Páginas

viernes, 2 de octubre de 2015

EL BAILE DE LA VIDA

Colaboración de Paco Pérez
La VIDA es una fiesta en la que unos lloran, otros ríen, algunos se lo pasan bomba, muy pocos se aburren… En fin, no todos hablan igual de ella. Donde sí se ponen todos de acuerdo es en afirmar que es la única celebración a la que todas las personas de la Tierra han sido invitadas por el anfitrión sin que Éste se fijara al mandarles el tarjetón a qué clase social, raza o religión pertenecían; si tenían capital o deudas; si vivían en cuevas, chabolas, casas, pisos o mansiones; si su físico mostraba externamente belleza o fealdad, algo que suma mucho en estos eventos; si eran portadores de una amplia cultura o más rudimentarios que un arado de palo; si procedían con generosidad o tacañería con quienes los buscaban para que les ayudaran debido a su indigencia; si se preocupaban por el hecho religioso o paseaban su increencia con altanería; si la justicia era su bandera o si preferían aliarse con quienes hiciera falta para alcanzar ventajas incorrectas… No, ese suele ser el estilo de los humanos pero no el suyo.

Las fiestas de los hombres, por desgracia, siempre se celebran siguiendo el ritual que está establecido, desde no se sabe cuándo, por el costumbrismo del lugar para una boda, el bautizo de una criatura, los cumpleaños… Éstas siempre se rigen por reglas totalmente contrarías a la “Fiesta de la VIDA” y por eso asisten a ellas un número limitado y selecto de personas conocidas, éstas se visten con costosos atuendos para no desentonar ante las amistades y en algunas hasta colocan alfombras rojas para que no se ensucien los asistentes los zapatos y las vestimentas.
Conocemos estos formatos porque los medios de difusión nos muestran casi a diario cómo se lo montan las celebridades del cine o del deporte y por ello, como somos tan envidiosos los terrícolas racionales, intentamos imitarlos cuando nos llega la hora de ser anfitriones, de ahí que procuremos que no falte de nada en las nuestras, incluidos los fotógrafos y los cámaras que nos inmortalizarán en todos los momentos de la celebración.
Pues bien, a diario, la “Fiesta de la VIDA” pone ante el hombre un espectáculo variado donde bailar forma parte de él pero no siempre es fácil participar y quedar contentos al finalizar: Unas veces porque los movimientos de la pieza que suena no es conocida por los asistentes, de ahí que algunos decidan no salir a bailar y se justifican diciendo que no es de su agrado; otros porque les toca bailar con la pareja menos agraciada; otros sí lo hacen con placer desde el principio hasta el final porque dominan los movimientos escénicos, aunque después acaben muy cansados y, finalmente, hay otros que son tan sumamente individualistas que viven a su aire y nunca aparecen por la pista.
¿A qué fiestas preferimos ir los hombres en general?
Yo creo que estamos muy comprometidos y encantados con las mundanas porque a la “Fiesta de la VIDA”, aunque sabemos que  estamos invitados a diario todos por Dios, preferimos no acudir porque nos obliga a sacrificar algo. Cuando participamos nos manifestamos poco eufóricos y después de estar un tiempo en ella nos ponemos compungidos y deseosos de que acabe pronto lo que se nos ofrece.
Hace ya muchos años, yo era entonces un niño, en las tertulias invernales que se tenían en las casas al atardecer alrededor del brasero de picón y en las que los mayores contaban a los niños historias de familiares muertos que se fueron a la otra vida sin cumplir alguna promesa hecha antes de morir y que, muchos años después, volvían y se aparecían a los familiares para pedirles que las cumplieran en su nombre. Cuando éstos lo comunicaban a quienes correspondía y las cumplían ya se acababan las apariciones porque el alma del difunto ya descansaba en paz junto al Padre en la Gloria, lugar de destino de quienes se portaron correctamente en la “Fiesta de la VIDA”.
