Colaboración de Paco Pérez
Capítulo IX
Es difícil entender el por qué se repiten ciertos
comportamientos humanos algunas veces. Con el paso del tiempo es cuando sí
podemos comprobar que todo tiene una explicación lógica, si somos un poco
observadores, y, sobre todo, si conocemos a los personajes de las historias que
nos ocupan y el entorno donde nacieron.
En una de las celebraciones de “San Sebastián”, Frascuelo y Avelino pasaron a la historia de la juerga porque fueron los protagonistas del cuadro representado. Comentaron los presentes que Avelino, mientras comía chuletas de cordero, sufrió un desmayo por una razón desconocida y los más exagerados decían que no le entraba ni una más y se le paró la digestión.
Todos se mostraron preocupados y Frascuelo, el mayor de los reunidos, se acordó de cómo trataban en las “películas del oeste” a los que se caían inconscientes al suelo. Entonces salió corriendo, volvió con una cuba llena de agua en la mano y se la echó a Avelino encima. Éste reaccionó de inmediato y Frascuelo se sintió el hombre más feliz de la tierra por haber salvado a su gran amigo… ¡¡¡No presumía Frascuelo contando la historia de haber salvado la vida a Avelino, con su acción, en las ligueras!!!
En otra juerga borreguera, además de los de plantilla, también estuvo presente Tomás “Zamorita”. Cuando en este día sólo quedaba ya del borrego la zalea estirada sobre una puerta vieja, los perros estaban entretenidos con los huesos, lo juerguistas tenían sus panzas de globo aerostático bien repletas, los vapores de las bebidas afloraban por los poros y flotaban en el ambiente… En ese preciso momento los bajos de sota empezaron a hacer acto de presencia, los combinados con ginebra y wiski habían puesto ya las lengua sueltas y, por el contrario, las entendederas habían alcanzado ya un alto grado de atascamiento, como consecuencia de tanta ingesta y tan poco ejercicio.
Ya he publicado en otras ocasiones que el “ritual de las ligueras” estaba muy
arraigado en la cultura local y que si husmeáramos en su práctica comprobaríamos
que tenía también, y tiene, una parte mala y sus cosillas positivas. Es verdad
que muchas personas han hecho un mal enfoque de la liguera y la han
convertirlo, a veces, en algo deleznable porque para ellos desembocó en un
drama familiar por la adicción que les originó. Es positivo que hubo y haya personas
amantes de esos momentos de convivencia, practicándola en una línea intachable,
para éstos el ambiente es lo primordial y el beber lo secundario. En un tercer
grupo entrarían aquellos paisanos que consideran la liguera como un martirio insoportable porque, al no ser
bebedores, nunca entendieron su sentido y por ello consideraron que era una
pérdida de tiempo, salud y dinero. Finalmente están los auténticos alpisteros, los que nunca han roto un plato en
público, a esos les importa un comino convivir y reírse junto a otros
villargordeños y, por el contrario, sí les encanta ir a la alacena de casa para
tomar la ración en un acto anónimo e invisible para el gran público.
En este último grupo hay algunos que no soportan
todavía, en los tiempos que vivimos de libertades, el que los vean haciendo
tomiza por la calle cuando están mamaos, deben considerar que es dar una mala
imagen sin necesidad y, por el contrario, no les importa que las venillas de la
nariz y de la cara les delate sus invisibles excesos caseros, derivadas
aquellas de sus diarias prácticas invisibles.
Un
ejemplo claro de esas huellas del rostro lo protagonizó José Losilla durante un viaje que hizo a Barcelona para visitar a
un primo. Una vez allí salieron a dar un paseo por el barrio y decidieron entrar en un mesón cuyo propietario era
amigo del primo.
Después de los saludos y presentaciones de rigor el
pariente tomó un quinto de cerveza y José
una copa de vino. Éste, después de paladearlo, le dijo:
- Este es un buen vino y bastante recio, debe tener
alrededor de 17º.
El primo quedó muy sorprendido con las palabras de José y le preguntó intrigado:
- ¿Cómo sabes tú los grados?
- Yo he hablado de una aproximación y lo digo porque
le noto que, al caer en el estómago, me araña bien.
Cuando volvió el mesonero con las tapas el primo le
preguntó:
- Rafael…
¿Cuántos grados tiene este vino?
- No lo sé, voy a mirar en los papeles para averiguar
si dicen algo.
Cuando regresó les trajo un albarán en el que se
especificaba que esa marca tenía 17º.
Entonces el primo exclamó:
- ¡¡¡Ha acertado mi primo los grados de manera
exacta!!!
Entonces le contestó Rafael:
- Como no iba
a acertar… ¡¡¡No ves que tiene las escrituras en la cara!!!
El ritual de
la liguera se popularizó, hace muchos años, gracias a un ambiente en el que
no había más diversión que tomarse unos vinos en tertulia después de trabajar o
mientras se jugaban una partida de tute o brisca. También era obligatorio
acudir al bar para poder ser contratados por los aperaores de los cortijos, cobrar los jornales trabajados y para
relajarse después de estar una quincena en los cortijos sin visitar el pueblo.
Quienes vivían por razones laborales fuera del
pueblo, caso de Avelino o de Paco “El chato de Mazantín”, venían una vez al año y alternar con los
amigos de antaño durante esos días era casi una obligación y una necesidad
porque cargaban las pilas para un año de ausencia. De estos encuentros se
derivaban, a veces, juergas de más envergadura que tomar unas copas y en las
que los borregos eran los artistas principales junto a las bebidas
tradicionales: vino, cerveza y combinados. Normalmente se celebraban en alguna
casa desocupada o en cortijadas.
La peña de Avelino
frecuentaba mucho “San Sebastián”,
el cortijillo que Juanillo “Luiche” tenía muy bien acondicionado en
el paraje “El Torrejón”. Los que
allí acudían tenían una tijera de primera y eran las mejores cucharas del pueblo,
lo decían ellos, por ello si los hubieran pesado antes y después del jolgorio
estoy seguro de que todos hubieran dado un incremento de peso similar.
Disfrutaban vociferando, unos días después en las juergas, las chuletas que se
había comido Avelino pero la verdad
era que nadie apuntaba los huesos que cada cual soltaba en el suelo y que luego,
cuando se los comían los perros, éstos les echaban en cara a los comilones que
no les dejaban ni una pizca de carne.
Él
se tomaba esta fama con buena filosofía, admitía que era un
buen espada pero negaba lo que decían y, para quitar
importancia a esa intencionada fama adjudicada por algunos, entonces él acusaba a Joselillo
“El de Concha” de comer más que
todos juntos.
Éste, al verse señalado por Avelino, introducía en
el ruedo a un nuevo espada de primera fila, según él, y lo hacía así:
- Avelino
y yo tenemos un buen mete pero no le llegamos a Fernando Bergillos ni a la suela de los zapatos.
En una de las celebraciones de “San Sebastián”, Frascuelo y Avelino pasaron a la historia de la juerga porque fueron los protagonistas del cuadro representado. Comentaron los presentes que Avelino, mientras comía chuletas de cordero, sufrió un desmayo por una razón desconocida y los más exagerados decían que no le entraba ni una más y se le paró la digestión.
Todos se mostraron preocupados y Frascuelo, el mayor de los reunidos, se acordó de cómo trataban en las “películas del oeste” a los que se caían inconscientes al suelo. Entonces salió corriendo, volvió con una cuba llena de agua en la mano y se la echó a Avelino encima. Éste reaccionó de inmediato y Frascuelo se sintió el hombre más feliz de la tierra por haber salvado a su gran amigo… ¡¡¡No presumía Frascuelo contando la historia de haber salvado la vida a Avelino, con su acción, en las ligueras!!!
Esta versión salía con mucha frecuencia y siempre
levantaba unas grandes carcajadas cuando Frascuelo
hacía los gestos de la escena con su manera tan exagerada de contar los hechos.
Hace pocos años, en un mano a mano y sin más testigos
que las copas de vino, me contó Avelino
su versión de los hechos y no se parecía en nada a la divulgada por Frascuelo y los otros. En esas fechas
trabajaba él en la “Cárcel Jaén II”
y la noche anterior estuvo de servicio, había salido del trabajo por la mañana
y, sin dormir, se cambió de ropa y se marchó a “San Sebastián”. Cuando comió y bebió sin control sintió sueño y se
acostó encima de un saco, quedándose dormido en breves segundos. Al verlo Frascuelo acostado lo interpretó mal,
creyó que le había dado algo, se asustó y ya sabéis lo que le hizo.
¿Qué versión
era la más creíble?
Yo me inclino por la de Avelino, era lógica porque no
había dormido y considero que esa era una razón muy aceptable. También
quiero proclamar que supo llevar con gran dignidad y paciencia las bromas que recibió
por aquella escena de sus amigazos.
En otra juerga borreguera, además de los de plantilla, también estuvo presente Tomás “Zamorita”. Cuando en este día sólo quedaba ya del borrego la zalea estirada sobre una puerta vieja, los perros estaban entretenidos con los huesos, lo juerguistas tenían sus panzas de globo aerostático bien repletas, los vapores de las bebidas afloraban por los poros y flotaban en el ambiente… En ese preciso momento los bajos de sota empezaron a hacer acto de presencia, los combinados con ginebra y wiski habían puesto ya las lengua sueltas y, por el contrario, las entendederas habían alcanzado ya un alto grado de atascamiento, como consecuencia de tanta ingesta y tan poco ejercicio.
