Colaboración de Paco Pérez
¿LO SEGUIMOS?
Los
grupos humanos siempre han estado enfrentados y en nuestros días también pero
si profundizamos un poco nos percatamos pronto de que el origen de estos
problemas siempre estuvo, y está, en las mismas debilidades humanas: Creernos
superiores por el hecho de “pertenecer a”,
considerar que nuestro camino es el
único, tender con facilidad a romper,
unir poco y olvidarnos pronto de que la unión
facilita el éxito y la ruptura conduce al fracaso.
Comportándonos
así es fácil crear un clima social negativo y de ahí que en Palestina existieran diferencias
irreconciliables entre Judea, Samaria y Galilea… ¿Por qué?
Los
judíos se consideraban la élite
porque tenían la ciudad santa de
Jerusalén, el Templo y un nivel cultural más elevado que los
demás; a los samaritanos los acusaban
de herejes y paganos porque daban culto a Dios
en el monte Garizim, sagrado para
ellos, y a los galileos los tenían por
incultos y paganos, como eran muy nacionalistas les denunciaban sus injusticias.
Si
nos fijamos en las enseñanzas de la Biblia
nos percataremos de que Dios siempre
actúa pero lo hace con su método. Nosotros le pedimos y necesitamos respuestas
inmediatas pero Él las da cuando lo
cree oportuno o nos corresponde.
¿De qué sirvió a los judíos tenerlo todo
favorable para ser los mejores si no demostraron la grandeza que decían tener
cuando vino Jesús y, al no saber reconocerlo, lo mataron?
De
nada. Cuando Jesús fue a Jerusalén denunció la mentira humana
que había organizada en el Templo, con
sus acciones rechazó las interpretaciones
erróneas que los doctores de la Ley
hacían de ella y la miseria en que
tenían que vivir las personas por la mala gestión de los poderes oficiales.
Los
judíos, amparados en la creencia de
su grandeza, cuando Jesús hacía sus prodigios ellos opinaban despectivamente de
Jesús y decían: [De Galilea no puede venir nada bueno.].
Jesús, con sus buenas
obras y sin dar explicaciones, les
demostró que los hombres podemos engañar a la sociedad durante un tiempo pero,
más tarde o más temprano, se nos ve el plumero y entonces quedamos donde nos
corresponde. Opino así porque considero que Él, para valorar a las personas, no se fijaba en cómo vestían o qué
decían sino en qué hacían con los demás y en cómo eran por dentro… ¿Por qué digo esto?
Porque
Jesús no se equivocó al elegir a los
galileos como discípulos, y más incultos no podían ser. Leemos MATEO 4, 18-22:
[Paseando junto
al lago de Galilea vio a dos
hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, pues eran
pescadores.
Les dijo: venid y
seguidme y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y le
siguieron.
Y pasando adelante vio
a otros dos hermanos, a Santiago,
hijo de Zebedeo y a Juan, que estaban en la barca repasando
las redes. Jesús los llamó también.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.].
También
consideraban muy mal a los samaritanos
por no subir al Templo de Jerusalén a dar culto a Dios y sí hacerlo en Garizim pero esos planteamientos
quedaron sin valor porque los evangelios nos enseñan con sus ejemplos que Jesús se retiró a orar en el “Monte de los Olivos”… ¿Por qué no se fue al Templo de Jerusalén?
Porque
Él enseñaba de verdad, lo que decía lo
hacía de manera sencilla y práctica, por eso creo que lo importante es rezar y
no el lugar donde lo hagamos.
También
apoyó la grandeza de los samaritanos
cuando les enseñó una parábola y, poniendo a uno de ellos como hombre bueno en
ella, no dejó muy claro que ellos sí tenían un comportamiento ejemplar con el prójimo…
¿Por qué no puso a los judíos de
ejemplo?
El
pueblo había sufrido la deportación, consideraban que Dios los había abandonado y su ignorancia les hacía reprocharle lo
que les había ocurrido pero Él siguió
ejecutando su plan con rectitud y nombró al profeta Isaías para que en esos días complicados que les esperaban él les
anunciara las cosas futuras, los mantuviera unidos durante el cautiverio, no se
olvidaran de sus principios, no perdieran la esperanza de la liberación y para
que les anunciara que el Mesías
vendría.
Unos
ocho siglos después, Jesús ya había cumplido
su misión, se habían organizado en distintas ciudades algunas comunidades
cristianas como fruto de la intensa labor evangelizadora que el apóstol Pablo realizó. Él tenía un grupo de
colaboradores y, cuando iba a visitar las comunidades, ellos quedaban al
frente. Cuando estaba de viaje los orientaba con CARTAS porque hasta él llegaban noticias de las disputas que había
y con ellas intentaba que no se perdiera lo logrado, mandándoles consejos
sabios y objetivos. Como ejemplo leemos 1ª
Corintios 3, 5-9:
[Yo planté, Apolo regó, pero Dios produjo el crecimiento. Por tanto,
ni el que siembra es gran cosa ni el que riega, sino Dios el que hace crecer.
El que siembra y el que riega van a lo mismo, y cada uno recibirá su propio
salario proporcionado al trabajo. Pues somos colaboradores de Dios; y vosotros
sois la finca de Dios, la construcción de Dios.].
Queda
muy claro que nuestra misión es arrimar el hombro para construir pero nunca
para romper lo que con esfuerzo se ha levantado.
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