Colaboración de Paco Pérez
ALMENARA Y SUS PERSONAJES
CAPÍTULO VI-D
Ya
comenté que los labradores que vivían en esa “cortijada” no se comportaban de la misma manera con los asalariados
y estos tratos dispares no pasaron inadvertidos para ellos, con el paso de los
años se comprobó que el dolor que les causaron no fue olvidado. No lo fue
porque cuando no pasamos la página de las ofensas éstas se acumulan en nuestro
interior, emergen con virulencia más adelante y nos empujan a pasar la factura
a quienes no lo hicieron bien con nosotros.
Dicen
que todas las reglas tienen su excepción y el relato que hoy presentó también
la tuvo. Este hecho real me obliga a ser justo con la figura, ya desaparecida,
de una señora que dejó en nuestro pueblo una huella imborrable, se llamaba Esperanza Torres Castellano “La mediquilla”.
Se
la conocía así porque su padre, D.
Miguel Torres Ciprián, ejerció como médico de su pueblo durante bastante
tiempo.
Como
profesional fue un genio de la medicina pero prefirió ejercerla en Villargordo (Jaén) y no en poblaciones de más categoría. Con el paso de los años
los políticos le reconocieron su labor y le pusieron su nombre a la calle donde
estaba la casa en la que vivió con su familia y atendía en consulta a los
enfermos.
Ésta
fue heredada por Esperanza, su hija
menor, y en nuestros días el propietario es el señor Cristóbal Vivanco Torres “Benito”.
D. Miguel y su esposa Emilia Castellano Aranda tuvieron otras
dos hijas más, María Antonia y Rosalía.
Esperanza fue una
señora en todos los sentidos de la palabra porque reunía unas condiciones
inigualables : Guapa, trato excepcional
con los trabajadores, muy caritativa y bondadosa, una cristiana muy devota de la Virgen
en la advocación del “Amor Hermoso”,
muy buena vecina … Se le podrían
agregar muchos más apelativos pero como nunca llueve a gusto de todos pues tuvo
en su vida el “pero” de que no le
fue bien en su matrimonio pues casó con un señor que no supo valorar a la gran mujer
que tenía en casa y un tiempo después la abandonó, no tuvieron hijos.
Este
cortijo era de su esposo y en él tenían fijada su residencia habitual pero
también pasaban largas temporadas en la casa del pueblo que ella heredó de su
padre. Cuando Esperanza venía a ella
los villargordeños necesitados acudían a visitarla como las hormigas, unos iban
y otros venían, porque sabían que algo se llevaban de lo que cosechaba o de lo
que tuviera en la despensa: Trigo, cebada, garbanzos, lentejas, aceitunas
curadas, dinero, aceite… A todos los que
acudían socorría… ¡¡¡Nadie se preocupaba de atender los problemas ajenos, ella
sí!!!
El
aceite lo guardaban en tinajas de cerámica que estaban ancladas en agujeros
abiertos en el suelo para que no se volcaran y ella se inventó una estrategia muy
buena para no tener que dar cuentas al marido sobre el aceite que regalaba a
los necesitados… ¡¡¡La misma cantidad de
aceite que regalaba se la reponía con agua a la tinaja!!!
Tanto
fue el cántaro a la fuente que en una ocasión se puso en peligro el invento
pues debió dar más aceite de lo habitual, el marido descubrió que había más
agua de la normal en la tinaja y le preguntó:
-
Esperanza… ¿no has observado nada
raro en el aceite de esta cosecha?
–
No… ¿Qué le pasa? – le preguntó ella
haciéndose la sorprendida.
–
Que ha desnudado pronto y ha soltado mucha agua – le contestó él.
-
Bueno, otro año vendrá de otra manera la cosecha, entonces desnudará menos y
también traerá menos agua.
Después
de esta respuesta el marido dio por zanjado el asunto, aceptó su buena
reflexión y ella continuó con sus regalos a pesar de lo que habían hablado.
Cuando
España padeció los horrores de la Guerra Civil, tanto en la zona nacional como en la republicana, muchas personas se vieron
afectadas por las acciones incontroladas de ambos bandos y los habitantes de
los pueblos y ciudades sufrieron similares desgracias: Muerte de familiares y pérdida de las propiedades. Estos hechos también afectaron a algunas personas de Villargordo (Jaén) pero a Esperanza
no le pasó nada porque la respetaron todos a pesar de ser una mujer que ya
vivía sola… ¿Por qué?
Porque
las buenas acciones que realizó en el pasado se convirtieron en unas excelentes
semillas que sembró en las buenas gentes, no sirvieron de alimento a las aves
de rapiña, en su momento germinaron, dieron buenos frutos después y entonces
ella fue recompensada con una buena cosecha de respeto.
¿Por qué opino así?
