Te
marchaste y lo has hecho siguiendo el guión que mejor conocías, aferrándote al
espíritu que siempre estuvo presente en tu vida, la lucha. Te ha faltado un pelín para que hubieras presenciado la
conclusión feliz de todos tus desvelos pero lo dejas todo bien encauzado y en manos
de quienes más te querían y querías, los que te acompañaban el 16 de octubre en el momento en que te
diste cuenta que el Padre te llamaba
para emprender el viaje final. Tu continua preocupación por los hijos se vio premiada en
ese momento con la dicha de tenerlos a todos allí y, por esa razón, levantaste
tu mano y pudiste darles tu último adiós antes de iniciarlo.
Sabías
muy bien que en esta última batalla la lucha sería mucho más dura que en las
otras y por eso la última vez que hablamos me lo dejaste muy claro, lo hacías todo
animado por una razón diferente a las anteriores, para poder continuar
disfrutando de tus seres queridos.
He
preferido esperar unos días para plasmar sin precipitaciones los recuerdos que
tengo acumulados como fruto de los años que hemos tenido de relaciones y de las
muchas conversaciones que mantuvimos sobre nuestras vivencias vitales. Lo
decidí así porque deseaba que la objetividad se impusiera a los sentimientos y
entonces podría reflejar la realidad de tu caminar con más nitidez. Creo que
fue un acierto porque me ha permitido constatar, por terceros, algo que yo ya
sabía sobre tu comportamiento
desprendido, fruto de la generosidad
que llevabas incrustada en tu forma de proceder, la que te hacía no dudar nunca
sobre qué camino debías de seguir cuando se te presentaba la encrucijada de
abordar las necesidades del prójimo.
En
los debates defendías con fuerza tus principios y, a veces, hacerlo te llevaba a
subir los decibelios del altavoz bastante, hasta el punto de que se escuchaba cerca
de donde estás ahora pero esa situación transitoria y ocasional no te llevaba a
enemistarte con la gente, normalmente. Tenías una forma de ser tan tuya, poco
corriente en los tiempos que te tocó vivir, que por ella propiciabas situaciones casuales que no eran así pero
que tú las habías ideado para que lo parecieran. Con ellas lo que pretendías
era buscar a las personas que se habían alejado algo de ti después de alguna
trifurca y con ese encuentro fortuito, teóricamente, derribabas el paredón que se había levantado entre ambos vecinos o
amigos tras el último encuentro.
Hace
unos días, tomando unas copas, te recordamos y un amigo común nos comentó a los
presentes un caso de la índole descrita anteriormente y que presenció él porque
era uno de los que te acompañaba esa noche.
Por
esa forma tuya tan peculiar, a la llegada, saludaste a dos personas que estaban
sentadas en una mesa y le pediste permiso para invitarlos a unas copas. El señor
ofendido por el consejo que le diste unas fechas antes guardó silencio y el
amigo que lo acompañaba te recomendó por dos veces que los dejaras tranquilos.
Cuando les hiciste la misma pregunta por tercera vez te contestó que allí había
un problema muy gordo, que les respetaras su pena. Entonces te interesaste por
la causa del dolor que los tenía compungidos y lo hiciste en estos términos:
-
¿Qué problema agobia ahora a un amigo
que no tenga solución o que yo no pueda dársela?
Se
normalizó el diálogo y te informaron de los hechos:
-
Mañana me quedo sin casa porque el banco
me ejecuta la hipoteca.
-
A las ocho en punto, estaré mañana en la
puerta del banco para dar solución al embargo –esa fue la respuesta que le diste.
Con
ese gesto fuiste un pionero en el
tema de los desahucios hace ya bastantes años, lo impediste.
Llevabas
muchas coronas pero una tenía un origen poco entendible si la persona se
limitaba a leer el nombre de quienes te la regalaban. Las circunstancias
permitieron que la misma persona que narró el caso anterior supiera la razón de
su presencia, otro acto generoso de los
tuyos. Éste no fue una acción puntual como el anterior, todavía es una
acción continuada y la ejecutabas desde hace muchos años.
