Colaboración de Paco Pérez
LA HISTORIA INFORMA,
RECUERDA Y ENSEÑA
Capítulo
II
En 1929, el
traductor Luis Astrana
Marín (1889-1959) volcó al español -en prosa- las Obras
Completas de William Shakespeare.
En “MUJERES DE ROMA”, administrado por Isabel Barceló
Chico, esta escritora valenciana publicó el texto y las imágenes, yo
he tomado de ahí lo que he considerado necesario de ambos materiales.
EL
HECHO HISTÓRICO, SEGÚN SHAKESPEARE
El 20 de marzo del año 44 a .C., a los cinco días de su
asesinato, se celebraron los funerales de César.
Los asesinos habían permitido la celebración pública de éstos al cónsul Marco Antonio. En el foro se montó un
catafalco con un fondo de telas púrpura, bajo el cual estaba el lecho fúnebre
de César con el cadáver a la vista.
Junto a él, se había colocado la ropa ensangrentada que vestía el día del
asesinato, así como muchos trofeos conquistados en sus campañas militares.
Marco Antonio pronunció un
discurso al parecer bastante breve y leyó el testamento de César, algo que hizo enfurecer a la multitud, porque no sólo dejaba
un legado importante a los ciudadanos romanos, sino que dejaba legados a
algunos que habían sido sus asesinos. Incluso a uno de ellos lo nombraba tutor
de su hijo, el joven Octavio (más
tarde convertido en el emperador Augusto). Eso ponía de manifiesto la magnitud
de la traición. El público, enfurecido, decidió incinerar allí mismo el cadáver
de César e incendiar las casas de sus asesinos.
William
Shakespeare,
en su drama “Julio César” construye
para Marco Antonio un magnífico
discurso, que se ha considerado como uno de los mejores de la historia. Es una
pieza maestra de cómo, con un discurso aparentemente favorable a los asesinos,
logra volver al público contra ellos. Aquí os lo dejo, porque creo que los
funerales de César bien se lo merecen. Para no transcribir toda la escena, he
puesto entre paréntesis las reacciones del público, algo que en la obra está,
lógicamente, desarrollado. Todo lo demás, corresponde al discurso de M.
Antonio.
Pido
disculpas por una introducción tan larga, pero me parecía necesaria para que
todos los lectores pudieran disfrutar y comprender mejor el texto de
Shakespeare:
ANTONIO:
"¡Amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención! ¡Vengo a inhumar a
César, no a ensalzarle! El mal que hacen los hombres perdura sobre su memoria.
Frecuentemente el bien queda sepultado con sus huesos. ¡Sea así con César! El
noble Bruto os ha dicho que César era ambicioso. Si lo fue, era la suya una
falta grave, y gravemente la ha pagado. Con la venia de Bruto y los demás, pues
Bruto es un hombre honrado, como son todos ellos, hombres todos honrados, vengo
a hablar en el funeral de César. Era mi amigo, para mí leal y sincero; pero
Bruto dice que era ambicioso. Y Bruto es un hombre honrado. Infinitos cautivos
trajo a Roma, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Parecía eso ambición
en César? Siempre que los pobres dejaban oír su voz lastimera, César lloraba.
¡La ambición debería ser de una sustancia más dura! No obstante, Bruto dice que
era ambicioso, y Bruto es un hombre honrado. Todos visteis que en las Lupercales le presenté tres veces una
corona real, y la rechazó tres veces. ¿Era esto ambición? No obstante, Bruto
dice que era ambicioso, y, ciertamente, es un hombre honrado. No hablo para
desaprobar lo que Bruto habló. Pero estoy aquí para decir lo que sé. Todos le
amasteis alguna vez, y no sin causa. ¿Qué razón, entonces, os detiene ahora
para no llevarle luto? ¡Oh, raciocinio! Has ido a buscar asilo en los
irracionales, pues los hombres han perdido la razón… ¡Perdonadme un momento! Mi
corazón está ahí, en ese féretro, con César, y he de detenerme hasta que torne
a mí."
(Los ciudadanos
hablan entre sí dando la razón a Antonio)
"Ayer,
todavía, la palabra de César hubiera podido prevalecer contra el universo.
Ahora yace ahí, y nadie hay tan humilde que le reverencie. ¡Oh, señores! Si
estuviera dispuesto a excitar al motín y a la cólera a vuestras mentes y
corazones, sería injusto con Bruto y con Casio, quienes, como todos sabéis, son
hombres honrados. ¡No quiero ser injusto con ellos! Prefiero serlo con el
muerto, conmigo y con vosotros, antes que con esos hombres tan honrados. Pero
he aquí un pergamino con el sello de César. Lo hallé en su gabinete, y en su
testamento ¡Oiga el pueblo ésta su [última] voluntad (aunque con vuestro permiso, no me propongo leerlo), e irá a besar
las heridas de César muerto y a empapar sus pañuelos en su sagrada sangre! ¡Sí!