Los invitados a ella tenemos pocas luces cuando nos tomamos unas copas y ya nos olvidamos del menú tan bueno que nos han servido, por ejemplo: Haber recibido gratuitamente la vida, aunque algunos la quemen con los abusos; tener una familia maravillosa que nos ampara siempre y no valoramos que hay criaturas que son condenadas a muerte antes de nacer o son abandonadas; tener la oportunidad de disfrutar de una vivienda, cuando hay otros que no la tienen; haber podido estudiar y alcanzar así una vida mejor; tener recursos materiales suficientes para vivir y para ayudar a otros que estén necesitados pero nos comportamos de manera egoísta y no lo hacemos…
También se contaba en esas tertulias la historia de un señor que no solía bailar muy bien en la “Fiesta de la VIDA” porque pisaba con demasiada frecuencia a quienes bailaban a su alrededor.  Un día murió y subió por ese túnel de luz que dicen algunas personas haber visto hasta un lugar donde había un silencio impresionante, donde otros iban de un sitio para otro y en el que nadie hacía ruido. El recién llegado no daba crédito a lo que veía allí y entonces recordó que aquí, en los hospitales, hay mucha gente alrededor de los enfermos hablando, con la televisión funcionando y sin importarles los que allí sufrían. En cambio, en el nuevo lugar, ocurría todo lo contrario… ¡¡¡Silencio y mucha preocupación por no molestar a los demás!!!
Iba andando por un corredor y, cuando menos lo esperaba, estuvo ante la presencia de un señor que le dijo ser San Pedro, entonces lo reconoció por lo que se contaba de él en los libros, y lo atendió muy correctamente:
- ¿En qué puedo servirle?
– Señor, quisiera saber si es aquí donde me corresponde estar.
San Pedro le dijo que aquel lugar era la Gloria, fue prudente, y le informó de que miraría en su ficha para saber si tenía que estar allí o en el piso de abajo. Mientras miraba el historial en su ficha personal, en el ambiente comenzó a escucharse una música muy agradable, venía del piso de abajo, y también un ruido festivo algo elevado. El recién llegado se dirigió de nuevo a San Pedro:
- Señor, ¿dónde está ese ruido?
– Es en la fiesta del Infierno.
– ¿Puedo ir a ella y luego subirme otra vez aquí?
– Claro que sí, usted es libre para elegir. Baje y compruebe lo que allí hay antes de tomar su decisión final. Le espero dentro de una semana, entonces sube y usted me comunica dónde quiere estar en el futuro.
El señor bajó, abrió la puerta, se asomó y su vista divisó una fiesta magistral: Mesas enormes repletas de los mejores manjares y bebidas; una orquesta con muchos músicos; personas vestidas con trajes y vestidos de gala y todo ocurría en el marco de unos jardines inigualables.
Estaba tan sumamente impresionado con la visión que, sin darse cuenta, se presentó ante él el anfitrión y lo saludó:
- Pase, no se quede ahí. Vaya hasta aquel edificio, en él está el vestuario, y allí le darán un traje adecuado y a su medida.
Todo fue para él muy rápido y espectacular, la fiesta se prolongó durante días, nadie se retiraba a descansar y por ello le parecía que les habían dado cuerda. Durante esos días bailó, comió, bebió, hizo lo que no estaba escrito… Todo lo hacía sin notar agotamiento y al final aquello degeneró en una orgía tremenda, nunca experimentada por él.
Al acabársele el permiso se despidió y se apresuró a regresar al piso superior. Cuando entró de nuevo en él sufrió el impacto del cambio radical de ambiente, se hundió anímicamente y, al presentarse ante San Pedro, éste le preguntó:
- Bueno, ya está de vuelta… ¿Qué ha decidido hacer?
– Me voy a bajar allí, me gusta más aquel ambiente.
– Muy bien, pues que le vaya bien.
Se despidieron y el señor retornó al piso inferior, empujó a la puerta de entrada y ésta emitió ahora un nuevo y ensordecedor quejido como consecuencia del mal estado de engrasado que tenían sus pernios, entró a su interior y recibió una visión devastadora pues ya no había nada de lo que encontró en su anterior visita, ahora sólo había pinchos en abundancia donde antes había una fiesta y jardines, miraba en todas direcciones y, al fondo, vio el resplandor de una lumbre enorme.
Descorazonado se dispuso a marcharse para retornar al piso superior y entonces descubrió que un señor raro que portaba en una de sus manos un tridente y que tenía un rabo enorme y unas orejas puntiagudas cerraba la puerta por donde él había entrado hacía unos minutos.
– Señor, hace poco estuve aquí y había una gran fiesta, ¿ya ha acabado? – le preguntó el visitante.
– Usted está confundido, aquí nunca hubo esa fiesta –le respondió el del pincho.
- Por favor abra la puerta, me voy al piso de arriba.
– No puedes -le respondió algo cabreado mientras golpeaba con el pincho el suelo.
- ¿Por qué no pudo?
