Colaboración de Paco Pérez
AYUDAR AL DÉBIL
La
figura del “buen padre” siempre
estuvo presente entre los hombres, Dios siempre se preocupó del pueblo de Israel en determinados momentos de su historia: Rescatándolos de la
esclavitud que padecían en Egipto;
solucionándoles sus necesidades de alimentación y, cuando entraron en la “Tierra Prometida”, cumplió la promesa
que les hizo pues ya pudieron comer de los frutos de ella, el “maná” ya no lo necesitaron más.
Lamentablemente
y a pesar de estas verdades de Dios,
los hombres escuchan y se inclinan
ante quienes tienen poder pero pasan de largo ante quienes más necesitan. Jesús nos enseñó el camino contrario,
su preocupación por los DÉBILES.
La
incomprensión y el egoísmo aparecen una vez más como uno
de los elementos entorpecedores de la convivencia en el ámbito social y familiar. Para Jesús
todas las personas eran iguales pero para quienes dirigían la espiritualidad
del judaísmo no y por eso ellos le criticaban que acogiera a los publicanos y pecadores. Él, para
mostrarles la falsedad de sus principios les propuso una parábola en la que
quedaban al descubierto los comportamientos ruines de estas personas: El hijo inconformista que rompe la armonía
familiar al pedir su parte de herencia, el propietario
que no trata bien a sus trabajadores, el hijo
egoísta que ve en el regreso del hermano
derrochador un peligro y no un motivo de alegría, los escribas y doctores que
mostraban al pueblo un comportamiento
racista y excluyente pues ellos
eran la gente buena y digna pero no sabían que Jesús se identificaba con los
marginados.
Como
ejemplo a imitar tenemos al padre
que: complació al hijo para
respetarle su deseo, sabiendo qué peligros le esperaban; sufrió en silencio su marcha; no podía descansar desde que se
marchó; esperaba ilusionado su regreso; lo perdonó al regresar y organizó una
fiesta para celebrar su vuelta.
Pablo nos habla de
lo que representa para los hombres el hecho real de la venida de Jesús. Según él, los hombres debemos
aceptar que el mundo espiritual hay que entenderlo en dos etapas bien
diferenciadas, “hasta Jesús y después de
Él”.
Por
este planteamiento el hombre quedó liberado del formato que había en el pasado pues, según él, todos caminaban
con el convencimiento de que eran buenos o malos y este error propiciaba que
las apariencias reinaran en la sociedad. Jesús,
conocedor de esa mentira, les abrió los ojos en el sentido contrario y Él, siendo inocente de todo, se entregó
en un acto de reconciliación para
que se nos perdonara el pecado.
Para
conseguirlo deberemos estar en paz con
Dios y, si lo hacemos, viviremos
unidos y en paz con los otros hombres.
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