Colaboración de Paco Pérez
DE MAYORES SÓLO EN EL “MÁS ALLÁ”
Pedimos
al Señor cosas que tienen un valor pasajero, el dinero es un ejemplo. Solemos hacerle estas peticiones inútiles porque
las hemos elevado a una categoría que no se merecen pues, cuando las poseemos,
tienen el poder de esclavizarnos. La
ambición es quien se encarga de
ponernos sus cadenas, nos acostumbra a vivir en un ambiente irreal y ya no nos
acordamos de pedirle que nos ayude a luchar por la VERDAD y la JUSTICIA, es
decir, por las cosas que no son perecederas. Salomón supo transitar por ese camino de manera sensata y por eso sólo
le pidió SABIDURÍA, Él se la concedió y gobernó con
acierto. Con sus decisiones acertadas alcanzó fama y fue reconocido por sus
contemporáneos como un gran gobernante.
Las
personas también han manifestado siempre su preocupación por lo que les espera
después de morir y por eso, algunos, intentan modificar su comportamiento. Hoy
se nos muestra un ejemplo en el Evangelio:
[17 En aquel
tiempo, cuando salía Jesús al
camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:
- Maestro bueno… ¿Qué
haré para heredar la vida eterna?].
Éste
se preocupó por el “más allá”, algo
inusual entre los jóvenes porque eso sólo suele afectar a los mayores cuando
toman conciencia de que su mochila se va cargando
de años y, a la vez, se va aligerando
de salud.
En
general, actuamos así cuando estas dos realidades se nos presentan y ya “comenzamos a verle las orejas al lobo”
pero… ¿Cuándo éramos jóvenes nos preocupábamos del “más allá” o sólo de “las
cosas terrenales”?
El
ejemplo del evangelio no entra en la
dinámica normal de la realidad social de todos los tiempos porque era un joven diferente
que cumplía con los preceptos de su religión y no tenía problemas económicos. Esa preocupación que muestra por el
“más allá” se le presenta de manera
anticipada porque quienes lo tienen todo tampoco quieren que les falte nada
cuando tengan que hacer el viaje final hasta el Padre.
[18-19 Jesús
le contestó:
- ¿Por qué me llamas bueno?
No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no
matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no
estafarás, honra a tu padre y a tu madre.
20-21 Él replico:
- Maestro, todo eso lo
he cumplido desde pequeño.
Jesús se le quedó mirando con cariño y le
dijo:
- Una cosa te falta:
anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro
en el cielo, y luego sígueme.].
El
joven se alejó pensativo y muy preocupado… ¿Por qué?
Porque
hemos sido educados en un cumplimiento religioso que nos lleva a mirar
demasiado al cielo pero poco hacia
quienes caminan a nuestro lado en la tierra y por eso no nos percatamos de que
muchos de ellos viven en situación de
exclusión y, si se nos acercan, les damos algo insignificante de lo que nos
sobra pero la realidad es que ese comportamiento no es una implicación seria
para ayudar a resolver esa problemática social.
En
tiempos de Jesús, el judaísmo enseñaba
que la riqueza era regalada por Dios a quienes se portaban bien. Como
el joven rico fue educado con ese planteamiento tradicional pues la respuesta
que recibió de Jesús chocó con su educación religiosa y se derrumbó.
Jesús resumió el cumplimiento religioso en “Amar a Dios y al prójimo”,
estos cumplimientos parecen sencillos a simple vista pero llevan consigo muchos
sacrificios y todos no estamos preparados para llevarlos adelante.
Por
desgracia, los cristianos, nos hemos
amoldado a una práctica que se sustenta en realizar actos sin sentido que se
nos transmiten también mediante la tradición y que nunca fueron, ni son,
combatidos desde la información correcta a temprana edad por la familia y por
los responsables religiosos.
La
Palabra del Señor reúne unas características tan especiales que puede ser
entendida por todas las personas que muestren una buena disposición para
recibirla y ponerla en práctica después será decisión de cada uno de nosotros
pero no debemos olvidar que su grandeza le permite conocer si nuestras acciones
son buenas o malas, hasta los más ocultos pensamientos y deseos de nuestro
corazón son tamizados y anotados por Él.
Por esa realidad, cuando nos llegue el momento de rendirle cuentas de nuestros
actos, Él conocerá lo que hicimos y
podrá decidir qué nos merecemos.
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