Colaboración de Paco Pérez
EL PENSAMIENTO ÚNICO A LA DEBILIDAD DE PENSAMIENTO
Texto publicado el 16 de mayo de 2020, en “ESCUCHA DE LA PALABRA”, por Paco Echevarría.
EL MÁS ALTO PODER (Mt 28,16-20)
En
el último domingo de la Pascua -el que precede a Pentecostés- se nos habla del
envío misionero de Jesús. Antes de desaparecer, encarga a los suyos recorrer el
mundo y hacer discípulos de todos los pueblos. No dice Jesús que formen un solo
pueblo, bajo un solo poder, con una sola cultura y regido por las mismas leyes,
sino que hagan discípulos sin que importe el pueblo al que pertenezcan. El
evangelio encierra dentro de sí una dimensión de universalidad más allá de
razas, culturas, lenguas, filosofías... Más allá de todo lo que los hombres
utilizamos para establecer diferencias y vallas entre nosotros.
En estos tiempos en que soplan fuerte los vientos nacionalistas y las minorías
reclaman -no digo que sin derecho-
el respeto a sus características propias, el Evangelio aparece como una
propuesta de unidad desde la diversidad. Los hombres de mente y corazón
estrecho temen todo lo que es diferente y entienden la unidad como uniformidad,
por eso excluyen lo que no es conforme a sus criterios y luchan contra todo lo
que no encaja en su visión de la realidad. Cuando logran seducir a los pueblos,
los conducen hacia un abismo de soledad y pobreza.
El pensamiento cristiano -aunque haya cristianos que no tengan este
pensamiento- entiende que la unidad de los hombres se construye sobre la
diversidad de los mismos y, por ello, valora, potencia y asume los elementos
que caracterizan a un pueblo o a una cultura. La diversidad es fuente de
enriquecimiento muto. La uniformidad conduce al empobrecimiento de todos, como
el pensamiento único, a la debilidad de pensamiento. Aparece en la Biblia un
pasaje que puede ser considerado -al menos a mí así me lo parece- una de las
más antiguas y duras críticas del totalitarismo subyacente en el discurso de
quienes, so pretexto de defender lo propio, no dudan en excluir lo diferente:
el relato de Babel. El autor sagrado se refiere a Babilonia: un sólo pueblo,
una sola lengua (cultura), un solo poder para gloria de sus dirigentes
autoerigidos en dioses. Frente a este modo de entender el mundo, la Biblia, con
el Evangelio a la cabeza, predica la igualdad esencial de todos los seres
humanos -imágenes de Dios por nacimiento e hijos suyos por adopción- y su
universal vocación a la unidad.
Jesucristo dice a los suyos: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la
tierra”. El suyo es el más alto poder y, por ello, el único poder legítimo y
auténtico. Y lo es porque es el único poder justo. En el mundo de los hombres
el poder, primero, endiosa -y, dado que un hombre convertido en dios es un
tirano, a más poder más injusticia y más crueldad- y, luego, entontece -porque,
al creerse divinos, nadie, ni ellos ni sus adoradores, critican sus ideas-. Tal
vez por eso no sea voluntad del cielo que todos los hombres formen un solo
pueblo, pero sí que todos los corazones sean uno. El más alto poder sólo es el
poder de Dios. Los otros poderes sólo son el espejismo de la vanidad de los
hombres.
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