–¡¡¡Porque has votado!!!
Este es el gran problema de la vida, cuando lo tenemos todo a nuestro favor no sabemos valorar lo que se nos ha regalado y lo rompemos. Unos años después, cuando nuestras vidas se han orientado por otros caminos distintos al rechazado y entramos en una edad avanzada reflexionamos en silencio y nos echamos una pera sin rabo.
Hace muchos años, hubo en TVE  un programa presentado por Paco Costas con el nombre sugerente de “La segunda oportunidad”. Este señor era un experto conductor que analizaba imágenes de accidentes ocurridos por imprudencia del conductor. Le daba a la novedosa “moviola” y nos presentaba lo que podría haberse evitado si a las personas accidentadas se les hubiera dado otra nueva oportunidad para rectificar la temeraria conducción que los llevó a la muerte o a quedar inválidos.
Era muy aleccionador el comprobar cuántas desgracias nos ahorraríamos si nos concediéramos unos a otros una segunda oportunidad o a nosotros mismos.
Mi primer pueblo de destino se llamaba Solana de Torralba, término municipal de Úbeda (Jaén), y en él trabajé durante los cursos 1973-74 y 1974-75. Fue una aventura increíble porque tuve experiencias de todo tipo que me hicieron aprender a prisa y corriendo.
El director me adjudicó a dedo y sin más explicaciones los cursos 6º, 7º y 8º… ¿Se imaginan lo que da de trabajo una escuela así y yo como único maestro para todas las materias de los tres grupos?
Entre los alumnos estaba su hijo mayor, un niño inteligentísimo que desperdició una beca para estudiar en la Universidad Laboral de Cheste (Valencia). El muchacho estaba acostumbrado a no estudiar, a ser encumbrado por todos al ser el hijo del director y a dar la murga en todo por ser quien era.
Llevaba ya un tiempo saltándose las normas en el aula y fuera. Un día hablé con un grupo de alumnos, entre ellos estaba él, para que pintaran con cal una pista de baloncesto, no había polideportivo allí y sólo teníamos espacios terreros. Esta actividad estaba motivada porque éramos los anfitriones de unas jornadas deportivas entre varios pueblos de Colonización y teníamos que repartir los trabajos. Él no lo hizo, dejó solos a los otros porque lloriqueó a su padre, éste se lo consintió y a mí me tocó (con mis pocos años) coger al padre en privado y cantarle las cuarenta para que no volviera a ocurrir. Cuando otro día intentó, de nuevo, pisotear mi autoridad en clase ya no le aguanté más sus salidas de tono porque ya era él o yo, entonces cogí una regla robusta que usaba para trazar líneas en la pizarra y le di en los cachetes unos cuantos lambreados. Después de aquello el padre no me  mencionó lo ocurrido y él ya normalizó su rendimiento.
Pasaron bastantes años después de aquellos incidentes, ya estaba yo destinado en Villargordo y él estaba ya estudiando en Jaén Magisterio. Una noche llamaron en la puerta de casa y, cuando la abrí, me encontré de bruces con mi antiguo alumno y una señorita que resultó ser su novia. Cenaron con nosotros y a la conclusión, tomando ya unas copas y en animada charla, me dijo sin mediar tema y sin esperarlo:
- Me habría gustado mucho que usted hubiera sido mi padre.
Mari y yo quedamos sorprendidos con esas palabras y, cuando reaccionamos, pasamos a la acción para hacerle ver que estaba siendo injusto con su progenitor pues le manifestaba un resentimiento injusto e inmerecido. Le hablamos de lo que su padre había pasado en el hospicio junto a sus hermanos y que por ello tenía que tener mucha comprensión con él.
Finalmente se quejó de que si su padre le hubiera dado, como yo le hice, un garrotazo a tiempo tal vez él hubiera tomado otro rumbo en su vida.
Se vio negro para acabar Magisterio, en Jaén no pudo porque finiquitó su plan de estudios y tuvo que examinarse en Santiago de Compostela, allí estaba permitido para los últimos que quedaban en España.
La última vez que lo vi fue en una visita que hicimos la familia a Solana de Torralba, comprobé entonces con gran pena que estaba mentalmente deteriorado. Una auténtica lástima.
Meditemos y aprovechemos la oportunidad de hacer los deberes en la “Fiesta de la VIDA” o procuremos concedernos una segunda oportunidad si no los hemos hecho todavía… ¡¡¡Que no nos ocurra como en los casos relatados!!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario