Colaboración de José Martínez Ramírez
Es
todo tan cotidiano
que
hasta mi primo “Raspín”
brinda
con un botellín
de
la Cruzcampo, cada caso,
de
un nuevo capítulo ruin.
Su
sonrisa afable, D. Eduardo,
no
recordará que nos saludamos
en
la Castellana aquel fin
de
semana del mes de abril.
Confieso
que lo he votado,
le
dije; tan contento, le sonreí
y
usted se largó con D. Mariano
en
su coche como un querubín.
Y
pensé… ¡He saludado a D. Eduardo!
Mientras,
él se alejaba con su serafín
mirándose
sus limpias manos.
A
este paso van a conseguir
que
Soraya se fume los habanos
que
guarda D. Mariano para sí
y
que cada voto de sus parroquianos
se
vaya, con música de violín,
en
busca de Rivera a Ciudadanos.
Cuando,
el otro día de mayo,
la
UCO de mi Guardia Civil
nos
levantó al valenciano…
¡Mama
mía, D. Eduardo
eclipsando
cual zascandil
el
chalet de D. Pablo!
Como
el rayo al de Cambil,
la
bicicleta de Urdangarín,
la
barba de Fidel Castro
o
que Sabina toque en Madrid
no
quiere decir, D. Eduardo,
que
cuando suene, sin embargo,
todos
nos olvidemos de ti.
Miento,
nos olvidaremos, amado,
puede
estar seguro que sí,
si
no lo suspende el cascado.
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