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sábado, 23 de diciembre de 2017

ADVIENTO IV

Colaboración de Paco Pérez
LA ALEGRÍA DE LA ANUNCIACIÓN
A David, el hecho de vivir en un palacio le ocasionó un problema de conciencia grande cuando se vio asediado por un pensamiento acusador que lo dignificó: El Señor me lo ha regalado todo, me ha ayudado en mis batallas y ahora, mientras yo vivo en un palacio lujoso, el “Arca” del Señor está alojada en una tienda.
Reaccionó y le comunicó al profeta Natán que pensaba construir al Señor un templo, lo escuchó, le aceptó su decisión y le comunicó que Dios estaba con él. Después, Dios intimó con el profeta para darle el encargo de comunicarle que a él no le correspondía hacerlo. Lo decidió así porque le tenía reservado un regaló mejor: Tener el honor de que su dinastía, después de que él muriera, seguiría siendo el punto referencial de su pueblo para siempre.

Los hombres no aprendemos y, a pesar de los avances, en el tema religioso progresamos poco porque creemos en lo que tocamos y por ese camino no lograremos comprender a Dios nunca. El ejemplo de David nos los enseña, él pensaba ofrecerle la materialidad de un edificio, algo perecedero. Él le respondió desde un plano espiritual y le ofreció un regalo eterno. Con el paso de los años los hechos nos permiten valorar la diferencia existente entre ambas decisiones: El Templo que después edificó Salomón, su hijo, fue destruido pero la DINASTÍA que Él levantó sobre David permanecerá siempre.
Por esta razón los hombres debemos confiar más en Dios pues más adelante la respuesta que David recibió de Dios por mediación de Natán se cumplió, cuando nació Jesús. Le prometió que le daría una larga dinastía y se cumplió con Él porque José era de la estirpe de David.
Pablo nos habla de Jesús como el encargado por Dios para mostrarnos la revelación que tantos siglos estuvo sin conocerse pero que, por mediación de Él, nos fue dada para que quienes la conocieran recibieran el empuje necesario que les hiciera incrementar su fe.







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