Colaboración de Paco Pérez
LA MAYORÍA CONDENA, JESÚS NO… ¿QUÉ HACES TÚ?
Dios planificó para las personas un mundo de ensueño pero nosotros
nos hemos encargado de estropear ese plan, poco a poco, desde el comienzo. Pienso así porque no puedo
aceptar el planteamiento de muchos, que el diseñador nos castiga y permite que
vivamos en este mundo caótico.
Esta historia comenzó en un espacio ideal
para vivir, una mujer y un hombre quedaron ubicados en él para que lo
disfrutaran y, además, recibieron de Dios
una Ley que debían respetar… ¿Aparece en este relato bíblico algún punto
en el que se establezca una diferenciación de responsabilidades entre ambas personas?
La mujer
fue puesta por Dios junto al hombre en
igualdad y
con la misión de que le “ayudara” pero
no le dio potestad a él para que la subyugara. A pesar de esta evidencia algunos
“colectivos” acusan a “nuestra religión” de haber causado a
las mujeres mucho daño por el “machismo”
de ella pero considero que esta condena
es un “mantra” que está montado por
personas muy subjetivas que sólo se preocupan
de sus intereses y no de averiguar dónde está el origen real de sus males
históricos.
Si
viajamos con la Biblia al comienzo
de los tiempos nos encontraremos en Génesis
3, 4-6: [Y dijo la serpiente a la mujer: No,
no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis se os abrirán
los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal.
Vio, pues, la mujer que el árbol era
bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él
sabiduría, y tomó de su fruto y comió; y dio también de él a su marido, que
también con ella comió.].
Al desobedecer
ambos la LEY sufrieron las
consecuencias de su acción, se dieron cuenta del error cometido y entonces
comenzó el hombre a tomar medidas
preventivas con la mujer porque, debido
a su debilidad y capacidad de persuasión, ambos habían perdido el regalo que Dios les hizo.
Inspirados
en esta experiencia los hombres
establecieron un esquema patriarcal
y lo regularon con unas normas egoístas para atar a las
mujeres: Ellas serían “propiedad de los
hombres”, primero del padre y después del esposo; tendrían el “deber”
de moler el trigo; cocer el pan; cocinar; tejer; hilar; lavar el rostro,
las manos y los pies de su esposo; lo satisfarían sexualmente y le darían hijos;
permanecerían en el hogar y no tendrían vida social; saldrían a la calle
acompañadas y con el rostro cubierto con un velo… Jesús tuvo tiempo de conocer estas formas de comportamiento pues formó
parte de una familia judía y vivió en un pueblo pequeño durante muchos años. Con
esta experiencia, un día le llegó el momento de evangelizar a la sociedad de su
tiempo, comenzó a recorrer los poblados y así fue cómo les enseñó que Él no estaba conforme con el modelo social que los hombres habían establecido para las mujeres. Con su ejemplo nos enseñó que Dios no tenía culpa de la deriva
negativa que habían tenido las “relaciones
entre los hombres y las mujeres”.
La
confirmación de lo dicho viene cuando los escribas
y los fariseos llevaron ante Jesús a una mujer que era acusada de “haber
cometido adulterio”. Éstos fueron muy
injustos porque no le mencionaron al varón
y sí “humillaron y condenaron” a la mujer… ¿Por qué le hicieron a ella esta faena?
El
comportamiento de estos hombres fue muy grave porque la Torá, el libro de la ley
mosaica de los judíos, exigía al varón:
[No poseer ni desear a una mujer de otro hombre.].
Lo curioso del
hecho fue que una ley en vigor destinada a reprimir un delito de los hombres se aplicara
para castigar con dureza a las mujeres y dejara libres de falta a los hombres.
Además
de lo dicho había otra razón: [Los romanos no
autorizaban que los judíos lapidaran a las personas pero ellos ejecutaban a las
mujeres con ese procedimiento.].
Lo
que realmente pretendían era poner a Jesús
en un aprieto pues si autorizaba la ejecución “iría contra las leyes de Roma” y si lo prohibía entonces actuaría contra
la “Ley de Moisés”. Como Jesús no soportaba la hipocresía social que habían
construido los varones pues por eso
desarmó a quienes la acusaban con esta frase lapidaria, está en Juan 8, 7: [Como
insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que de vosotros no tenga
pecado, que le tire la primera piedra”.].
Con
estas palabras solucionó el problema que le plantearon, nadie le tiró piedras y
se marcharon. Cuando estuvieron solos le habló a ella. Está recogido en Juan 8, 10-11:
[Jesús se incorporó y le preguntó:
- Mujer, ¿dónde están tus acusadores?;
¿ninguno te ha condenado?
Ella contestó:
- Ninguno, Señor.
Jesús dijo:
- Tampoco yo te condeno. Anda, y en
adelante no peques más.].
Si
leemos con objetividad el texto
comprenderemos que la cultura se convierte “por culpa de los hombres” en normas religiosas, en culto, en falsa historia… El tema planteado es una consecuencia de esta
realidad y los cristianos, para que
no nos zarandeen estas tendencias, tenemos la obligación de beber en nuestra
fuente, la Biblia. De hacerlo así
comprenderemos, con relatos como el de hoy, que Jesús no fue enviado con la misión de condenarnos sino de salvarnos.
También
os quiero llamar la atención sobre la fuerza que tiene la “VOZ de nuestra conciencia”, si la escuchamos. Gracias a ella, los
que iban a lapidarla, reconocieron que también eran pecadores y se marcharon.
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