Colaboración de José Martínez Ramírez
D. FRANCISCO MORENO MARTOS “EL TITO RUBIO”
Los
primeros recuerdos que conservo de él son muy difusos y se desvanecen entre
nieblas y sombras, la única explicación razonable que encuentro para ello es que,
cuando ocurrieron, todo se grababa en blanco y negro. Contribuyó a ello el
ambiente tan sobrecargado que había en el lugar por el humo del tabaco, el mucho
ruido de las voces y alguna que otra carcajada.
Eran
unos años muy duros para las personas pues las jornadas laborales comenzaban y
acababan con la luz del sol y, como no había agua potable en las casas, la tenían
que acarrear las madres en cántaros cargados sobre sus caderas desde la fuente
que había en “El Paseo”, lugar con
baldosines verdes y muchas avispas en verano, o desde los populares pozos
conocidos como “La Noria” o “La Posá”.
Estos
recuerdos son de cuando yo era un niño que vivía en “El Tropezón”, en ese establecimiento, y al que, con muy pocos años,
alguien que allí estaba tomando unas cervezas me llamó y me dijo:
-
Pepe, ¿quieres hacer una cosa y te regalo un duro?
–
Síííí… ¿qué hago?
Entonces
me señaló hacía el viejo televisor que había en el salón, debía pesar más que
un rulo, y muy cerca de él había una mesa con una reunión de amigos, entre
ellos estaba sentado un hombre de pelo rubio que lo peinaba hacia atrás y que tomaba
vino con sus amigos.
Después
de señalármelo me encomendó la fácil misión de echarle en la cabeza algo que
estaba en un cartucho de papel que él me dio, creo que era ceniza de tabaco. Los
amigos que estaban con él eran: Juanillo
“Luiche”, Fernando “Carabo”, Frascuelo y alguno más que no recuerdo.
Cuando
hice mi encargo salí corriendo del salón, él dio un montón de voces, se cagó en
todo lo que volaba y el resultado final de aquella broma no pude presenciarlo.
Desde
ese día comenzó mi relación con el “Tito
Rubio” porque cada vez que se encontraba conmigo me llamaba la atención y
lo hacía mediante amenazas que luego nunca cumplía y también me regalaba,
después de hacérmela, alguna que otra sonrisa. Nuestra relación de amistad fue un
idilio de amor y putadas mutuas con las que nos reíamos mucho y por las que alguna
vez que otra tuve que correr como una gacela
de Tanzania por miedo a sufrir
una muerte violenta.
Hoy
quiero recordarlo después de dejarnos el día 8 de junio de 2017, tenía 80 años
y se fue sin sufrir.
Juana, su mujer y
madre de sus cuatro hijos, también falleció el 22 de junio de ese mismo año. Su
convalecencia no fue larga ni dolorosa y nunca supo que su marido se había ido
dos semanas antes.
Se
casaron el 24 de septiembre de 1964, treinta años antes que su sobrino Pepe, se fueron a vivir a la calle Granadillos nº 13 y tuvieron cuatro hijos que, de mayor a menor,
son Felipe, Avelino, Ana Mari y Paqui. Con quien tengo más relación es con Avelino porque ha heredado de su padre la
costumbre sana de pedirme espárragos y alguna que otra cosilla del campo, de esas
muchas que soy aficionado a coger.
El
“Tito Rubio” y yo compartíamos la misma
afición por la caza, el campo en general y la buena mesa. Por ésta última, a
veces, nos gastábamos lo que teníamos y lo que no y, por esa debilidad, los
cofrades de la “Virgen del Puño”
siempre fueron reacios a buscar nuestra compañía en los bares. Esas situaciones
las respetábamos y siempre llegábamos a un acuerdo y con alguna broma que otra
entre copa y copa.
Como
anécdota y para entender mejor su personalidad, un día nos encontrábamos
hablando en “El Paseo” y nos abordó
una persona, cuyo nombre omitiré porque era cosa de ellos y yo no pintaba nada
en ese asunto. Parece ser que este hombre le intentó entregar una cantidad de
dinero a Francisco, el mismo que él le
había prestado hacía años. Mi “Tito Rubio”
lo miró de arriba abajo, le soltó una larga retahíla de culebras y letanías y
después me invitó a largarnos de allí. Tomando unas cervezas me contó que le
prestó ese dinero porque le prometió en su día que se lo devolvería antes de la
boda de uno de sus hijos pues ya tenía que casarlos a todos y, como sabemos, en
las bodas se necesita hasta el último euro, entonces pesetas. Cuando acabó le
di mi opinión y le dije:
-
El dinero era tuyo y tenías que haberlo cogido.
Me
miro a mí también de arriba abajo, se cerró aquel capítulo de nuestras vidas y hasta
hoy.
Hasta
donde conozco, su vida fue tranquila pues tuvo suerte en cuanto al trabajo y la
familia. Aunque los disgustos de nadie huyen pues con él no pudo ser de otra
manera y, aunque sufriera alguno que otro, también es verdad que vivió como le
dio la gana siempre pues, aunque fuera miembro también del enorme ejercito de
pobres, jamás faltaron en su casa aquellos caprichos culinarios a los que era
muy aficionado y no para consumirlos sino para ofrecerlos a sus invitados.
Hoy
quiero recordar a estos dos esposos para proclamar que fueron dos personas
honestas a los que muchos echaremos de menos siempre.
LA LUNA
Dedicado a D. Francisco Moreno Martos
“El Rubio de Ana María”
Siempre
sonríes, cuando vas y cuando vienes.
A
veces te escondes y, entre el algodón
oscuro,
en la inmensidad desapareces.
Inspiración
de poetas, lumbre fría de Colón.
De
enamorados, citas los jueves,
bandera
de oportunista santón.
Novia
de la mar, sueño del grumete,
y,
de las brujas, antigua estación.
A
veces, vives en al agua de fondo verde
de
“El Pilar Redondo”, tu piel de
cristal bailón,
se
mece en las olas de los muchos peces,
donde
fondea el barbo pero no hay salmón.
Duermo
escuchando su caño, a veces,
caer
con suavidad, en aquel rincón,
donde
el brillo de su agua no es inerte
pues
da vida a cualquier mirón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario