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martes, 7 de febrero de 2017

A MI QUERIDA ESPOSA

Colaboración de Ramón Albao Carmona
Su luz empezó a fallar,
el rostro se transformó,
era un paisaje sin infinitos senderos,
estaban polvorientos y los caminos yermos.

Su mente helada,
el hablar tranquilo y tembloroso,
el cabello, quizás, se le tornó más blanco,
pero no cambió su ego
y los rayos, enfurecidos, cayeron sobre su pecho.

Lo hicieron como una tempestad incontrolada,
intentando apagar su luz,
como si fuera la torcida de un candil,
en medio de un huracán enfurecido
y un río rojo fluyó por sus venas.

Como un manantial de amapolas,
en ella brilló de nuevo la luz
y pensé que no la dejaría ir,
mientras le digan las voces inocentes…
¡Abuela, te quiero hasta las estrellas con pasos de caracol!
O, simplemente… ¡Te queremos y no te dejaremos ir!

Por muchos truenos oscuros
que nos anuncien la feroz tormenta,
tu luz seguirá erguida, firme,
y tus ojos seguirán mirando,
con alegría, a esas cuatro caritas
limpias, claras y ausentes de maldad.





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