Colaboración de Paco Pérez
Capítulo III
El
amigo Sebastián era incansable en
los juegos. Cuando la tarde comenzaba a perder luminosidad le comunicaba que
tenía que coger el autocar para regresar a la calle Miguel Torres y que la
próxima partida sería la última de aquel día.
Él asentía con la cabeza siempre pero
la realidad era que quería seguir, por múltiples razones: Se lo pasaba bomba,
se sentía muy a gusto con nosotros, se quedaba sin su distracción, él tenía que
hacer hora para la liguera con sus adres y eso le hacía entristecerse y no
comprender que los demás teníamos ocupaciones y una familia. Pues nada, siempre
ocurría igual una vez acabada, él volvía a poner su típica cara lastimosa de
niño caprichosillo y me repetía de manera mecánica, con el estilo de escopeta
repetidora que lo caracterizaba, sus famosas palabras:
-
¡¡¡Más, más, más!!!
Cuando
esto ocurría ya había que complacerlo, entonces mostraba su cara de felicidad y
sonriendo con la bocaza que le llegaba hasta muy cerca de las orejas.
Cuando
no venían más jugadores estar toda la tarde jugando a solas con él podía
resultar agotador, aquí coincidíamos todos, porque él movía pieza realizando un
tocado previó sobre la pieza con la nariz, nosotros la tomábamos y la llevábamos
con lógica (guiados por sus indicaciones gestuales) hasta el cuadro que deseaba.
Pasarse la tarde interpretando sus deseos, moviendo sus piezas y pensando con
qué movimiento le ibas a responder después era muy duro.
Recuerdo
los cabreos que le hacía pasar Juan Rodríguez
“Patricio”, éste se lo tomaba a
chunga y se la colocaba, intencionadamente, donde él no había indicado. Con
estas acciones Sebastián perdía los
papeles y se levantaba del carro vociferando, esto es lo que buscaba el amigo Juan.
Por
las mañanas, como no solía haber ajedrecistas disponibles en el bar, Sebastián jugaba entonces partidas de dominó, a él no se le ponía por delante
ningún problema cuando de pasar el tiempo se tratara. Como tenía buena boca
para comer pues para jugar también aplicaba esa misma filosofía y por eso,
cuando le movían como unas sonajas la caja de las fichas de dominó, él se
embalaba detrás del que la movía con el carro. Por las tardes solía practicar
menos este juego pero, cuando estaba de mirón en el ajedrez porque estábamos
muchos, venía a buscarlo para formar partida Juan Antonio Moreno Vivanco “Cherra”,
él no se lo pensaba dos segundos y, de inmediato, ponía en marcha el vehículo
para irse con ellos.
La
práctica de este juego era mucho más fácil para él porque le ponían las fichas
algo separadas y con la nariz le empujaba a la que deseaba poner, éste no tenía
tantas dificultades como el otro y, una vez tumbada cualquiera de los presentes
se la aculaban en el extremo correcto, espectadores o jugadores.
El
amigo José Carlos Castellano Calles
“Pancho” estaba una tarde muy
aburrido porque no había “tuteros” y
se sentó junto a Sebastían. Observando
el desarrollo de la partida comprobó la habilidad que tenía usando la nariz
para volcar la ficha que deseaba jugar.
Entonces
le vino a su mente creadora una ocurrencia genial y tal y como se le ocurrió se
la soltó al grupo:
-
Sebastián, cuando vaya por la
herrería le voy a decir a “Porroncho”
que te haga una funda de chapa para la nariz, larga y puntiaguda. Así le empujarás
con más facilidad a las fichas.
Sebastián
no recibió muy bien la noticia y le contestó a José Carlos con una ocurrencia
no menos genial:
-
¡¡¡Te la pones tú en la polla!!!
El
primero que dio una carcajada tremenda fue José Carlos, los demás hicieron lo
mismo y Sebastián se iba a salir del carro con sus risotadas.
