Colaboración de Paco Pérez
Capítulo III
Una
mañana transitaba por el camino de Almenara de regreso al pueblo, lo hacía junto
al complejo polideportivo, y desde la distancia vi encaminarse hacia mí a dos
personas conocidas de las que me separaban unos ciento cincuenta metros. Creía
que nos saludaríamos al cruzarnos y que intercambiaríamos algunos comentarios
pero giraron con dirección al nuevo barrio y la casa que Juan Martínez tiene en
construcción me hizo perderlos de vista.
Rápidamente
la mente comenzó a lanzarme interrogantes, todas estaban relacionadas con la
sorpresa que me originó la escena descrita. Por ejemplo:
-
¿Es normal lo que han hecho estas personas?
No
es correcto su proceder –me dije a mí mismo. Suavicé la sentencia cuando
consideré que también podría darse la circunstancia de que no me hubieran
reconocido porque a ciertas edades y distancias la vista no responde, me ocurre
a mí con demasiada frecuencia.
No
obstante, como seguía dolido –aunque menos- por el trato recibido, insistí con
otro planteamiento para reforzar mi estado de sorpresa:
-
En Villargordo es raro que las personas conocidas pasen de largo y no te
saluden, esa postura no ha sido normal.
En
esta línea propuse diversos planteamientos y, la verdad, ninguno me dejaba
satisfecho porque los consideraba ilógicos.
Unos
minutos después llegué hasta el punto donde perdí sus imágenes y allí estaban ellos
parados con unos vecinos suyos, al pasar me saludaron, yo continué mi camino y
ellos permanecieron donde los encontré charlando.
En
unos segundos todo el circo que monté momentos antes quedó desmontado y, mientras
me alejaba del lugar, la mente comenzó a martirizarme con esta acusación:
-
Listillo, te has precipitado haciendo tus conjeturas y no has atinado con
ninguna.
El
encontrarme más adelante con un conocido me ayudó a no escuchar más al martillo
pilón que es la voz interior que nos dicta sentencia a veces, me refiero a la conciencia.
Ahora
retomo el tema, sin sentirme presionado por el martilleo de la conciencia, y
entonces me afloran los pensamientos que he escuchado en casa en más de una
ocasión:
-
Somos esclavos de lo que “decimos” y
libres por lo que “callamos”.
En
este caso considero que habría que arreglarlo y ampliarlo con “elucubramos”, en lugar de “decimos” y “olvidamos” por “callamos”.
Esta
experiencia vivida me ha enseñado que los análisis de los hechos hay que
hacerlos apoyados en realidades y nunca en planteamientos subjetivos que se
apoyan en conjeturas suministradas por una mente subjetiva.
Con
el planteamiento que propuse sobre la Luna,
pretendía mostrar un tema candente: Los
hechos que juzgamos a diario pueden tener otras realidades diferentes a las que
nosotros hemos presentado como definitivas.
Al
satélite le ocurre igual, no nos ofrece una posibilidad única de belleza y sí
otras muchas opciones válidas.
Hoy
regreso con un relato cierto, me ocurrió hace unos días y lo he planteado
porque es la constatación de que la vida nos presenta situaciones que parecen
de un color y luego se comprueba que eran de otro.
Para
encontrar ejemplos válidos nos basta con caminar a diario por cualquier pueblo
o ciudad, mezclarnos con sus gentes con total normalidad; caminar; observar el
entorno en el que nos movemos; escuchar al pasar, sin buscar las noticias, lo
que comentan las personas con las que nos cruzamos y anotar lo que más nos
impacte. Procediendo así siempre obtendremos enseñanzas o temas aplicables a
nuestra realidad personal, local o nacional.
Con
este tema también pretendo combatir una línea editorial que se nos vende a
diario algunos medios con la única y malsana intención de ganar mucho dinero,
repudio este actuar porque lo hacen a costa de una forma subjetiva de hacer
periodismo. Entiendo que es inmoral lo que hacen porque con esa línea están
arrastrando a la sociedad española a un relativismo peligroso, no dar
importancia a las críticas más feroces contra los ciudadanos de este país. Sacar
los trapos sucios de quienes son atropellados por sus lenguas se ha convertido
en plato televisivo para muchísimas personas mayores y ya nadie puede pasar sin
alimentarse cada día con varias horas de inmoralidad. No anulan las autoridades
estos programas porque con ellos tienen idiotizada a la sociedad, no piensan en
los problemas reales de España y viva la madre superiora… ¡¡¡Pues por eso ya nadie respeta a nadie, ni
en los pueblos!!!
Estas
personas que se llaman “periodistas del
corazón” son, para mí, personas sin escrúpulos por mucho que reivindiquen su
derecho a informar sobre el “famoseo”,
el que ellos mismos montan y desmontan para seguir viviendo del cuento. Lo
hacen así porque entienden que las personas públicas no tienen derecho a una
vida privada y sí la obligación de atenderlos a ellos en sus necesidades
informativas para satisfacer al público que les paga por sus canciones,
películas...
Si
la Luna pudiera manifestarse sobre
el tema propuesto seguro que nos ofrecería fases poco bellas pues sus gestos de
desaprobación se verían con suma nitidez desde Villargordo o cualquier otro
lugar. De haberlo así yo no hubiera podido tomar estas fotos de ella:
1.-
En Nerja cambié de escenario, me
trasladé al Balcón de Europa, grabé el escenario que me ofrecía la playa de
Calahonda y obtuve la confirmación de
mis planteamientos:
Cuando
regresé a casa se introdujo un elemento nuevo en el ambiente, la niebla, y el lugar perdió su nitidez:
2.-
Las de Maro no tuvieron modificación
de lugar y sí de elementos:
3.-
Roquetas me ofreció más posibilidades:
4.-
De regreso a Villargordo las opciones fueron las mismas:
Recuerdo
mis años de infancia, entonces no había televisión, ni móviles y sí muchas
zapatillas con suela de goma para enderezar el rumbo de las ovejas jóvenes
cuando se descarriaban un poco. Entonces nos bastaban pocas cosas para ser
felices: correr, jugar a la pelota, sentarnos en una porla (como diría José
Carlos Castellano) a charlar, jugar al burro o, si había una noche de Luna llena, pues se cantaba la letra de
la inolvidable canción de aquellos años, “Luna
lunera, cascabelera”:
Luna
lunera, cascabelera,
dile
a Perico que toque el pitico
y
si no lo toca bien…
¡Que
le den, que le den
con
el rabo la sartén!
Cuando
nos cansábamos de repetirla a coro parábamos y empezábamos con otra cosa.
Algunos
más jóvenes considerarán que nuestra niñez era muy aburrida pero yo opino que
no porque estábamos en grupo y los
de ahora están en soledad, jugando
con la máquina. Antes nadie tenía miedo de que sus hijos/as estuvieran en la
calle con otros peques, ahora sí porque un enfermo mental se descuadra y ocasiona
a un peque un daño irreparable.
Finalmente,
una vez arreglados los problemas técnicos que me impidieron publicar un vídeo
el primer día, os propongo otro sobre la “Luna
lunera, cascabelera” como despedida.
Un
clin en Luna.
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