Porque,
como decía mi abuelo Paco, a las pruebas me remito: Sus propiedades no fueron
confiscadas por los milicianos y en un momento muy delicado habló con energía y
salvó la vida de un familiar, la de su sobrino.
Su
hermana María Antonia estaba casada
con un señor “cortijero” que era
conocido como el “Chavea”, fue
alcalde antes del conflicto y uno de los primeros fusilados por los milicianos.
Este
señor dejó viuda, una hija y un hijo y por esa razón Esperanza,
hermana y tía, los acogió en su casa después de la desgracia del padre.
Un
día fueron hasta su casa tres milicianos armados, llamaron a la puerta, ella
les abrió, pasaron al interior y, en presencia de todos los componentes de la
familia, le comunicaron que tenían la orden de que el sobrino los acompañara.
Como
ella conocía el significado de aquellas suaves palabras se enfrentó a ellos y
les preguntó:
-
¿No habéis tenido bastante con haberle
quitado la vida a su padre?
Estas
palabras llenaron de silencio el lugar y paralizó al grupo, ella no se arredró
y cargada de fuerza moral siguió haciéndoles frente:
-
A mi hermana, que es su madre, ya la
habéis dejado viuda… ¿También le vais a quitar ahora a su hijo?
Bajaron
la cabeza, salieron de su casa y ya no regresaron más para molestarla.
El
muchacho, por culpa del sufrimiento que recibió por la muerte del padre y temiendo
por su vida si regresaban de nuevo a por él, estaba atemorizado por culpa del
recuerdo de aquella visita, enfermó y un tiempo después murió muy joven.
Para
alegrar el espíritu de las personas que nos leen, voy a recordar una anécdota
curiosa que escuché muchas veces de mi esposa y que fue protagonizada por dos
célebres señoras del pueblo, las que eran muy graciosas y muy amigas… ¡¡¡Las
inolvidables Paula “La Cachorra” y Juliana “La Pintá”!!!
Juliana vivía en la
misma calle que Esperanza, en la
casa que sus padres tenían en la acera de enfrente.
Un
día, Juliana y Paula estaban hablando de sus cosas y, de pronto, Paula se quedó mirando muy fija a Juliana sin intervenir en la
conversación. Ésta, como conocía muy bien a su amiga, se quedó muy sorprendida
al verla en ese estado y le preguntó:
-
¿Qué te pasa?
Paula no le
contestó de inmediato, siguió mirándola en silencio y después de unos minutos
le dijo:
-
Juliana, te estoy mirando desde hace
un rato… ¡¡¡Y mira que eres fea!!!
Juliana quedó muy sorprendida
por lo que le dijo su amiga y le contestó con un repente desconocido en ella:
-
¡¡¡Miiira, leeeche, si eso me lo hubiera
dicho mi vecina Esperanza pues me hubiera callado pero que me lo digas tú que
eres todavía más fea que yo!!!
Esa
era la respuesta que esperaba Paula
de ella y, cuando la recibió, comenzaron a reírse.
Emilia
Castellano Aranda,
la madre de Esperanza, debió tener
algún problema y en sus rezos se echó una promesa: [Hacerle a la virgen del “Amor Hermoso” una capilla.].
Pasó
el tiempo, murió y no la cumplió pero sus hijas sí mandaron construirla en el
año 1942.
Esperanza estuvo al
frente de la Cofradía de esta
advocación hasta su muerte, pagando siempre los gastos que se originaban
durante los actos que se celebraban en la parroquia en el mes de mayo:
-
Las “Flores”, durante todos los días
del mes.
–
El día 31 había misa por la mañana, los niños/as recibían en ella la “Primera Comunión” y por la tarde
acompañaban en la “procesión” a la
imagen que recorría las calles de nuestro pueblo.
A
su muerte, Magdalena Martos Torres “La Chocolata” continuó con su labor
hasta que también murió y ahora hay un “Junta
de Gobierno” que administra, anualmente convocan una Asamblea y en ella, mediante un sorteo, se elige entre las
asociadas la “Hermana Mayor” que
presidirá los actos de la fiesta el año siguiente.
Hubo
una señora, conocida como Anica, que
estuvo cuidándola durante muchos años y cuando ella también envejeció Esperanza contrató a otra señora joven
que las acompañara y realizara las labores de la casa.
Anica era viuda y su
fidelidad con ella fue tan ejemplar que estuvo a su lado hasta que murió, a
pesar de que sus hijos y nietos estaban en Barcelona.
Al
morir Esperanza se levantó el
testamento, en él estaba también su amiga fiel Anica pues le legaba la casa
de sus padres y unas fincas de olivar.
Esta señora
marchó a Barcelona
después de que muriera su amiga y ella murió también al poco tiempo. Sus hijos
vendieron después el olivar y la casa que heredaron, el señor Cristóbal Vivanco Torres es el actual
propietario de la vivienda.
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