Colaboración de Tomás Jiménez Mateos
Este poema lo recogí, de la tradición oral cortijera, el 16 de julio de
1981.
EL JURAMENTO
En
una tarde de otoño,
allá
por los años cincuenta,
Tocón
y su hijo menor
toman
el fresco en la puerta.
En
la puerta del cortijo
y
sentados en sus sillas,
el
padre le dice al hijo…
¡Mira
el cortijo “Porrilla”!
Ya
se han llevado los palos
y
ya se llevan las tejas,
igual
le ocurrirá a éste
el
día que yo me muera.
Con
pena y con sentimiento
el
hijo se levantó
y,
tocando el hombro del padre,
de
esta forma le contestó:
Mientras
yo viva, te digo,
que
éste no se va a caer
y,
lo mismo que lo digo,
juro
que lo cumpliré.
El
padre miró a su hijo
con
gran mirada de amor,
los
dos se comprendieron
y
ya nada más se habló.
En
el año sesenta y cinco
yo,
a Barcelona emigré,
pero
no olvidé a mis padres
ni
la promesa que hice.
A
los seis meses, mi padre,
en
Mengíbar se moría
y
yo ya no lo pude ver,
porque
llegué al otro día.
Cuando
visité su tumba
pasó
por mi pensamiento
aquella
tarde de otoño,
cuando
hice aquel juramento.
En
el año setenta y nueve
fuimos
en mi “cuatro latas”,
monté
a mi hijo, a mi sobrino
y
al mellizo de Zapata.
Al
otro día, por la mañana,
a
“Cabeza Gorda” yo iba
y
vi que, si no se arreglaba,
el
cortijo se caía.
Busqué
a dos albañiles
y
cargué en un camión
todo
lo que allí falta hacía
y
el cortijo se arregló.
Llevamos
cemento y tejas,
y
todo se reparó,
en
un día del mes de Agosto
que
hacía mucho calor.
Aunque
es de piedra y barro
y
es pequeño el edificio,
para
mí, el valor que tiene
es
que mi padre lo hizo.
A
Paco, Concha y Asunción:
Os
pido con sentimiento
que
me ayudéis a cumplir,
con
amor, mi juramento.
Para
terminar, hermanos,
os
pido de corazón
que
mientras yo viva
vea
en pie el cortijo “Tocón”.
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