Colaboración de Paco Pérez
Los
hombres nacemos libres y, además, fuimos liberados de la esclavitud por Jesús. A pesar de ello siempre
hemos entendido la esclavitud de manera errónea porque lo hacemos en un plano físico, ese que nos aplican otros
hombres cuando nos ponen cadenas
materiales pero hay otras encubiertas que no conocemos o no queremos
conocerlas. Jesucristo se preocupó de que el hombre no se sintiera atado a las normas que le imponían otros
hombres sin ser realmente leyes. También debemos valorar la esclavitud del espíritu, esa ata al hombre cuando
sucumbe ante las tentaciones que se le presentan, no sabe rechazarlas a tiempo y
se abraza a ellas. Este modelo nos hará mezquinos porque nos llevará a
enfrentarnos y a dañarnos, actuando unos contra otros.
La
esclavitud recomendada es aquella
que nos lleva a entregar nuestro esfuerzo en ayuda del prójimo necesitado, este
modelo es el que nos libera de las cadenas materiales pero los otros nos
recluyen en cárceles sin puertas.
Cuando
Dios nos llama tenemos que darle una
respuesta como la que le dio Eliseo,
lo dejó todo: familia, hacienda, trabajo…
El
espíritu misionero de Jesús está en el evangelio y aparece “viajando” de manera permanente. Durante
esa actividad enseñaba, hacía milagros, buscaba discípulos, los enviaba a
predicar... Esta forma de guiarse estaba motivada por el compromiso personal
que tenía de divulgar el “Plan de salvación” para todos los
hombres: discípulos, cristianos o paganos. Para conseguir ese objetivo visitaba los pueblos y sus gentes, a esta misión profética y
mesiánica le puso el punto final en Jerusalén
y la cruz fue el regalo que los
hombres le hicieron como premio a sus desvelos por los demás.
Jesús
no limitó su actividad a los judíos sino que la amplió a todos, sin
diferenciaciones, y de este modo nos anticipó lo que en el futuro sería la
labor que encomendaría a la Iglesia cuando Él ya no estuviera aquí y entonces ella
tomara el relevo de guiar a los hombres de todos los pueblos.
En
su viaje siempre lo acompañaban los discípulos,
entre ellos estaban los DOCE. No
obstante, en alguna ocasión, estuvo acompañado de muchos más. Los grandes temas
que les enseñaba giraban sobre la escucha de la palabra, los riesgos de la
salvación, las severas exigencias que imponía su seguimiento, la presencia del
Reino entre ellos… Todo esto se lo fue exponiendo de manera ordenada y “las parábolas” fueron su forma fácil de
hacerles comprender el contenido. Con este método de trabajo supo transformar
un “viaje”, para muchos de rutina o
de placer, en una forma lenta y sencilla de moldearles el espíritu, siguiendo
el formato de “aprender por imitación lo
que hacía y decía Cristo” a diario.
Cuando
se tratan los temas de Dios, hoy nos toca recordar a “Jesús viajando”, siempre debemos pensar en que nada ocurrió
entonces por casualidad y que por eso debemos aceptar que todo estaba
programado por el Padre.
La
ENSEÑANZA que saco de este viaje es
que todos estamos haciendo el nuestro ahora y que es muy improbable que haya
viajeros que, de una manera u otra, no hayan llegado ya a su Jerusalén y que estén llevando el
incómodo peso (unos más grande que otros) de su CRUZ… Los apóstoles acompañaron a Jesús hasta el huerto después de
comer, Él llevaba sólo y en silencio el peso gigantesco de su CRUZ. Quedó patente cuando caminaron a su lado hasta el lugar y,
al llegar, Él se puso a orar y ellos se quedaron dormidos… ¡¡¡Nadie lo comprendió porque no conocían su
problema y por eso no intentaron ayudarle!!!
¿Cuántas personas caminan a nuestro lado con
sus CRUCES y no sabemos qué les ocurre? ¿Qué hacemos cundo se nos acercan para que les ayudemos?
Esta
es la batalla que se está librando en nuestra sociedad a diario y en la que
debemos participar sin dormirnos, para ello deberemos esforzarnos para comprender
a qué vino Jesús al mundo. De no
interesarnos por esta realidad nos estaremos engañando y nuestras repuestas
estarán guiadas por la rutina y sólo servirán para que nuestra conciencia no
nos dé patadas.
CAMINO: Primero
conoceremos las cruces que tenemos en la familia y tiraremos de ellas, después
miraremos al vecino y, finalmente, intentaremos llegar un poco más lejos.
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