del Cristo
de la Salud
sobre sus hombros, la sacan por la puerta de tronos y abandona el
templo parroquial, después de haber estado en él desde el día 24.
En esos momentos se aúnan el
fervor popular
de los presentes, manifestado en los ojos lagrimosos y en los vítores
que le dedican inspirados en ese sentimiento religioso tradicional
que los ha convocado, la
cohetería
del señor Ramón,
los aplausos
y los
acordes
de las bellas piezas musicales que la
banda
de la Asociación
Musical “Maestro Miguel”
interpreta con su habitual maestría, tras un breve descanso, inicia
el camino de retorno a la ermita. En la procesión la imagen fue
acompañada por el párroco, las autoridades civiles, los
representantes de las cofradías y el pueblo.
Durante
el trayecto la tradición hace acto de presencia y los vecinos se
agolpan en las puertas y esquinas de las calles para verlo pasar,
rezarle sus oraciones y hacerle sus peticiones habituales de salud
para el próximo año.
También se agolpan en los lugares donde se
producen las “levantás”
del trono. La primera se presencia cuando la imagen, en su traslado
por la calle Eras,
pasa
por la hornacina que contiene una imagen pequeña del Cristo
en el lugar conocido como “Esquina
del Cristo”
y la segunda cuando caminando por la calle 14 de abril, en la esquina
de “Blasico”
–aquel señor inolvidable que vendía, a diario, el carbón por las
calles con un carro tirado por un burro y la cara llena de tiznajos,
ocasionados al limpiarse el sudor con las manos. En ese punto está
el desvió para ir al cementerio y ahí también hay otra. En
ambas el público se emociona con la acción y los costaleros mucho
más.
Al
llegar a la ermita se continúa con los pesos y, a la conclusión, se
produce la quema de la colección de fuegos artificiales, esta vez el
señor Ramón
deja
el protagonismo a la empresa especializada en estas prácticas.
Además
del tema religioso estos días nos permiten convivir con personas que
se ausentaron del pueblo por diversas razones y que regresan
puntuales en estas fechas para reencontrarse con sus familiares,
amigos y tradiciones. Son innumerables los encuentros cargados de
recuerdos que tienen lugar durante las procesiones, en “El
Paseo”
y en los restaurantes y bares del pueblo… ¡¡¡Cómo
no van a salir los recuerdos del pasado en ellas!!!
Un
encuentro emotivo de este acto fue ver al señor Blas
“El de los Llanos”, con
sus 82 años cumplidos, en la procesión. Al verlo me vino el
recuerdo de por qué acudía y entonces me afloró esa leyenda urbana
oral por la que aprendí cómo se salvó la imagen del Cristo
de ser destruida durante la Guerra
Civil por
quienes hicieron
esa
acción destructiva con las imágenes del templo parroquial.
Su
padre vivía con la familia en la “Casilla
de los Llanos”,
por su oficio de “guarda
rural”.
Se enteró que la imagen estaba tirada en el corralillo de la ermita
con la cabeza separada del cuerpo, que un vecino la había recogido,
que la tenía guardada en su casa y que estaba asustado. Entonces
vino hasta ese señor, lo liberó de su miedo, le cogió la imagen y
se la llevó para esconderla en la “Casilla”,
ese fue su primer destino salvador. Una vez en ella la familia le
encendía sus luminarias pero, la verdad, se encontraba también muy
asustada.
Más
adelante, el señor Luís
Jiménez “El secretario”
la trasladó a su domicilio, situado en la carretera
de Jaén- hoy
Dr.
Sagaz,
abrió un barranco en el corral para enterrar en él una vieja bañera
de metal y, en su interior, colocó la imagen. Bien protegida de la
humedad la cubrió de nuevo con la tierra y encima del tesoro colocó un
montón de palos para entorpecer su localización. Ahí estuvo
enterrada la imagen hasta que acabo la lamentable contienda bélica que
enfrentó a los españoles.
Si
reflexionamos un poco nos daremos cuenta de que su presencia en la
plaza no era una casualidad, era el fruto del último vestigio de una
realidad de nuestro pueblo y que por ella él acudía a la llamada de
la imagen. Tal vez piense que ese es su dios pero también podría
ser que tal vez el verdadero Dios
fuera esa noche el único que conocía los verdaderos motivos de su
presencia, el recuerdo de lo que hicieron sus padres, dos personas
buenísimas, con la IMAGEN
por amor a Dios.
Este
es mi homenaje personal al recuerdo de esas personas que, a su
manera, arriesgaron su vida por ser cristianos y para que el pueblo
conozca esa parte de nuestra historia local, desconocida para la
mayoría.
Finalmente,
quiero hacer una valoración positiva de la profesionalidad del señor
Ramón
“El cohetero”
y reconocerle el rigor con que ejecuta su trabajo.
Hasta que se
encargó él de este trabajo, en Villargordo
ocurrieron ciertos hechos que no acabaron en desgracia por pura
casualidad o milagro.
Un
año estaba la plaza llena de gente, se celebraba la misa y esperaban
para, a continuación, acompañar a la procesión de la tarde por el
pueblo, todos sabemos que ésta ya no se celebra porque no
había costaleros para este acto,
ahora faltan huecos en los varales. El cohetero llevaba el mazo
debajo de uno de sus brazos, encendió uno sujetado por el mismo
brazo, la lumbre desprendida antes del despegue prendió a los otros,
cuando se percató del peligro los soltó y estos volaron sin
control. Uno de ellos impactó en un carro de bebé, con la suerte de
que unos minutos antes la mamá cogió al niño y entró con él en
la iglesia, solamente se quemó el jersey.
Otro
año el protagonista de un suceso cohetero fue Ramón
“El sereno”, le explosionó uno de los cohetes antes de volar, venía
mal de fábrica, no se usaba entonces tablilla y sólo se quemó la mano.
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