Colaboración de Paco Pérez
Capítulo I
Quienes
vivimos nuestra infancia en la década de los 50 nos criamos, en su inmensa mayoría, en el seno de unas
familias normales cuyas posibilidades económicas estaban en consonancia con el
nivel que había entonces en España, muy bajo. Como fruto de esa situación en
las viviendas había pocas comodidades; comer era la preocupación primordial de
los progenitores, tarea muy complicada cada día y, como el nivel cultural de
ellos era muy bajo, su preocupación principal giraba sobre lo anterior y no sobre
el futuro de sus hijos en ese campo.
Los niños salían de clase a las 17:00
horas, regresaban a casa, soltaban la cartera en cualquier lugar de ella porque
no tenían, como ahora, una habitación individual con todas las modernidades;
intentaban comer algo, si es que lo había y podían dárselo, normalmente se
merendaba un trozo de pan con aceite y azúcar y, dándole bocados, se lo comían
por la calle mientras se marchaban corriendo a jugar en los descampados próximos
al domicilio.
Estas
tardes eran inolvidables pues jugábamos sin preocuparnos por las tareas
escolares y del reloj para retornar a casa, esto último sólo nos lo
planteábamos cuando la oscuridad invadía las calles y el frío nos empujaba
hasta el fogón o el brasero de carbonilla. Esta realidad invernal ocurría
porque no había en los padres una preocupación que les empujara a imponer un
horario concreto a los hijos para que regresaran con él a casa con el fin de hacer
las actividades que traían de clase o estudiar de memoria los temas propuestos por
el maestro para el día siguiente y, como consecuencia de ello, por la mañana los
niños cogíamos la cartera de donde la dejamos la tarde anterior sin haberla
abierto.
Las
penurias que, de manera generalizada, afectaban a las familias eran las
culpables de que esos ambientes culturales familiares estuvieran en esos
niveles tan primitivos. Por ello, en las casas no había más libros que los de
la escuela y que otros, de lecturas adecuadas a las edades de cada persona de
la casa, brillaran por su ausencia.
Por
lo anterior, durante el invierno y antes de cenar, la familia se concentraba alrededor
de la mesa camilla o frente al fogón y hablaban, porque entonces no había en
las casas ni aparatos de radio. Algunas noches y no de manera habitual,
recibían la visita de algunas vecinas o familiares. Cuando esto ocurría se
hablaba de temas locales y también de la aparición de los “muertos” a los familiares para que éstos cumplieran por ellos las
promesas que se echaron cuando vivían y que por diversas razones no las
cumplieron. Cuando esto ocurría, se comentaba, el alma del fallecido no
descansaba y por eso se manifestaba a algún familiar para que éste cumpliera la
promesa que él había dejado pendiente.
Los
mayores creían totalmente en esos relatos, esa es la impresión que tengo porque
de no ser así no los hubieran manoseado tanto todos los días y durante tanto
tiempo, yo diría que estaban obsesionados con ellos. Cuando narraban las
apariciones, los niños solían estar presentes y por eso siempre pedían a los
mayores que les contaran más historias de esa clase. Estas escenas de familia reales
en las que uno contaba y los demás escuchaban son la muestra palpable de la
incultura que había entonces pues los mayores no fueron conscientes del daño
que estaban haciendo a los peques de aquella generación, a mí me afectaron
mucho esas narraciones y, en su momento, el miedo que me inyectaron en esas
sesiones de “muertos” me pasó
factura.
Los
hechos que se contaban sobrecogían mucho a los niños pero resistían en la
reunión acurrucados sobre algún mayor o echados sobre el tablero de la mesa
camilla; tenían los ojos bien abiertos, tanto, que se les iban a salir del
casco, pues como les encantaban los relatos tenían que no perder ripio del caso
y porque de una historia verdadera, así lo creían ellos, había que conocer
todos los detalles.
Nadie
pudo decir que fueran mentiras inventadas porque nadie demostró jamás su
falsedad. La única verdad contrastada fue que algunos mayores y los niños se
asustaban de manera real y que luego padecían las consecuencias cuando tenían
que ir a las oscuras habitaciones o a las cámaras. También era frecuente que, mientras
dormían, algunos soñaran locuras y que se despertaran dando gritos por culpa de
las pesadillas que padecían. Estas escenas se repetían con demasiada frecuencia
y se hablaba de que sucedían como consecuencia de los RELATOS de miedo que habían escuchado.