Avelino, Joselillo y Tomás mantenían una animada y divertida conversación. Éste, muy
amante de los bajos de alto intelecto, les dice a sus interlocutores para
probarlos en un terreno resbaladizo y ocasionarles con ello una buena cascada
de barbaridades:
- ¿Vosotros creéis que cuando palmemos podemos ir a
la gloria después de la vida licenciosa
que hemos llevado desde que tenemos uso de razón?
- ¿Qué dice éste? ¿Qué es eso de vida licenciosa,
otra tontería de las tuya? –interrogó Avelino
a Tomás con cara de pocos amigos por negarle la posibilidad de ir al cielo con
Dios.
– Me refiero a que no hemos ido a misa desde que nos
llevaban los maestros de la mano, que no hemos confesado desde que nos casamos,
que no hemos pensado nada más que en llevarnos por delante a todos los borregos
que movían el rabo, que no nos marchábamos de “Casa Picatoste” hasta que lo dejábamos sin vino y sin aperitivos…
¿No es suficiente vida licenciosa esa?
– Este tío está medio chalado, hoy le ha dado por
llamar a lo que hacemos en las juergas vida… ¿cómo le llamas tú?
- Licenciosa, que no se te olvide más Avelino o tu
condena será mayor.
- ¿Dios nos va a condenar por comer y beber? –preguntó Joselillo.
- ¿Adónde quieres
que vayamos entonces, si no hemos hecho nada malo a nadie? –le preguntó Avelino.
- Yo creo que los tres vamos a ir con San Pedro –afirmó Joselillo.
- Imposible que me acompañéis, yo sí me he
preocupado de hacer cosas buenas por el prójimo pero vosotros no habéis hecho
ni papa.
Por ejemplo: Joselillo
ha matado a todos los borregos de Villargordo y parte de Churriana y cuando iba
con Sebastián “Bellota” a comprar borregos a los cortijos se pasaban los dos toda
la noche anterior visitando de incognito los corrales para hostigar a los
animales, estos corrían asustados, cagaban y meaban un montón, así luego
pesaban menos.
- Yo no fui culpable, era el zorro de “Bellota” quien me lo enseñó –se
justificó Joselillo.
- No tienes cura José, cuando palmes vas con el del rabo –corroboró Avelino dando grandes carcajadas.
- Avelino…
¿Tú de qué te ríes si te has zampado casi todos los borregos que mató Joselillo? –sentenció Tomás.
Avelino se puso
serio y le contestó:
- Anda, ahora dice que ayudó al prójimo y… ¿quién es
ese? –le preguntó Avelino.
- Por ejemplo: José
Antonio “Turbinas” es nuestro
prójimo y hay que ayudarle a coger algodón cuando llegue el momento –propuso Tomás.
- ¡¡¡Será posible, y me habla de haber hecho él cosas
buenas al prójimo!!! Parece que no ha roto nunca un plato, pues vaya ejemplo
que me pones. Anda, valiente, pregúntale al “Turbinas” cómo se siente por aquella paga que le ibas a arreglar y
que luego fue mentira.
- Yo no hice eso –contestó Tomás.
- Ya no te acuerdas de cuando le dijiste que se
vistiera con un abrigo negro, unas gafas de sol negras, el sombrero también negro,
que llevara una gancha y que diera buenas cojetadas al subir las escaleras. Se
te ha olvidado la escandalera que metió el “Turbi” en la puerta de tu despacho para demostrar a la gente que
allí había que estaba muy mal, que el “bedel”
se lo creyó y, para ayudarle, estuvo a punto de llamar a una ambulancia. Menos
mal que saliste al reconocer su voz y lo pasaste al despacho, menudo lío se
hubiera metido si llama a la ambulancia y llevan al “Turbi” a urgencias.
- Eso te lo has inventado tú, yo no hice eso
–respondió Tomás.
- ¿Qué noooo?
¡¡¡Qué malico eres!!!
¡¡¡El día
que palmes vas a ir derecho al infierno y una vez allí, cuando asomes la cabeza
por la puerta, el del rabo te va a soplar un par de paletas de ascuas en el
pecho y te va a hacer sal!!!
Esa expresión es la que buscaba Tomás y una vez conseguida se retorció de risa en la silla.
COMO DESPEDIDA, la más famosa historieta que nos legó el inigualable AVELINO “Paratrenes” o, según Joselillo,
el “B-52”:
Avelino, antes de
pasar a Jaén capital, estuvo destinado en Torres,
el pueblo del juez Garzón.
