Colaboración
de José Martínez y Paco Pérez
Yo,
como villargordeño, también viví la
nostalgia de la ausencia durante el periodo obligatorio del Servicio Militar a la patria como
soldado. Los hechos ocurrieron hace 43 años, un 18 de marzo del año 1971,
cuando me encontraba haciendo el periodo de instrucción militar en el
Campamento “Álvarez de Sotomayor”, en Viator (Almería).
Como
el día 19, San José, era entonces festivo pues concedieron unos días de puente a
los reclutas y nos dieron un pase para disfrutarlos en Almería.
Como
llevábamos dos meses fuera de casa pues el mono se apoderó de mi espíritu, me
planteé saltarme a la torera las reglas y venirme a Villargordo, fui consciente
de que era una locura. Como no tenía la más mínima idea de las comunicaciones
pues ideé este plan de viaje: Una vez en Almería, me dirigiría a la estación de
autobuses, viajaría hasta Granada en autocar, desde allí hasta Jaén en
auto-stop y después al pueblo.
Tuve
una suerte increíble porque me encontré en el autobús que hacía el recorrido
Campamento-Almería a mi buen amigo Fernando
Rayo Gil, de Torrequebradilla. También se marchaba para el pueblo y él fue
quien me informó del peligro que correría con el proyecto que tenía de viajar a
Granada porque la Policía Militar estaría allí patrullando las salidas y me metería
en un lío. Cambié mis planes por los suyos, nos encaminamos a la estación de Renfe
y viajamos, durante siete horas en un tren que paraba cada vez que un pájaro
meaba, hasta la estación de Begíjar.
Cuando llegamos era muy tarde, cerca de las 23:00 horas, cargamos al hombro los
“petates” y caminamos con paso
ligero hasta el Puente del Obispo.
Una vez allí preguntamos en la gasolinera por el taxista del lugar y nos
encontramos con la sorpresa de que no había allí ese servicio público. Nos
desmoralizamos porque entonces ni había móviles, ni sabíamos a qué teléfono de
nuestros pueblos llamar porque en las casas no había esa comodidad… Estábamos
hundidos y, cuando ya íbamos a tomar carretera y manta, nos llegó una poca luz
debido a que el “gasofa” nos llamó
para alumbrarnos una solución:
-
¿Por qué no os acercáis hasta la casa
del carnicero, él hace servicios de taxis de vez en cuando?
Cuando
llegamos al domicilio de este señor nos atendió su esposa y nos comunicó, muy
amablemente, que estaba en el “Hogar”
celebrando la despedida de soltero de un amigo. Nos encaminamos hasta él y nos
atendieron fenomenal, tan bien que nos incorporaron a su celebración, bebimos
con ellos y, cuando lo estimaron oportuno, el novio (un señor de más de sesenta
años) les dijo:
-
¡¡¡Muchachos, vamos a llevarlos a sus
casas que quieren ver a sus familias!!!
La
furgoneta iba llena y, cuando se acabaron los asientos, algunos viajamos como
los sacos, tumbados y amontonados. Todos estaban como una cuba, incluido el
conductor, y la suerte que tuvimos fue que circulábamos como las tortugas por
la carreterucha que unía el Puente del
Obispo con Sotogordo. Todos
cantaban y vociferaban por los efectos del alcohol y nosotros con una alegría
enorme porque por fin podríamos llegar a casa. Una vez en Torrequebradilla, dejamos al amigo Fernando en su domicilio y continuamos hasta Villargordo.
No
sé con precisión qué hora sería pero las 02:00 de la madrugada estaría a punto
de darlas el reloj del “Ayuntamiento”.
Cuando puse los pies en “El Paseo”
divisé iluminada la puerta de “El
Tropezón”, los llevé allí y, como no podía ser de otra manera… ¡¡¡Allí estaba mi panda de amigos y también
tenían una buena marcha!!!
Presenté
a los dos grupos musicales, tomamos juntos unas copas, los invite, pagué el servicio al señor carnicero-taxista, deseé al novio mucha suerte en su nuevo estado y los dejé
para irme a casa.
Al
día siguiente me informaron de las peripecias que ocurrieron después de
marcharme, se lo pasaron fenomenal con mis nuevos amigos. El inolvidable Juanito se lo pasó bomba gastándoles
bromas de las suyas y el novio, por su edad y por los polvillos pica-pica,
comenzó a toser mucho y hubo momentos en los que se asustaron porque creyeron
que desde allí se iba al cementerio y no al altar.
Estar
fuera nos despierta los sentimientos, impulsa nuestras acciones, éstas generan
unas historias reales y entonces, si eres amante del bolígrafo, del papel o de
las teclas pues plasmas tus vivencias en un relato o poema.
En
una conversación telefónica mantenida con mi querido amigo Pepe, al que llamo con mucho cariño “alumno aventajado” porque se lo merece, hablamos de muchas cosas y,
para despedirnos me comentó que en el río Guadalquivir
había encontrado un filón temático inagotable para sus creaciones poéticas.
Unos días después se confirmó la confesión y poco a poco me fue remitiendo su
producción. Cuando leí el contenido temático le comenté que podíamos publicar
en colaboración y así es como ha resultado este entronque temático. Ahora
continuaremos con su canto a nuestras corrientes de aguas fluviales y a sus
parajes:
GUADALQUIVIR II
Quisiera ser sangre del arroyo que
te abraza.
Lusitano en Córdoba, velero en
Sevilla
para poder estar cerca, Córdoba
llana.
Laureado de plata, de Jaén su
gallardía.
Sus torres coronadas de majestad
sultana,
deshojan pétalos de azahar, su
caricia.
Puente eterno de amor y claridad
amada.
Cielo azul, cielo mojado de
sonrisas.
Quisiera tu canción, fundida de
naranjas,
para un largo sueño y despertar sin
prisa.
Mano de hoja maternal, pañuelo sin
mentiras.
Imperturbable para siempre,
arrastras
Ilusiones de innata realeza ya
dormidas
cuando cantas en Córdoba y ríes en
Sevilla.
GUADALQUIVIR III
Dama viajera, por Cazorla yo te siento
como el germen que dio lugar a la
música.
Amante de miel y sueños de todos los pueblos
Villargordo, Córdoba, Sevilla y Sanlúcar.
Sueños de serenidad y locura que quiero
compartir, no me dejes ni ahora ni nunca.
De tu orilla, para siempre seré un madero
para estar a tu lado como tierra que ocupas.
Cuando muera, mis cenizas, de relleno
quiero que en tus heridas de viento concluyan.
Quiero, para siempre, tener el consuelo…
De saberme abrazado de agua y de lunas
inmortales como las rosas de luz del cielo,
del amor que di en mi canción de cuna.
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