Ya
he dicho antes que algunos de ellos nunca pudieron ser demostrados como
verdaderos o como falsos pero opino que sí podían haber tenido una explicación
razonada si se hubieran analizado los hechos con detenimiento:
1.-
Ruidos al golpear algún objeto
contundente contra algo que se rompía o no y desplazamiento del aire en el interior de la estancia; silbidos y el apagado de velas, candiles o mariposas.
Estas
escenas es posible que ocurrieran de manera cierta, pero casual, y en este caso
tuvo que ser por descuido de los habitantes de la vivienda, al dejarse sin
echar los cerrojos o pestillos en las puertas o ventanas. Cuando sucedían nadie
era capaz de levantarse para averiguar qué ocurría, al contrario, se acostaban
si estaban levantados o metían la cabeza debajo de las mantas si les había
pillado ya acostados.
Si
el viento silbaba y las mariposas o velas se apagaban los reunidos dejaban de
hablar, se miraban asustados y la diáspora se producía en décimas de segundo…
¡¡¡Salían corriendo y a nadie se le
ocurría salir al corral a mear!!!
Las
situaciones quedaban controladas cuando, al día siguiente, los habitantes de la
casa se levantaban muy temprano para ir a trabajar, subían a la cámara para
recoger algo y entonces descubrían que el postigo de la ventana estaba abierto.
Quienes lograban descubrir al causante de los miedos que pasaron la noche
anterior guardaban el secreto con llave para que nadie lo supiera y evitaban
así que otros se cachondearan con lo que les ocurrió. Quienes se levantaban sin
dormir mucho, por la mañana todavía tenían metido el miedo en el cuerpo y no
lograban dominar la situación porque no se atrevían a entrar en los lugares
donde escuchaban los ruidos. Éstos eran los que al salir de casa divulgaban que
un “muerto” les había fastidiado la
noche y ya comenzaba a comentarse en el lugar lo ocurrido. Si el temporal de
viento seguía instalado en el pueblo los acontecimientos volvían a suceder en
el silencio de la noche mientras duraba, el pánico se incrementaba en la
familia y el vivir allí era sumamente complicado para la familia.
2.-
Visualización de lucecitas en la oscuridad también fue muy frecuente entonces porque
las viviendas tenían en aquellos años, de manera casi generalizada, muy poca o
ninguna iluminación. En algunas casas era mínima y el servicio eléctrico instalado
en ellas consistía en un cable muy largo que tenía en su extremo una bombilla
enroscada en una boquilla. Cuando había que ir a recoger algo fuera del lugar
habitual de reunión, entonces la movilidad por la oscuridad del hogar se
realizaba desplazando la bombilla, siempre que el cable lo permitiera, o con un
candil o vela si no era posible con la bombilla. Estas circunstancias
favorecían la visualización de lucecitas porque se creaban puntos de luz y de
sombra que, como es lógico, eran ocasionados por los objetos luminosos.
Las
herramientas usadas por los carpinteros de entonces no eran como la de ahora
pues las tablas que usaban para construir las puertas no tenían unos buenos
ajustes, esa circunstancia les ocasionaba algunas rendijas y por ellas pasaban
los rayos luminosos de las bombillas, las velas o los candiles en movimiento y entonces
se proyectaban siluetas sobre los techos o las paredes, pero lo hacían en
movimiento.
Como
los habitantes incultos del pueblo desconocían, en aquellos tiempos, que la luz
y los cuerpos podían ofrecernos un bonito espectáculo de sombras y si a esta
ignorancia le añadimos que pudiera mezclarse una noche de viento y lluvia pues las
imágenes, los golpes y los ruidos podían completar un perfecto cuadro de terror
y no un bello espectáculo de teatro.
Ante
estas situaciones la respuesta era la típica de aquellos años… ¡¡¡Meter la cabeza debajo de las mantas y no sacarla
hasta que cantara el gallo!!!
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