Colaboración de Paco Pérez
Capítulo II
EL CULO ESCOCIDO
Continuando con los recuerdos que Josefita Párraga aún conserva
intactos sobre la escena desagradable
que una noche de verano, cargada de malas formas y de olores propios de la
estación, vivieron durante la “tertulia vecinal
a la luz de la Luna” pues pasaron unos momentos tensos cuando el ambiente
se puso espeso por culpa de las palabras poco delicadas que una vecina
pronunció sin dirigirse a nadie concreto. La situación se calmó y no pasó a
males mayores porque otra vecina, Francisca
Cañas “La del Sordo”, intervino rápidamente y, con gran habilidad, no dio
importancia a lo sucedido y, gracias a ella, todo quedó en un hecho sin
importancia pues supo tomar la palabra de manera muy oportuna para decirles:
- Como ya hemos acabado con el tema del
olor, ese que tanto nos gusta a los andaluces y es tan gracioso, pues ahora me
toca a mí y os voy a contar algo que pasó en mi familia porque estoy segura que
os va a gustar mucho.
- ¿Tan gracioso es? –le preguntó Luisa dando por zanjado el otro tema.
– Más que os creéis –insistió Francisca.
Se tomó unos segundos, pensó y
continuó:
- Lo que os voy a contar le pasó a mi
marido, Amador “El Pollico”. Un día, cuando regresó del trabajo al mediodía, me
contó que venía muy “escocido” en
sus partes más reservadas y que por ello no podía andar muy bien. Dijo que se
iba a duchar para intentar mejorar y que hiciera el favor de traerle la pomada
que yo le echaba a los niños, que él se la pondría una vez duchado y antes de
vestirse. Como yo estaba muy atareada en ese momento con la comida pues le
contesté que no podía dársela, le informé del lugar dónde la guardaba y que fuera
a cogerla antes de entrar en la ducha.
Amador, un hombre muy bueno y comprensivo que también fue educado
en la universidad cortijera de Almenara, como la mayoría de los villargordeños
de aquella época, pues tampoco sabía freír un huevo ni dónde guardaba su esposa
las cosas, por esa cultura recibida tuvo que vocearla varias veces y, al final,
como la necesidad era muy grande no tuvo otra solución que hacer lo que le dijo
su esposa… ¡¡¡Buscarla él!!!
Cuando la cogió y acabó el ritual de enjabonarse,
enjuagarse y secarse pues tomó de nuevo la pomada y se puso una buena capa de
ella en la zona escocida.
Después de vestirse y calzarse fue en
busca de Francisca y ésta, al ver
que venía andando con las piernas más abiertas que cuando entró en la ducha y
que llevaba el culo más tieso que una vela, le dijo:
- Andas peor que antes… ¿Tan mal te ha
sentado la ducha?
- Lo que me ha sentado mal es la pomada
esa que me has dicho que me echara… ¡¡¡Vaya
doctora que tengo aquí!!!
– Pues a los niños les va muy bien –le
contestó ofendida.
– ¡¡¡Lo que debes de hacer es cogerla y tirarla!!!
Ella no comprendía cómo era posible que
se sintiera tan mal y fue a la ducha a por la pomada que se había puesto. Regresó
con ella en la mano, se la enseñó sin mostrarle el nombre y le preguntó:
- ¿Es este el bote del que te has puesto
la pomada?
– Síííí, de ese mismo– le confirmó él
quejándose.
Entonces ella le dio la vuelta y le
dijo:
- Lee lo que ahí dice.
Cuando leyó que era “crema incolora para el calzado” de la
marca Búfalo le contestó:
- Así que me echa fuego el culo… ¡¡¡Voy
a ducharme otra vez, llévame tú la pomada buena!!!
Terminaron dando carcajadas y mientras
él caminaba espatarrado hacia la ducha ella iba detrás de él a por la pomada y
lo imitaba.
Cuando escucharon las vecinas lo que se
había puesto y la vieron a ella imitar sus andares ya se olvidaron de lo
anterior y estuvieron riéndose con la ocurrencia de Amador toda la velada.
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