Colaboración de José Martínez Ramírez
Creo
que fue un lunes o quizá un martes, en todo caso estábamos a primeros de semana,
y al atardecer. Cada vez que veía entrar por la puerta a la pareja formada por Frasco y Periquín no podía evitar que en mi rostro se dibujara una sonrisa.
Era,
si no me falla la memoria, la primera quincena de febrero de 1983 y nos había
caído la nevada del siglo.
El
“Tropezón” estaba, como siempre
ocurría en esas fechas, con el aforo completo. Los hermanos varones “paratrenes” también al completo, aunque
cada uno en grupos diferentes.
Mi
hermano Juanito, en un momento de
inspiración, logró pronunciar con la ayuda de sus labios cinco o seis palabras
mientras un servidor le llenaba los vasos de vino blanco a la pareja de amigos.
Mientras lo hacía, me susurró al oído de manera casi ininteligible:
–
NIÑO, YA LE PONGO YO LA TAPA.
La
tarea tras la barra siguió sin alteración pero mi curiosidad pudo más y no logré
evitar el mirar de reojo hacia la cocina. Por eso pude ver como mi Juanito manipulaba un huevo cocido.
Unos
momentos después, al pasar por la zona que ocupaban mis dos distinguidos
clientes pude observar sobre un plato el huevo partido por la mitad y ambas
partes llevaban un poco de tomate frito por encima, también les puso un plato
de aceitunas.
Pasaron
unos minutos y el vaso de Frasco estaba
ya vacío y no se sabía si era blanco o tinto el color del vino que bebía, lo
había barrido. De pronto observé una situación curiosa: Sin hablar, con su mano
derecha llamaba a mi Juanito y con
la izquierda agarraba un pañuelo inmaculado y se limpiaba una lágrima que le
bajaba por su mejilla, era de grande como un garbanzo. Los ojos parecía que se le
iban a caer y la cara tenía el color de una berenjena.
Desde
lejos, el responsable de la tapa se reía con la boca cerrada mientras miraba la
tele, lo hacía de manera que le daba la espalda a la pareja. Cuando pasé cerca
de los artistas, el inigualable Frasco me
dijo:
-
¡NIIIÑOOO, DILE AL DE LAS MUÑECAS
GRANDES QUE VEEENGA!
Éste pasaba, una y otra vez por su lado, y se hacía el
sordo.
Desde
lejos le escuchaba cuando le gritaba:
-
¡JUANIIITOOO, VEEENNN, VEEENNN!
Cuando,
tras diez o quince minutos de hacerse el sordo, ya no pudo eludir más la
llamada del sediento se acercó con la botella en la mano y entonces, mientras
les llenaba, se representó una escena cómica increíble. Frasco lo recibió con el labio girado hacia la derecha y esbozando
una sonrisa, el codo del brazo izquierdo descansando en la barra mientras la mano
sostenía la mejilla del mismo lado y estando en esa estampa le dijo mirándolo a
los ojos:
-
JUANIIITO… ¡QUÉÉÉ MALA LECHE TIENE ESA
GALLIIINA!
Le
había dicho esa genial frase porque le había puesto una guindilla debajo de la
yema y él se la había clavado entera. Periquín,
mientras tanto, que no se había enterado de nada decía:
– JUANITO… ¡ES MENTIRA, ES MENTIRA…!
– JUANITO… ¡ES MENTIRA, ES MENTIRA…!
Un
par de horas más tarde, me hice una escapada a jugar con la gente joven que se
divertía con la nieve en “El Paseo”.
Recuerdo a Luís “El Alemán”, Juan “El Jaenero” y a todos los amigos comunes de ambos. La traían con un
muñeco que habían hecho muy grande.
En
esas fechas las dos cabinas telefónicas estaban en la puerta de Pedro Delgado “El serio”. Recuerdo
de él que, de vez en cuando, me daba huevos de canaria y este detalle hizo que este
buen hombre sea para mí inolvidable.