¡Reclamará un cabello suyo como reliquia y, al morir, lo transmitirá por
testamento como un rico legado a su posteridad! "
(Los ciudadanos
exigen conocer el testamento de César)
"¡Sed
pacientes, amables amigos! ¡No debo leerlo! No es conveniente que sepáis hasta
qué extremo os amó César. Pues siendo hombres, al oír el testamento de César os
enfureceríais llenos de desesperación. Así, no es bueno haceros saber que os
instituye sus herederos, pues, si lo supierais, ¡Oh! ¿Qué no habría de
acontecer?"
(Más voces
exigiendo la lectura del testamento)
¿Tendréis
paciencia? ¿Permaneceréis un momento en calma? He ido demasiado lejos en
deciros esto. Temo agraviar a los honrados hombres cuyos puñales traspasaron a
César. ¡Lo temo!"
(Siguen las
exigencias de los ciudadanos)
"¿Queréis
obligarme, entonces, a leer el testamento? Pues bien, formar círculo en torno
al cadáver de César y dejadme mostraros al que hizo el testamento. ¿Descenderé?
¿Me dais vuestro permiso?"
(Baja de la
tribuna y se sitúa junto al catafalco con los despojos de César)
"Si
tenéis lágrimas, disponeos ahora a verterlas. ¡Todos conocéis este manto!
Recuerdo cuando César lo estrenó. Era una tarde de estío, en su tienda, el día
que venció a los nervios. ¡Mirad: por aquí penetró el puñal de Casio! ¡Ved qué brecha abrió el
envidioso Casca! ¡Por esta otra le
hirió su muy amado Bruto! ¡Y al
retirar su maldecido acero, observad cómo la sangre de César parece haberse
lanzado en pos de él, como para asegurarse de si era o no Bruto el que tan
inhumanamente abría la puerta! Porque Bruto, como sabéis, era el ángel de
César. ¡Juzgad, oh dioses, con qué ternura le amaba César! Ese fue el golpe más
cruel de todos, pues cuando el noble César vio que él también le hería, la
ingratitud, más potente que los brazos de los traidores, lo anonadó
completamente. Entonces estalló su poderoso corazón y, cubriéndose el rostro
con el manto, el gran César cayó a los pies de la estatua de Pompeyo que se
inundó chorreando sangre… ¡Oh, qué caída, compatriotas! En aquel momento, yo y
vosotros y todos, caímos, y la traición sangrienta triunfó sobre nosotros. Oh,
ahora lloráis, y percibo sentir en vosotros la impresión de la piedad. Esas
lágrimas son generosas ¡Almas compasivas! ¿Por qué lloráis, cuando aún no habéis
visto más que la desgarrada vestidura de César? ¡Mirad aquí! ¡Aquí está él
mismo, desfigurado, como veis, por los traidores! "
"Buenos
amigos, apreciables amigos, no os excite yo con esa repentina explosión de
tumulto. Los que han consumado esta acción son hombres dignos. ¿Qué secretos
agravios tenían para hacerlo? ¡Ay, lo ignoro! Ellos son sensatos y honorables,
y no dudo que os darán razones. ¡Yo no vengo, amigos, a concitar vuestras
pasiones! Yo no soy orador como Bruto, sino como todos sabéis, un hombre franco
y sencillo, que amaba a su amigo, y esto lo saben bien los que públicamente me
dieron licencia para hablar de él. Porque no tengo ni talento, ni elocuencia,
ni mérito, ni estilo, ni ademanes, ni el poder de la oratoria, que enardece la
sangre de los hombres. Hablo llanamente y no os digo sino lo que todos
conocéis. Os muestro las heridas del bondadoso César, pobres, pobres bocas
mudas, y les pido que ellas hablen por mí. Pues si yo fuera Bruto y Bruto fuera
Antonio, ese Antonio exasperaría vuestras almas y pondría una lengua en cada
herida de César capaz de conmover y levantar en motín las piedras de Roma.
"
(El público quiere oír el testamento)
"Aquí
está, y con el sello de César. A cada ciudadano de Roma, a cada hombre,
individualmente, lega setenta y cinco dracmas."
(Voces de satisfacción)
"Os
lega, además, todos sus paseos, sus quintas particulares y sus jardines recién
plantados a este lado del Tíber. Los deja a perpetuidad a vosotros y a vuestros
herederos como parques públicos para que os paseéis y recreéis ¡Este era un
César! ¿Cuándo tendréis otro semejante?"
(Los ciudadanos
deciden incinerar allí mismo el cadáver de César y, con esas llamas, prender
antorchas para incendiar las casas de los traidores)
"¡Ahora
prosiga la obra! ¡Maldad, ya estás en pie! ¡Toma el curso que quieras!"
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