El PRESUMIDO
Capítulo II
Colaboración de Paco Pérez
Esta historia también
es real pero difiere de la del señor “Cachirulo” en que todavía viven los
personajes y por eso omitiré los nombres de ellos:
José Enrique comenta que,
hace bastante tiempo, una familia muy humilde se trasladó a Nerja desde Cazorla (Jaén) para intentar trabajar y así poder ofrecer a sus dos
pequeñas hijas una vida un poco mejor que la que tenían donde habían nacido.
Pasó
el tiempo, las expectativas que se forjaron al venir se cumplieron en algo,
pero no de manera total. Cuando fueron mayores se casaron con muchachos de aquí,
él lo hizo con una de ellas.
Cuando
Nerja se vio arrastrada por los
efectos de “La Cueva”, el turismo y las construcciones pues quienes fueron decididos y emprendedores
mejoraron mucho su poder adquisitivo y el nivel de vida.
El
marido de la cuñada de José Enrique
fue uno de ellos y nos contó éste que
ambos no supieron digerir el golpe de suerte que habían tenido y eso les hacía
presumir ante los demás familiares de su posición cuando se reunían en casa de
los suegros o en cualquier otro lugar. La cuñada siempre solía vociferar lo que
ganaba el marido y las inversiones que habían hecho.
Un
día, José Enrique celebró una
reunión familiar en su domicilio y en el transcurso de la misma, en los
postres, les comentó que había comprado un apartamento.
La
noticia causó a los cuñados tal impacto que ya no volvieron a hablar más de sus
inversiones, no les debió de alegrar mucho que sus hermanos hubieran progresado
también algo.
Si
nos damos cuenta es una historia totalmente normal, tan normal que están presentes
en ella los elementos más ruines y frecuentes de la sociedad de todos los
tiempos y lugares, esos que afectan a todas las personas y familias: Ambicionar
sin límites, ausencia de humildad, querer que el Sol solo salga para nosotros,
tristeza por el progreso ajeno, tratar a los hermanos como desconocidos…
El
suegro de José Enrique, cuando tuvo
que cumplir con sus deberes militares lo hizo en la Marina. De aquel periodo su
esposa conservaba una fotografía del padre vestido de marinero, se la hicieron
delante del barco en el que servía mientras estaba atracado en el puerto.
Unos
años después se compraron una casa nueva, embalaron los enseres que tenían en
la vieja y los trasladaron al nuevo domicilio. Un día estaban en ella colocando
lo trasladado y José Enrique, entre
las múltiples cosas que había diseminadas por la estancia, reparó en la foto
del padre de su esposa y le dijo:
-
¿Dónde coloco la foto del marinero?
Cuando
la esposa escuchó su pregunta la interpretó en clave de hija dolorida, creyó
que José Enrique adoptó una actitud despectiva al decirlo, le metió por ello una
buena bronca, estuvo más de tres meses sin hablarle esto hizo que ya no se
hablara en esa casa más del suegro marinero y de la mar.
Aquella
mañana la reunión acabó con final poético porque José Enrique recordó, a raíz de la experiencia descrita, las cosas
bellas que se dicen las personas jóvenes cuando se enamoran, sobre todo los hombres,
y cómo cambian el trato un tiempo después, por ambas partes, siendo las voces
el tratamiento más frecuente una vez que se alejan de la juventud.
Después
de esta reflexión se atrevió a recordar algunos de aquellos bellos mensajes que
los hombres dedicaban a las mujeres para piropearles sus atributos naturales:
¡¡¡Qué bonitos
son los caballos,
cuando están
en los prados.
Pero más
bonitos son tus ojos,
cuando me
estás mirando!!!
Una
joven que nos servía y que escuchó lo que recitó José Enrique, nos comentó que su abuela le había enseñado una
respuesta poética para estos casos, de la mujer al hombre:
Del cielo cayó
un pañuelo,
hilado en mil
colores
y en cada pico
tenía bordado…
¡¡¡José
Enrique de mis amores!!!
Esta
estrofa fue diseñada para cambiar el nombre de la persona a quien se dirigía.
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