Lo
que realmente dio fama a Sebastián
fue aquella anécdota que protagonizó cuando un día unos amigos se decidieron a
llevarlo de viaje para cumplir con la promesa que le habían hecho en las
ligueras unos meses antes.
Hablaron
los tres de ese viaje en repetidas ocasiones pero nunca encontraban un hueco
para llevarlo, hablaban de él como excusa para no disgustarlo, pero la realidad
era que no lo tenían claro porque sopesaban los riesgos que podría acarrearles.
Él, que era muy machacón, cada vez que los veía juntos les recordaba el tema y
ya llegó el asunto hasta un punto tal en el que ellos no encontraban un hueco profundo
donde esconderse porque no tenían argumentos serios para retrasarlo más. Un día
se liaron la manta en la cabeza, lo montaron en el coche con el carro y allá
que se fueron.
No
me contaron si era la primera vez que viajaba a ese lugar de “fantasía” y si ya había visitado otros
con sus amigos de Barcelona.
Cuando
estuvieron en el lugar de destino aparcaron, pasaron por taquilla para hacer
las gestiones que les permitiera conocer qué clase de billete tenían que
comprarle y entonces, una vez que lo subieron en el avión y lo dejaron bien
acoplado, ellos se encaminaron al bar del aeropuerto para tomar unos cubatas. Llevaban
poco rato esperando y, de pronto, se anunció por la megafonía que el vuelo de “San Sebastián” ya había aterrizado y
que podían pasar a recoger a los familiares.
Ellos,
no esperaban el aterrizaje tan pronto y quedaron sorprendidos, pagaron lo
consumido, se lo bebieron a la ligera y acudieron a su encuentro para
recogerlo. Una vez ante él se quedaron sorprendidos porque se lo encontraron tumbado
boca arriba en la pista y, además, estaba ataviado como en los cuentos, con su
mejor vestimenta… ¡¡¡Llevaba puesto “El
traje que del emperador”!!!
No
habían salido de aquella sorpresa cuando reciben otra, tan grande o más que la
anterior, al comunicarle que ya tienen que marcharse. Entonces les habla
Sebastián y lo hace, de manera suave y melancólica, sus célebres monosílabos…
¡¡¡Más, más, más…!!!
Al
verlo en esa situación tuvieron que tomar una decisión rápida pues tenían que
decidir si le sacaban el billete para otro viaje o si daban la aventura por
concluida. Hablaron con Sebastián y,
como comprobaron que seguía con el mismo mensaje, entonces optaron por ponerse
los bolsillos al revés y pagarle otro billete.
Un
tiempo después los hechos que vivieron los tres viajeros comenzaron a
comentarse con naturalidad en el bar y se dijo la verdad y lo que no hubo o
era.
Después
de aquello Sebastián buscó repetir
el viaje por varios caminos, esta vez lo haría con otros compañeros. Un día
estábamos jugando la partida, Pedro “Clarillo” era el mirón y, sin esperarlo
ambos, comenzó a intentar comunicarnos un mensaje. Dejamos de jugar y lo
atendimos pues no había manera de comprender lo que trataba de comunicarnos
debido a la excitación que le ocasionaba el tema que lo ocupaba. Después de
varios intentos acertó a mover la cabeza señalando, de abajo hacia arriba, la
barra del bar y diciendo: ¡¡¡Más, más,
más…!!!
Pedro
se levantó, fue al lugar indicado y regresó con la noticia: “Habían organizado
una rifa, un queso era el regalo, para pagarle un nuevo viaje a ¡¡¡Más, más, más…!!!”.
Le
dijimos que no nos habíamos enterado, sacamos dos papeletas, se puso muy
contento y nunca más se supo de la rifa. Lo cierto del asunto es que yo perdí
los dos euros, que nunca más se habló de la rifa y que si hubo viaje o no esta
vez se hizo sin periodistas.
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