Un día, muy temprano, el sargento y él formaron
pareja para salir de servicio por el campo. Regresaron al atardecer, venían
molidos de tanto destripar terrones por aquellas escarpadas tierras torreñas.
Una vez en el cuartel se despidieron deseándose un buen descanso.
Al llegar al pabellón su esposa Matilde le preguntó por cómo les había ido el día con el servicio y
él le respondió:
- Bien, pero no sé cuántos kilómetros habremos
recorrido, traigo los pies hinchados y estoy molido. Prepárame un poco agua
caliente con sal para meterlos un rato.
En aquellos días Torres celebraba sus fiestas patronales y cuando Matilde regresó con lo que le había
pedido le dijo:
- Vienes tú como para ir al ferial a bailar.
- ¡¡¡A bailar,
para eso vengo yo. Estoy majao!!! –le respondió.
Estaba con los pies recién metidos en el agua y sonó
el teléfono, su esposa lo cogió y vino con el mensaje:
- Es el sargento y me ha dicho que te vistas otra
vez de guardia porque hay un tío en el ferial dando la murga a la gente y los
municipales no pueden con él.
– Me cago en sus muelas, con lo bien que estoy yo
ahora.
Se vistió, bajó y se marchó al ferial con el
sargento. Una vez allí los municipales estaban intentando controlar al
individuo, el sargento habló con él, no logró calmarlo y, después de no
conseguir nada positivo, le ordenó a Avelino:
- Sr. Tirado,
coja a este señor, nos lo llevamos para el cuartel.
Avelino, le cogió las
dos manos juntas, se las metió debajo del sobaco y
el individuo empezó a increparlo:
- Picoleto,
cabrón me cago en… etc., etc, etc.
Avelino y el
sargento, haciendo de tripas corazón para no dar el espectáculo en el ferial,
iniciaron la marcha hacia el cuartel arrastrado por Avelino, lo llevaba como
si fuera un remolque, y le susurraba al oído:
- Aaanda,
boniiico, vaaamos para el cuarteeel.
Prácticamente, el gachó iba siendo arrastrado y, mientras
tanto, soltaba todo tipo de improperios para
los dos guardias. Cuando abandonaron el
ferial y ya estaban solos, como el sargento veía el esfuerzo que estaba haciendo
Avelino le dijo:
- Sr. Tirado,
suéltelo y descanse un momento.
- Mi sargento, muchas gracias.
No había terminado Avelino de dar las gracias al sargento cuando éste le lanzó al
follonero un guantazo y él, muy hábil, se agachó… ¿Qué ocurrió? Pues que el Sr.
Tirado, como estaba tan tranquilo y descuidado, descansando del arrastre
pues… ¡¡¡Plafff!!!
Avelino recibió el
guantazo destinado al delincuente.
Lo bueno fue presenciar el momento en el que Avelino escenificó la escena. Puso los
dedos, índice y corazón, formando una “uve”, situó a cada uno de ellos en un lacrimal y
los deslizó hacia abajo mientras nos decía:
- Se me
cayeron dos lágrimas como puños y me dieron unas ganas muy grandes de guantear
al sargento.
Continuaron hasta el cuartel y el sargento iba hecho
canela, se sentía avergonzado por lo ocurrido y, cuando llegaron al cuartel, le
dijo:
- Sr. Tirado,
pase a este señor a la sala de armas y le hace usted el atestado.
Cuando estuvo Avelino
a solas con el individuo cogió un vergajo en vez del papel y la pluma y le pegó
una buena mano de zurriagazos. Una vez que acabó le dijo que ya estaba hecho el atestado y que se podía marchar.
Antes de salir por la puerta de la sala, Avelino
se percató de que se había dejado la gorra y le dijo:
- ¡¡¡Eh,
espera!!!
Se paró, arrodeó y le preguntó:
- ¿Qué quieres?
- Que te dejas la gorra –le contestó Avelino.
Entonces recibió esta genial respuesta:
¡¡¡Esa pas te!!!
Y salió corriendo como un gamo por la puerta del
cuartel.
Avelino se meaba de
risa recordando al individuo con el cuerpo encorvado, el brazo adelantado, con el
puño cerrado y el dedo índice señalándole y diciéndole la célebre frase.
Dedicado a mi inolvidable y buen amigo AVELINO, con todo mi cariño, como recuerdo de los buenos momentos y para que no se pierdan las buenas anécdotas
que nos legaste.
Fueron muchos momentos felices los vividos juntos y
esos pesaron en nuestras relaciones más que ciertas diferencias, que también las tuvimos.
¡¡¡Hasta
siempre, allá donde estés!!!
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