PREGONERO:
Santiago
López Pérez
CAPÍTULO VI
LA
MADRUGADA
La
madrugada del Viernes Santo es noche de sufrimiento, de pasión y entrega hasta
el extremo. Apenas unas horas antes, Jesús nos ha dejado su “testamento”:
-
el mandamiento del servicio a los hermanos y a la Iglesia hecho realidad en el
lavatorio de los pies, gesto inquietante del amor incansable que Dios tiene por
cada uno de nosotros;
-
la institución de la Sagrada Eucaristía, sacramento de la permanente presencia
de su Cuerpo y su Sangre para todos los que esperamos su venida final;
-
la institución del Sacramento del Orden Sacerdotal, precioso regalo para la
Iglesia que nos asegura la presencia de Cristo para siempre en el pan y el vino
consagrados por el sacerdote.
Es
madrugada y Nuestro Padre Jesús Nazareno
y María Santísima de la Amargura
recorren las calles de Villargordo.
Un
aire de pesimismo y derrota se respira por los rincones de nuestro pueblo.
Cristo sube al Calvario, donde se ha de culminar el martirio. Todo parece
perdido, Señor, todo parece perdido. Y, sin embargo, no es cierto, no es
cierto. Que cuando llegaste al Calvario, Tú ya te habías entregado primero. De
manera que cuando viniera la muerte no encontrara nada, pues Tú ya te habías dado todo en la Última Cena.
Esta fue la derrota del maligno, que, creyendo que había triunfado viéndote
sufrir lo insufrible, no encontró nada, pues Tú ya nos lo habías dado todo,
dándote a Ti mismo. Estos pensamientos eran los que mi corazón sentía cuando
desde niño iba a acompañarlo al Monumento.
Esta
noche es noche de tristeza y agonía, noche en la que el aire espeso de la
amargura se puede cortar. Y, sin embargo, es noche preciosa, porque Tú, Nuestro
Jesús Nazareno, que haces nuevas todas las cosas, con tu Pasión, has dado
también un nuevo valor a nuestro sufrimiento.
Es
noche en la que Cristo nos pide que busquemos
su rostro herido en los que tenemos cerca, a nuestro lado, y seamos sus
cireneos. Porque Él sigue subiendo también hoy al calvario de la tristeza y el
abandono en tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Abramos los ojos de
nuestra mente y de nuestro corazón y enseguida lo encontraremos, quizás más
cerca de lo que pensamos. La amargura de María también será aliviada si nos
decidimos, como Simón de Cirene, a socorrer a su Hijo bajo la dolorosa
apariencia del sufrimiento de nuestros hermanos.
Duele
la noche,
duele aún más la madrugada,
cuando
Jesús Nazareno,
bajo
la Cruz se arrastra,
por
las calles de nuestro pueblo,
con
suplicante mirada.
Busca
en ti el amor
que
dé abrigo a su alma.
¿Negará
tu corazón el consuelo
que
cada Semana Santa
suplica
este Nazareno
que
hasta lo infame se abaja?
Míralo
por nuestras calles,
a
Cristo, en la puerta de tu casa,
hablándole
a tu corazón
sin
articular una palabra,
sólo
con la fuerza y la paz
que
derrama su mirada.
¿Negarás
a Jesús el amor
que
sacie la sed de su alma?.
Y
a las tres de la tarde del Viernes Santo, justo a la hora de la muerte del
Señor, un grupo de personas se acercan a la Parroquia para implorar a Cristo su
Misericordia Divina. Os animo a uniros a estos villargordeños que en este día
inician la Novena a la Divina
Misericordia, cuya fiesta culminará el domingo siguiente al Domingo de
Resurrección.
Luego,
cuando empieza a caer la tarde y después de haber vivido en el templo la
celebración de la adoración de la Cruz, procesiona por nuestras calles el
cuerpo inerte del Santo Entierro.
Este
cuerpo lánguido y amoratado es, no obstante, un canto a la vida. Todo parece
consumado; sin embargo, esta muerte es el principio del inicio para todos los
que creen en Cristo.
Y
en el silencio del dolor contenido tras la sepultura del Hijo Amado, la Soledad
se hace persona, la tristeza se hace mujer en las calles de Villargordo.
Nuestra Señora
de los Dolores
es la Madre del corazón traspasado, la mujer desolada suplicante, la pequeña
cordera de Dios herida de amor por
nuestros pecados.
Es
hermoso admirar la belleza de esta imagen de la Virgen de los Dolores. Impacta
en el corazón el atronador silencio de su llanto contenido. Todo villargordeño
quisiera, en esos momentos, como San Juan, estar al lado de una Madre tan buena
para poder consolarla con tiernos abrazos.
María
es en esta noche la Virgen Madre de los Dolores, de los sufrimientos provocados
sobre su Hijo durante toda la Pasión y de los sufrimientos que actualmente
viven sus hijos en cualquier lugar del mundo, pues no olvidemos que Jesús,
apenas unas horas antes, nos la había entregado como Madre de la Humanidad.
Quiero, en esta noche, María, Virgen de los
Dolores, Madre de todos los hombres, consolar tu llanto por tus hijos más
pequeños, aquellos niños que no ven la luz, que han sido engendrados, pero que
encuentran en el vientre de su madre su propia sepultura. Estas muertes hieren
a Dios en lo más profundo de su corazón, pues son víctimas tan inocentes como
lo fue su Hijo Crucificado.
Virgen de los Dolores,
dulce Madre,
sencilla mujer sola,
María, pequeña paloma.
En tu corazón guardas,
esta noche de Viernes Santo,
el silencio de tu llanto
que a todos cobija y salva.
El aire manso y suave
a nuestro corazón trae
el dolor de tus heridas
que a dulce amor sabe.
Déjame acompañarte,
Señora de los Dolores,
en esta noche de soledad serena,
para que ofrecerte pueda,
como San Juan,
el consuelo de mi paz
y el regalo de mis amores.
María, sencilla,
María, humilde nazarena,
María, Madre Dolorosa,
míranos siempre con ternura
y en esta terrenal espera,
sé tú nuestro camino,
la estela segura,
la mano cierta
que a Cristo nos lleva
y en Cristo nos deja.
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