Colaboración de Ramón Albao Carmona
Su
luz empezó a fallar,
el
rostro se transformó,
era
un paisaje sin infinitos senderos,
estaban
polvorientos y los caminos yermos.
Su
mente helada,
el
hablar tranquilo y tembloroso,
el
cabello, quizás, se le tornó más blanco,
pero
no cambió su ego
y
los rayos, enfurecidos, cayeron sobre su pecho.
Lo
hicieron como una tempestad incontrolada,
intentando
apagar su luz,
como
si fuera la torcida de un candil,
en
medio de un huracán enfurecido
y
un río rojo fluyó por sus venas.
Como
un manantial de amapolas,
en
ella brilló de nuevo la luz
y
pensé que no la dejaría ir,
mientras
le digan las voces inocentes…
¡Abuela,
te quiero hasta las estrellas con pasos de caracol!
O,
simplemente… ¡Te queremos y no te dejaremos ir!
Por
muchos truenos oscuros
que
nos anuncien la feroz tormenta,
tu
luz seguirá erguida, firme,
y
tus ojos seguirán mirando,
con
alegría, a esas cuatro caritas
limpias,
claras y ausentes de maldad.
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