Colaboración de Paco Pérez
Siempre
ha ocurrido lo mismo, el hombre se mueve atraído por lo que no es eterno, el
dinero. Cuando lo tiene no sabe encontrar el mejor camino para él porque valora
las cosas que realmente no valen, desprecia las que tienen un gran valor y, por
eso, la mayoría termina sin encontrar el rumbo en su caminar diario: Se ufanan
de su poder temporal, se construyen grandes mansiones, despilfarran con las
compras y los gastos, ridiculizan a quienes tienen lo justo para vivir… ¿Son
justos?
Desde
siempre, Dios escoge a quienes considera adecuados para la predicación. No
necesitan tener un buen nivel cultural, Amós era pastor y cultivador de higos,
ahí está el ejemplo. Con los discípulos de Jesús ocurre igual porque lo
importante es creer, el resto es obra de Dios.
Jesús
envió a los apóstoles, de dos en
dos, por las aldeas de Galilea para abrir
camino al Reino de Dios. Cuando predicaban
lo hacían en nombre de Jesús, expulsaban
demonios y curaban enfermedades
y dolencias por el poder y la autoridad que Él les había dado. Su misión era doble: Anunciar a la gente lo cerca que estaba Dios y curar a las personas de
todo cuanto ocasionaba el mal y el sufrimiento en sus vidas.
Jesús
habla de los discípulos como “pescadores
de hombres” y le da un sentido salvífico y liberador: Rescatar a las personas del poder del mal y facilitarles su entrada en
el Reino.
También
nos enseñó un estilo de vida diferente y lo hizo con su manera de vestir; de
equiparse; de actuar por las aldeas de Galilea; no llevando dinero, provisiones
y zurrón porque proceder así significaba renunciar a la mendicidad para vivir
confiado solo en la ayuda de Dios
y en la acogida de la gente. Se
presentarán con actitud de paz cuando se acerquen a las aldeas y no llevaran
una túnica de repuesto, como ejemplo de que los seguidores de Jesús viven
identificados con las gentes más indigentes.
Él
vivía así y con su ejemplo los discípulos sólo tuvieron que seguirle e imitarle,
cuando quedaron liberados de las ataduras terrenales.
Otra
razón para ir de dos en dos fue porque entre los judíos era más creíble una
noticia cuando venía atestiguada por dos o más personas. Cuando se acercaban a
una casa deseando a sus gentes la paz, si los acogían bien se quedaban en ella
hasta que salían de la aldea y si no se marchaban del lugar “sacudiendo el polvo de la planta de los
pies”, era como decirles… ¡Allá
vosotros!
Intentaban
que, en las aldeas, comenzara a ser realidad una nueva forma de convivencia que
se sustentara en unos valores radicalmente diferentes de los que ya tenían. Ahora,
todos compartirán lo que ya tienen: Los
enviados por Jesús aportarán su experiencia del Reino de Dios y su poder de
curar y los aldeanos los acogerán en la mesa y en su casa.
El
ambiente que se creaba en los pueblos era de alegría, ésta se extendía por toda
la aldea y aumentaba al correrse la noticia de alguna curación porque celebraban
que los enfermos podían integrarse de nuevo en la sociedad del lugar y sentarse
de nuevo a la mesa con sus seres queridos. En aquellas comidas se estrechaban
los lazos, caían las barreras y a los vecinos les resultaba más fácil
perdonarse mutuamente sus ofensas.
Con
esta humildad y sencillez comenzaron a experimentar la llegada del Reino de
Dios.
El
sencillo plan que Dios ideó para el hombre encuentra en la práctica que su Hijo
puso en marcha el mejor ejemplo para que todos podamos cumplir nuestra parte si
decidimos conocerla y después seguirle.
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