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miércoles, 29 de abril de 2015

SEBASTIÁN TIRADO ARANDA, EL AMIGO DE TODOS

Colaboración de Paco Pérez
Capítulo III
El amigo Sebastián era incansable en los juegos. Cuando la tarde comenzaba a perder luminosidad le comunicaba que tenía que coger el autocar para regresar a la calle Miguel Torres y que la próxima partida sería la última de aquel día. 

Él asentía con la cabeza siempre pero la realidad era que quería seguir, por múltiples razones: Se lo pasaba bomba, se sentía muy a gusto con nosotros, se quedaba sin su distracción, él tenía que hacer hora para la liguera con sus adres y eso le hacía entristecerse y no comprender que los demás teníamos ocupaciones y una familia. Pues nada, siempre ocurría igual una vez acabada, él volvía a poner su típica cara lastimosa de niño caprichosillo y me repetía de manera mecánica, con el estilo de escopeta repetidora que lo caracterizaba, sus famosas palabras:
- ¡¡¡Más, más, más!!!
Cuando esto ocurría ya había que complacerlo, entonces mostraba su cara de felicidad y sonriendo con la bocaza que le llegaba hasta muy cerca de las orejas.
Cuando no venían más jugadores estar toda la tarde jugando a solas con él podía resultar agotador, aquí coincidíamos todos, porque él movía pieza realizando un tocado previó sobre la pieza con la nariz, nosotros la tomábamos y la llevábamos con lógica (guiados por sus indicaciones gestuales) hasta el cuadro que deseaba. Pasarse la tarde interpretando sus deseos, moviendo sus piezas y pensando con qué movimiento le ibas a responder después era muy duro.
Recuerdo los cabreos que le hacía pasar Juan RodríguezPatricio”, éste se lo tomaba a chunga y se la colocaba, intencionadamente, donde él no había indicado. Con estas acciones Sebastián perdía los papeles y se levantaba del carro vociferando, esto es lo que buscaba el amigo Juan.
Por las mañanas, como no solía haber ajedrecistas disponibles en el bar, Sebastián jugaba entonces partidas de dominó, a él no se le ponía por delante ningún problema cuando de pasar el tiempo se tratara. Como tenía buena boca para comer pues para jugar también aplicaba esa misma filosofía y por eso, cuando le movían como unas sonajas la caja de las fichas de dominó, él se embalaba detrás del que la movía con el carro. Por las tardes solía practicar menos este juego pero, cuando estaba de mirón en el ajedrez porque estábamos muchos, venía a buscarlo para formar partida Juan Antonio Moreno VivancoCherra”, él no se lo pensaba dos segundos y, de inmediato, ponía en marcha el vehículo para irse con ellos.
La práctica de este juego era mucho más fácil para él porque le ponían las fichas algo separadas y con la nariz le empujaba a la que deseaba poner, éste no tenía tantas dificultades como el otro y, una vez tumbada cualquiera de los presentes se la aculaban en el extremo correcto, espectadores o jugadores.
El amigo José Carlos Castellano CallesPancho” estaba una tarde muy aburrido porque no había “tuteros” y se sentó junto a Sebastían. Observando el desarrollo de la partida comprobó la habilidad que tenía usando la nariz para volcar la ficha que deseaba  jugar.
Entonces le vino a su mente creadora una ocurrencia genial y tal y como se le ocurrió se la soltó al grupo:
- Sebastián, cuando vaya por la herrería le voy a decir a “Porroncho” que te haga una funda de chapa para la nariz, larga y puntiaguda. Así le empujarás con más facilidad a las fichas.
Sebastián no recibió muy bien la noticia y le contestó a José Carlos con una ocurrencia no menos genial:
- ¡¡¡Te la pones tú en la polla!!!
El primero que dio una carcajada tremenda fue José Carlos, los demás hicieron lo mismo y Sebastián se iba a salir del carro con sus risotadas.
Lo que realmente dio fama a Sebastián fue aquella anécdota que protagonizó cuando un día unos amigos se decidieron a llevarlo de viaje para cumplir con la promesa que le habían hecho en las ligueras unos meses antes.
Hablaron los tres de ese viaje en repetidas ocasiones pero nunca encontraban un hueco para llevarlo, hablaban de él como excusa para no disgustarlo, pero la realidad era que no lo tenían claro porque sopesaban los riesgos que podría acarrearles. Él, que era muy machacón, cada vez que los veía juntos les recordaba el tema y ya llegó el asunto hasta un punto tal en el que ellos no encontraban un hueco profundo donde esconderse porque no tenían argumentos serios para retrasarlo más. Un día se liaron la manta en la cabeza, lo montaron en el coche con el carro y allá que se fueron.
No me contaron si era la primera vez que viajaba a ese lugar de “fantasía” y si ya había visitado otros con sus amigos de Barcelona.
Cuando estuvieron en el lugar de destino aparcaron, pasaron por taquilla para hacer las gestiones que les permitiera conocer qué clase de billete tenían que comprarle y entonces, una vez que lo subieron en el avión y lo dejaron bien acoplado, ellos se encaminaron al bar del aeropuerto para tomar unos cubatas. Llevaban poco rato esperando y, de pronto, se anunció por la megafonía que el vuelo de “San Sebastián” ya había aterrizado y que podían pasar a recoger a los familiares.
Ellos, no esperaban el aterrizaje tan pronto y quedaron sorprendidos, pagaron lo consumido, se lo bebieron a la ligera y acudieron a su encuentro para recogerlo. Una vez ante él se quedaron sorprendidos porque se lo encontraron tumbado boca arriba en la pista y, además, estaba ataviado como en los cuentos, con su mejor vestimenta… ¡¡¡Llevaba puesto “El traje que del emperador”!!!
No habían salido de aquella sorpresa cuando reciben otra, tan grande o más que la anterior, al comunicarle que ya tienen que marcharse. Entonces les habla Sebastián y lo hace, de manera suave y melancólica, sus célebres monosílabos… ¡¡¡Más, más, más…!!!
Al verlo en esa situación tuvieron que tomar una decisión rápida pues tenían que decidir si le sacaban el billete para otro viaje o si daban la aventura por concluida. Hablaron con Sebastián y, como comprobaron que seguía con el mismo mensaje, entonces optaron por ponerse los bolsillos al revés y pagarle otro billete.
Un tiempo después los hechos que vivieron los tres viajeros comenzaron a comentarse con naturalidad en el bar y se dijo la verdad y lo que no hubo o era.
Después de aquello Sebastián buscó repetir el viaje por varios caminos, esta vez lo haría con otros compañeros. Un día estábamos jugando la partida, Pedro Clarillo” era el mirón y, sin esperarlo ambos, comenzó a intentar comunicarnos un mensaje. Dejamos de jugar y lo atendimos pues no había manera de comprender lo que trataba de comunicarnos debido a la excitación que le ocasionaba el tema que lo ocupaba. Después de varios intentos acertó a mover la cabeza señalando, de abajo hacia arriba, la barra del bar y diciendo: ¡¡¡Más, más, más…!!!
Pedro se levantó, fue al lugar indicado y regresó con la noticia: “Habían organizado una rifa, un queso era el regalo, para pagarle un nuevo viaje a ¡¡¡Más, más, más…!!!”.
Le dijimos que no nos habíamos enterado, sacamos dos papeletas, se puso muy contento y nunca más se supo de la rifa. Lo cierto del asunto es que yo perdí los dos euros, que nunca más se habló de la rifa y que si hubo viaje o no esta vez se hizo sin periodistas.




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