¿Se acabaron ahí tus buenas y silenciosas
acciones?
Estaba
esperando en la puerta de la iglesia la llegada del coche fúnebre, junto a Elisa y Rafa, y nos correspondió la dicha de presenciar el mejor homenaje
floral que se te pudo haber hecho, lo protagonizó Blas “Botines”. Cogió en
su casa unas tijeras y, mostrándolas, recorrió los jardines de la plaza
mientras proclamaba bien alto que iba a cortar, para su amigo D. Andrés, las mejores rosas que había
allí. Cumplió su proclama, eran de color rosa, y cuando llegaste te las regaló.
Fue muy emotivo el gesto que tuvo Blas
al depositarlas encima de la multitud que cubrían el coche y, mientras lo hacía,
voceaba con toda sinceridad:
-
¡¡¡Éstas son para mi amigo!!!
Nos
emocionó su gesto y Elisa se vio
fuertemente impresionada por lo que las mejillas se le humedecieron.
En
tus tiempos jóvenes luchabas por llevar felizmente al puerto los barcos de la
flota familiar, primero con la temprana muerte de tu padre y después con tu
propia familia. En la primera te echaste a las espaldas la responsabilidad de
la economía paterna siendo en aquellos años un estudiante todavía pero supiste
compaginar ambas disciplinas y así tu personalidad se hizo sumamente
responsable. Aprendiste a tratar a la gente con respeto y seriedad, asignatura
muy complicada en nuestros días. La generosidad y la amistad fiel te la inculcó
el ejemplo de aquel señor mayor al que acudiste en una ocasión y éste, en
recuerdo de la seriedad de tu padre, te apoyó.
Han
sido muchas horas de conversación las que hemos mantenido y en las que hemos
desgranado muchos temas personales o de interés público, por ello te conocía
bien y sé que, tal vez, alguien pudo acusarte en alguna ocasión de que hubieras
cometido alguna equivocación pero jamás de que hubieras actuado con mala intención.
Empezamos
relacionándonos cuando eras un adulto y yo un joven que se mezclaba con los
mayores, amigos de mi padre, para jugar al tute, subastado o reñido, o al
dominó. Disfrutabas una enormidad con las ocurrencias de Agustín “Picatoste” y Tomás “Calderas” en las partidas de tute.
Al
recordar a estos dos inolvidables ancianos, me ha venido a la memoria aquella
situación jocosa que tuviste que soportar una noche mientras tomabas unas
cervezas en “El Tropezón”, los
protagonistas fueron los componentes de tu peña de amigos (entre los que estaba
mi padre), Agustín “Picatoste” y Juan José Moreno Ortega “Jardines”.
Planteasteis el tema de la higiene personal y ambos se enfrascaron en una
disputa, Agustín era pobre pero muy
pulcro y para que nadie dudara de ello se quitó los calcetines y tuvisteis que
olerlos todos más de una vez.
Este
hecho puntual es demostrativo de la total integración que tuviste con el
pueblo, nos aceptaste y te aceptamos, ahí estuvo el secreto de que no habiendo
nacido en nuestro pueblo fueras un villargordeño más. Por eso en los temas sociales
que guardaban relación con la oficialidad siempre te tuvieron en cuenta.
Con
el paso de los años nuestras relaciones pasaron a otra escala más particular y
nuestros encuentros se prodigaron con mucha más frecuencia, unos en individual tomando
unas tapas al mediodía y otros con la familia.
Tu
rápida marcha nos has dejado fuertemente impresionados a todos porque en
nuestro interior, sobre todo después del encuentro último que tuvimos en el
salón de tu casa, te vimos muy bien y, sobre todo, muy animado.
¡¡¡Mari y Paco te recordarán siempre!!!
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