Colaboración de Tomás Lendínez García
RECORDANDO A MACHADO
Cuando visito Baeza (Jaén) suelo pasear por sus calles cargadas de recuerdos históricos y
uno que siempre me visita es el de ese señor. Cuando ocurre, entonces viajo al
pasado y repaso mentalmente los hechos que aquí se cuentan o que él reflejó en
sus escritos.
Hoy retomo uno de los
textos que redacté hace ya unos años, bebiendo en esas fuentes, sobre el día
que llegó destinado a este pueblo.
Con
sólo treinta años, Antonio Machado
se trasladó desde Soria hasta Baeza para trabajar como profesor de “Francés” en el Instituto y se alojó en el Hotel
Comercio, el único que había entonces en el pueblo. Llegó solo, sin conocer
a nadie y mostrándose entristecido por la temprana muerte de su muy querida y joven
esposa Leonor.
Salió
a pasear por el lugar que aún no conocía, por primera vez, el 1 de Noviembre de 1912. La tarde estaba
gris y desapacible porque el sol jugaba al escondite, ocultándose entre espesos
nubarrones; las hojas amarillentas y rojizas ya empezaban a desprenderse de los
árboles y las rachas del viento, en pequeños remolinos, las llevaban de un lado
para otro.
La
ciudad parecía dormir en un apacible y dulce sueño durante su caminar por las
calles húmedas y rugosas de desigual y sinuoso trazado, a su paso encontró
deshabitados palacios iluminados con el esplendor del Renacimiento, solariegas
casonas con blasonados escudos, humildes moradas, añosas ruinas, antiguos
conventos e iglesias que, desde su espadaña, una y otra vez llamaban a los
fieles a responsos y misas de difunto.
Cuando
llegó era día de celebración pues la Iglesia conmemoraba la festividad de “Todos los Santos”, triste fecha en la
que se agudizaba y reverdecía el recuerdo de los que ya emprendieron ese viaje
sin retorno que es la muerte.
La
ironía del destino hizo que Machado, durante el primer día que pasó en Baeza y
por el recuerdo de su esposa, fallecida tres meses antes, también se le hiciera
más triste y doloroso.
En
su caminar solitario se encontró con pocas personas, éstas eran mujeres que caminaban
solas o acompañadas que iban cubiertas con mantos de luto mientras se
encaminaban, sin temor a equivocarse, hasta una cercana iglesia o a visitar el
cementerio en día tan señalado.
Comenzaba
a anochecer y tras el cristal de alguna ventana se veía brillar el resplandor
de alguna amarillenta luz, entonces fue cuando inició el camino de regreso al
hotel mientras sentía con fuerza esa soledad y tristeza que, como fiel
compañera, siempre le acompañó y que él, como fruto de esa mezcla, así lo
reflejó en su conocida poesía…
CAMINOS
Antonio
Machado
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa
a solas con mi sombra y con mi pena.
El río va corriendo
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza.
Tienen la vides pámpanos dorados
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluce y espejea.
Lejos, los montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal; descansan
las rudas moles de su ser de piedra
en ésta tibia tarde de Noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violenta
El viento ha sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está subiendo
amoratada, jadeante y llena.
Los caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle de la sierra.
Caminos de los campos...
¡Ay, ya no puedo caminar con ella!
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