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martes, 28 de mayo de 2019

NUESTRO ENTORNO


Colaboración de Paco Pérez
PARAJE “LA PIEDRA EL ALTAR”
Una mañana fui hasta el olivar que la familia tiene en este paraje para comprobar cómo iba la poda y, una vez acabada la exploración ocular, ascendí hasta la meseta que lo corona y la pateé tomando imágenes con la cámara. Veamos algunas de las fotos que grabé desde el altozano. Conozcamos las bondades de ese lugar:
1.- Desde él se puede observar cómo discurren las aguas del Guadalquivir por los humildes meandros que él mismo construyó para que sus aguas se deslizaran hasta que desemboquen en el océano.

2.- En su margen derecha se puede observar Campillo del Río (Torreblascopedro), un pueblo que fue construido en la década de 1950 dentro de un plan de ayuda a las clases desfavorecidas que puso en marcha el gobierno de Franco. Para gestionar este proceso se creó el Instituto Nacional de Colonización, el INC.

Entre 1945 y 1970, el Instituto Nacional de Colonización, el INC, construyó más de 300 pueblos y a ellos se trasladaron a vivir muchas familias.
Estas construcciones se realizaron junto a nuestros principales ríos: Duero, Tajo, Guadiana, Guadalquivir y Ebro.
A los colonos se les adjudicó: Una casa; una parcela de cultivo, sus medidas estaban comprendidas entre las cuatro y las ocho hectáreas.
Las tierras repartidas fueron expropiadas a los terratenientes pero el conjunto de sus propiedades mejoró mucho porque eran cultivos de secano y se transformaron en cultivos de regadío, todos ganaron pero si somos realistas deberemos aceptar que los más beneficiados fueron los terratenientes.

Los indigentes colonos aceptaron ser “tutelados” durante cinco años por la administración y en ese tiempo tenían el compromiso  de seguir el plan de explotación diseñado para cada lote.
El INC les daba semillas, abonos, insecticidas, ganado vacuno y caballar, y un anticipo de las contribuciones y renta de la tierra. El importe de lo recibido sería pagado por el colono con un porcentaje de sus cosechas. Cuando acabara la tutela, amortizarían el valor de la tierra a un interés del 3% anual, siendo los plazos de entre 15 y 25 años para la tierra y 40 años para la casa. Cuando pagaron la cantidad total recibieron de la administración el “título de propiedad” de ambas propiedades.
Yo era un niño cuando se construyó Campillo del Río y recuerdo bien el trabajo que dio a los villargordeños durante los años que duraron las obras. Muchos de los que allí trabajaron aprendieron los secretos de la albañilería y después, en nuestro pueblo, trabajaron en ella.
Cada día, por la mañana, nuestros paisanos tenían que ir al trabajo andando, la mayoría, y en bicicleta, los menos. Era así porque Villargordo estaba a varios kilómetros del río, al llegar a la orilla  lo tenían que cruzarlo en barca, desembarcaban y caminaban hasta Campillo. Al acabar la jornada laboral tenían que hacer el recorrido inverso… ¡Llegaban a sus domicilios al atardecer!
Después de un tiempo trabajando a diario las economías familiares tomaron aire fresco, las bicicletas se popularizaron, el desplazamiento se agilizó con ellas y el descanso de los trabajadores mejoró.
Las fotos de Campillo del Río me han traído el recuerdo de estas realidades y también porque en el año 1973 fui destinado como “Maestro de Primaria” en propiedad definitiva a un pueblo de colonización, Solana de Torralba (Úbeda). Pasé dos años maravillosos en compañía de aquellas familias.
El grupo escolar tenía adjudicada una parcela para que en ella se enseñara a los niños los secretos de los cultivos agrícolas y para que el rendimiento de las cosechas se les ingresara a ellos en unas cartillas bancarias.
Observando los alrededores del lugar descubrí, al tomar una posición diferente y desde la lejanía, que se veía la ermita del “Señor de la Salud” con la ayuda del objetivo de la cámara.
Cambiando de posición en el paraje también pude observar unas buenas imágenes de Jabalquinto.



De regreso hasta el punto de partida iba caminando por el olivar de la meseta y me encontré los restos de una casilla. Cuando estuve ante ella di por ello que en ella vivió una familia en el pasado. Caminaba a su encuentro y pensé en un deseo imposible… ¡Que me hablaran las paredes de ella para que pudiera conocer las historias que vivieron sus ocupantes durante el tiempo que la ocuparon!


Como despedida del lugar presencié la grandiosidad y belleza de Sierra Mágina.



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