Colaboración de José Martínez Ramírez
Pasan
los años como relámpagos
y
sigo cerrando mis viejos ojos
con
la intención de verte mejor.
Entre
trigales suaves una amapola
que,
de tanto mirar de reojo,
rebosó
mis bolsillos
de
la estúpida sal de Lot
para
lamer en mis heridas
que
no paran de sangrar,
por
la ausencia impertinente.
Los
besos que esperan
hacen
poesía del tiempo,
la
mañana llega hospitalaria.
Es
justa la fama de su risa
en
esta Granada madrileña.
Su
mar sigue azul y en su mano
trae
a un Neruda misterioso.
En
este amanecer los árboles
se
mecen con el viento,
los
pájaros de mayo cantan
y
no paran de brillar,
es
cierto que te veo en ellos
tan
libres, tan inquietos,
impredecibles,
como
abejas que traen miel
a
los labios, mientras otras
apuñalan
el corazón y después
se
meten conmigo en mi cama.
Quiero
parar el tiempo
justo
en este momento
en
el que un perfume dulce
de
paraíso me invade,
y
me ayuda a perder la memoria
dolorosa
en las aguas,
e
impasible con las rosas.
Con
mis ojos cerrados te veo
cómo
la brisa te abanica
con
las alas suaves de cisnes
lejanos
y vagos de Darío.
Agotando
ya la vida
que
se muere paso a paso.
Una
libélula parada en el lago
sonríe
como la primavera,
tímida
como un niño
y
expresiva con exceso.
Abracé
el eco del susurro marino,
engullí
la sal de los astros de ensueño,
me
perdí halagüeño en el fuego
de
los pétalos de seda tan ciegos,
naufragué
en mi empeño
más
no hallé trenes diarios
para
llevar tu armonía,
y
que todo el mundo te conociera
Navarra
flor de la canela,
Andaluza
del jazmín moruno,
Catalana
del Cervantes más fiero.
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