Colaboración de Paco Pérez
LAS KATIUSKAS
Capítulo I
Este breve relato es un sencillo homenaje a tres graciosos villargordeños
que trabajaron de molineros manejando maquinarias rudimentarias que necesitaban
ser complementadas con su esfuerzo para obtener de las aceitunas nuestro
apreciado ACEITE y que a pesar de todo les sobraba alegría, tiempo e ingenio
para gastarse bromas, reírse mucho con ellas y después seguir siendo amigos.
En
la década de los cincuenta la “Haciendo
el Palo”, también conocida como “Villa
Conchita”, tenía unas dieciocho mil olivas y en aquellos años pertenecía a D. Saturnino Planas, un señor que
residía en Sevilla y que solía venir
por Villargordo en Navidad. Yo era un niño en aquellos
años pero recuerdo muy bien su presencia en nuestra parroquia la Nochebuena para asistir a la “Misa de Gallo” o “Misa de los Pastores”, siempre acudía acompañado de su numerosa
familia y cuando llegaba el momento de comulgar él se ponía al frente de ellos y,
uno tras otro, caminaban por el pasillo de la nave central para ir a recibirla.
Unos años después puso la finca en venta y ya no se repitió esa entrañable estampa
navideña de familia cristiana pero que aún la conservo en mis recuerdos
infantiles.
En
aquella época esa finca de olivar daba mucho trabajo a las personas de nuestro
pueblo durante todo el año y, de manera especial, en la recolección de la
aceituna y en la “fábrica de aceite”.
A
pesar de ser unos tiempos difíciles en el plano económico las personas vivían
sin rencillas, sólo se preocupaban de buscar trabajo para que así no faltara lo
esencial a sus familias y en divertirse durante sus ratos libres en el bar
jugando a las cartas, al dominó o gastándose bromas en las tertulias de las
esquinas o donde la ocasión se presentaba. En esta última faceta eran unos
genios inigualables y por esa realidad ocurrieron los hechos de este relato.
Era
invierno, la recolección de la aceituna había comenzado y en la almazara de
esta finca trabajaban, durante el turno de la noche, tres personajes
inolvidables de aquella época, ya fallecidos: Francisco Moreno Aranda “El Cuco”, Juan Mateos Jiménez “El Minico” y Jacinto González Cárdenas “Gallo Gordo”. No era fácil el trabajo que
realizaban pero ellos se las ingeniaban para hacerse algunas de sus travesuras mientras
curraban.
En
esta ocasión la víctima elegida para recibir su broma fue el señor Jacinto y para ello Juan y Francisco organizaron el montaje
con antelación, lo hicieron al acabar la jornada laboral. Estuvieron estudiando
los detalles durante varios días, mientras tomaban unos vinos en el bar. Los
bromistas acordaron que, el día que se la harían, se irían al trabajo juntos,
lo harían antes de la hora de costumbre para que Jacinto llegara después que ellos y durante ese tiempo le
prepararian la trastada.
Cuando
llegaron a la fábrica se fueron a los vestuarios para cambiarse el calzado y la
ropa que llevaban, se pusieron el mono y las botas katiuskas pues éstas, al ser
de goma, impedían que se les mojaran los pies con el agua y la jamila que
siempre había en el suelo y en los patios de la almazara.
Juan estuvo atento a
la llegada de Jacinto, se hizo el
encontradizo con él, ya vestido con la indumentaria del trabajo, para que no se
distrajera y se fuera de inmediato a los vestuarios a cambiarse, le metió prisa
dándole una noticia falsa:
-
¡No te entretengas que está el maestro
de prensa preguntando ya por ti!
Jacinto, mostrándose
preocupado, le dijo:
-
¡Ya mismo estoy cambiado y voy a ver que
quiere!
Mientras
tanto, Francisco ya le había puesto
en cada katiuska una badilada de ascuas y se marchó de los vestuarios por otra
puerta.
Jacinto se vistió rápidamente
con el mono, se sentó en un banco para ponerse las botas, sintió calor, se
mosqueó y no dijo nada pero al ponerse de pie fue cuando los calcetines
entraron en contacto con el calor de las ascuas y ya sintió que se quemaba:
-
¡Coñóóó, qué hay en las botas!
Comenzó
a gritar y a dar saltos mientras corría desesperado de un lado para otro sin
comprender porqué se quemaban sus pies y, cuando llegó a un pilón que había
lleno de agua hasta arriba para lavar los capachos que se utilizaban para
prensar la masa de las aceitunas molidas, se tiró con los pies por delante para
solucionar el problema de las botas.
Cuando
lo vieron metido en el pilón acudieron muertos de risa los del turno y como
eran tan buenos amigos todos pues la broma, después de vivirla, quedó en carcajadas.
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