José “matalitros”, también conocido como “El Lehendakari”, y su hermano Bastián salían en esos momentos de “El Recreo” y se dirigían al “Tropezón”. Como la gente joven se tiraban
bolas de nieve, unos a otros, pues los dos hermanos pudieron pensar que iban
dirigidas a ellos y se parapetaron en las cabinas. La otra parte pensó que
querían jugar pues nada, bola va y bola viene contra las cabinas. José, de vez en cuando, abría la puerta
de la cabina, se asomaba manteniéndola
entreabierta y se mondaba de risa mientras nos decía:
-¡No me dais, no me dais!
Repitió
varias veces la misma jugada, hasta que la bola más grande que jamás voló esa
noche se estrelló en su nariz larga y afilada y, como tenía la boca abierta, se
tragó la mitad de su masa. Esta circunstancia no le quitó el buen humor y
después, ya estábamos en el bar, le estuve poniendo vino hasta que se le quitó
el frio.
Volví
al trabajo y retomé el servicio de la pareja que dejé abandonada en la barra en
manos de Juanito. Ya estaban en el
momento clave de la noche, ese punto en el que el número de dedales, nombre que daba Frasco al “chato de vino” con mucha frecuencia, ha llegado a un número en el
que ya da igual ocho que ochenta. En ese momento se le acerco su hermano Avelino, que estaba en igual puntillo,
y le dijo:
-
PERO HOMBRE, FRASCO, NO TE DA NA.
-
¿QUÉ QUIERES QUE ME DÉ HERMANICO?
–le preguntó sorprendido.
-
¡TÚ BEBIENDO VINO AQUÍ TODAVÍA Y TU
SUEGRA DE CUERPO PRESENTE EN CHURRIANA!
Frasco, que siempre fue
una persona de sentimientos aunque no los expresara, sin decir nada a nadie
sobre el asunto pagó su cuenta, tomó la carretera de Churriana y se dispuso a asistir
a la vela de la finada.
Caminaba
este genio que provocaba la risa al prójimo, sin buscarlo, sobre las placas de hielo del
asfalto. Sabe Dios qué pasaría por
su cabeza mientras caminaba azotado por el frío, la noche, la nieve…
Su
mujer, paciente y extraordinaria, se encontraba por las inclemencias
meteorológicas en Jaén pues el
servicio de autobús quedó anulado. Este hecho fue el que le sirvió a su
queridísimo Avelino de estrategia
para colocarle la trola, no sé cómo llamarlo.
Mi
amigo Vicente, su hijo menor, se
enteró y a él le tocó a salir en su búsqueda pues su hermano Juan, que también tenía carnet de
conducir, en esas fechas se encontraba de viaje de novios.
Cuando
Vicente logro localizarlo se
encontraba a un par de kilómetros del lugar donde recibió la luctuosa noticia,
en el “Tropezón”. Caminaba como podía
sobre las placas de hielo que tenía la carretera en aquella gélida y lejana
noche de febrero. Cuando llegó hasta él, le preguntó:
-
PERO PAPA… ¿ADÓNDE VAAAS?
-
PERO NIÑO… ¿Y TÚÚÚ?
–
PAPA, A POR TI. NO VES QUE TE VAS A
HELAR SI NO TE MATAS ANTES.
-
SSSSSS… CALLA. VOY A LA VELA DE TU
ABUELA, ME HAN DICHO QUE SE HA MUERTO Y QUE ESTÁ EN CHURRIANA, EN LA CASA DE LA
TITA PAZ.
-
PERO PAPA, SI NO SE HA MUERTO NADIE…
¡ANDA, SÚBETE EN EL COCHE Y VAMOS A LA
CASA!
-
¡DE ESO NADA, YO VOY A LA VELA!
Su
hijo le explico doscientas veces lo que en realidad había ocurrido y me contó
que le costó lo suyo convencerlo. Esa noche Vicente le salvo la vida a su padre y éste le demostró el gran
corazón que tenía con la intencionalidad de su asistencia al velatorio, luchando
como podía contra los elementos adversos de esa noche: la oscuridad, el frío y
la nieve.
De
esta manera los dos héroes anónimos regresaron a su dulce hogar.
Querido tio Pepe, eres un crack.
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