Colaboración de Juan Manuel Moral Moreno “Juanche”
AVENTURA IMPENSABLE PARA LOS NIÑOS DEL MÓVIL
Todavía
se siembran en nuestro pueblo melones pero ya no es como antes, es decir,
cuando yo era un niño. Ahora todo ha cambiado porque entonces no teníamos la
abundancia de nuestros días y los “melonares”
quitaban mucha hambre a las familias.
En
aquellos años, los niños hacían un papel muy importante en esta clase de
cultivo pues ayudaban a los mayores en los cuidados cuando estaba el melonar en
la fase de producción. Entonces se trasladaban a vivir en ellos para atenderlos
e impedir que se los robaran, por eso tenían que hacer una choza con el
esqueleto de palos y la cubierta con los pajones de las siembras de trigo o
cebada. También se sembraban algunas matas de girasoles y de tomates, hay que
recordar que entonces llovía más que ahora y las cañadas corrían gran parte del
año.
Por
esta costumbre de nuestro pueblo mis padres, todos los años, sembraban melones
en el cortijo de los “Caporuzos”, éste estaba situado frente
al “Juleca” pero a este lado del río
Guadalbullón.
La
zona donde se encontraba el melonar estaba muy lejos del pueblo y para ir hasta
allí salíamos del pueblo por la calle “El
Santo”, con dirección a la cortijada de Almenara. Al llegar al actual campo de fútbol sabéis que hay dos
caminos, el de Almenara y el de Lucena, pues bien, tomábamos el segundo
hasta la “Casilla del Almendrao”.
Una vez allí seguíamos hasta el cortijo que
tenía el mismo nombre y era del mismo dueño; un poquito más adelante estaba el “Cortijo del “Peluquero”, me parece que éste
ya no existe, y, lindando con él, teníamos el melonar.
La
tierra donde los sembrábamos está junto al río Guadabullón y, si lo cruzábamos, estábamos en las huertas que hoy
están ocupadas, en parte, por el “Complejo
Hotelero Juleca” y, en aquellos años, sólo estaba la casa de los padres de
los propietarios.
Cuando
ocurren estas cosas yo tenía siete u ocho años y un día fui, desde el melonar,
a Villargordo para comprar el pan y
me encontré con mis amigos, Fernando
Bergillos “El Taxista” y Antonio “El del Horno de Checa”. Éste
vivía en la calle “El Horno” o José Mª Polo y el otro en la calle “El Embudo”, hablamos de nuestras cosas,
de lo bien que me lo pasaba en el melonar, les gustó lo que les conté y
decidimos que se vendrían conmigo allí después de que yo comprara el pan pero
no se lo dirían a sus padres, sería un secreto la escapada.
Cuando
íbamos por el camino acordamos que al llegar al melonar engañaríamos a mis
padres diciéndoles que los suyos lo sabían, que los habían dejado venir conmigo
para dormir esa noche en la choza y que al día siguiente se volverían otra vez
al pueblo. La trola sirvió y nosotros nos pasamos un día inolvidable cuidando los
melones y haciendo planes para dormir aquella noche bajo las estrellas en la
puerta de la choza pues pensábamos contar todas las que había en el cielo.
Lo
que no podíamos imaginarnos fue la que se armó en el pueblo cuando sus padres
comenzaron a echarlos en falta, los buscaban y no los encontraban por todo el
pueblo. El vecindario se alborotó cuando se cundió la noticia de que dos niños del
pueblo habían desaparecido y que sus padres no sabían nada de ellos desde por la
mañana.
El
problema se solucionó cuando un villargordeño nos debió de ver caminando a los
tres cuando íbamos para el melonar al cruzarse con nosotros por el camino Lucena y se lo dijo a los padres de Fernando y Antonio. El caso es que, al atardecer, se presentó en el melonar a
por ellos el padre de Antonio, fue montado
en un caballo.
Así
acabo aquella travesura y, aunque planeamos bien la parte en la que ellos se
quedarían allí sin levantar sospechas, tengo que reconocer que no pensamos en la
que íbamos a armar en Villargordo, no
fuimos conscientes de ello hasta que vimos llegar al caballista. Han pasado más
de setenta años de esta travesura y, alguna vez que otra, he recordado con Fernando la escapada y lo que se
ocasionó con ella.
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