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jueves, 26 de noviembre de 2020

CONVERSANDO CON D. RECUERDO

   Colaboración de Paco Pérez

EL REY SERAFÍN I, “MALACARA”

Hace ya bastantes años que ocurrió esta historieta que estaba adormecida en un rincón profundo de mi cerebro y sin saber porqué motivo o razón, hace unas fechas se acercó hasta mí D. Recuerdo Olvidado en el Tiempo, llamó, le abrí y, antes de que se identificara o le preguntara qué deseaba, pasó de inmediato al interior de mi consciencia sin pedir permiso y sin dar unas explicaciones lógicas que justificaran su acción.
Una vez dentro lo invité a que se acomodara, aceptó con total naturalidad y yo también lo hice frente a él. Para romper el hielo de la escena le pregunté por el motivo de su inesperada presencia y me preocupé mucho de hacerlo sin mostrarme contrariado, no me serviría de nada reprocharle su acción pues no tenía sentido hacerlo… ¡Para qué me iba a enfadar si ya estaba dentro!
Él, después de mostrarme sus credenciales, pasó a darme sus explicaciones sobre el motivo de su visita:
- Vengo a que esta noche sea feliz recordando un capítulo de su pasado, aunque le cueste dormir poco, me refiero a una convivencia que tuvo usted con un grupo de amigos un día de julio de 1974.
– ¡Y se queda usted tan feliz haciéndome esta propuesta a estas horas de la noche! –le reproché sorprendido.
– Hombre, yo creo que cuando usted comience a recordar los detalles de aquel día se alegrará de que me haya comportado de esta manera y para ello no debe olvidar que yo, D. Recuerdo, siempre soy así pues me presento a cualquier hora y llamo pero otras veces, la mayoría, paso sin pedir permiso –me respondió.
Cambié de actitud y le dije:
- Bueno, como usted tiene respuestas para todo lo mejor será que comience a contarme ya porqué ha llamado a mi puerta esta noche pues mañana tengo que madrugar.
Él no se dio por enterado, tomó de nuevo la palabra y me dijo:
- No era justo que aquel día maravilloso siga más tiempo perdido en un rincón del olvido porque después de tantos años es lo que suele ocurrir, además, usted sabe bien que ya han fallecido algunos protagonistas y por esa realidad lógica de la vida el resto también estaréis pronto criando malvas y ya se perderán para siempre los detalles de lo ocurrido en el río Guadalquivir aquel día en Carchenilla, lo que no sería justo.
– Ya voy recordando algunos detalles de ese día… ¡Lleva usted razón! –le respondí.
Bueno, creo que ya va siendo hora de que me marche pues yo seguiré viajando para visitar a otras personas, usted debe descansar y mañana ya retomará el tema de nuevo cuando tenga la mente fresca.
Nos despedimos, se marchó por donde entró y, al día siguiente, tuve algunas dificultades para abrir los ojos, algo inusual en mí.
Cuando acabé los deberes rutinarios de cada día y me senté ante el ordenador comencé a poner en orden la experiencia vivida en el pasado y, a pesar de haber transcurrido casi medio siglo, comenzaron a desfilar las escenas de aquel día, tal vez se queden dormidos algunos detalles pero los esenciales no.
Unos años antes de los hechos que voy a recordar, la mayoría de los que nos desplazamos ese día a Carchenillaestábamos de palanca”, expresión que acuñó mi tío Pascual para referirse a los hombres que no tenían novia ni esposa, y esa realidad ayudaba a que nos tomáramos unas cervezas por las noches, contáramos chistes y no pensáramos en otra cosa que no fuera pasarlo bomba sin necesidad de ofender a nadie, estar en casa a diario para la cena familiar, ir al día siguiente a trabajar y dejar las serenatas y el acostarse tarde para los sábados. Escribir los nombres de todas las personas que nos juntábamos haría que la enumeración fuera larga y correría el riesgo de dejarme alguno en el tintero, sin pretenderlo. Lo esencial es que un reducido grupo congeniábamos de manera más especial porque nuestros gustos y formas de entender la vida nos empujaban a protagonizar escenas que para nosotros eran muy divertidas y, tal vez, para otros podían ser idioteces o cosas de locos.
De los hermanos “Malacara” guardo un recuerdo muy bueno de todos pero con quienes yo tuve más trato fue con Serafín, mientras vivió en Villargordo, y más profundo y duradero con Juanito pues aún continuamos nuestra buena relación pues sigue pasando en el pueblo largas temporadas.
Serafín era, y aún lo es, muy ocurrente y cuando estaba inspirado nos proponía unos juegos dialécticos que requerían de una agilidad mental grande y de una inventiva especial. Por ejemplo: El proponía una palabra o expresión que no tuviera encaje en una conversación normal y su adversario tenía que responderle con otra que fuera también una diablura, el intercambio tenía que ser  expuesto en segundos. Como es lógico la diversión estaba en las barbaridades que pronunciábamos y perdía el que se atrancaba y no encontraba respuesta.
Esta habilidad que tenía era fruto de su pensamiento profundo sobre los temas de la vida, muchos amigos no lo entendían cuando se elevaba en sus planteamientos y entonces la salida que buscaban a su nula comprensión era la de refugiarse en la expresión típica de siempre, esa que desacredita al sabio y tapa las deficiencias de quienes recurren a ellas:
- Serafín está loco.
Un tiempo después se marcharon a Madrid en busca de mejores horizontes laborales y lo lograron. Nuestras buenas relaciones se mantuvieron en pie y ellos, como buenos villargordeños, cuando llegaba el mes de julio tomaban las vacaciones y los encuentros de antaño se repetían cada día en la liguera, nos reuníamos al mediodía en el bar, la partida de chinos era inevitable y los perdedores tenían que pagar los gastos que se ocasionaran. Él se inventó una trampa genial para cuando se veía en apuros. El secreto de ella estaba en beber vino tinto y hacerlo en un vaso de los de agua… ¿Por qué?
Antes de jugar procuraba beber y con habilidad ponía una peseta debajo del vaso; después cada jugador pedía un número del cero al seis y cuando el contrario abría la mano para mostrar sus monedas él, si la moneda camuflada era necesaria para ganar o no perder, entonces levantaba el vaso con la mano que no tenía monedas y con la otra daba un fuerte golpe encima de la escondida para soltar encima de ella las que tenía en la mano. Hacía tan perfecta la sincronización de ambos movimientos que nunca sospechamos de sus trucos, así estuvo hasta que un día nos contó el secreto de su imbatibilidad… ¡Se lo pasaba genial con estas ocurrencias!
Las risotadas que lanzaba al ver las caras que ponían los enemigos eran explosivas, inundaban el recinto, sorprendían a los otros clientes y todos dirigían sus miradas hacía el origen de ellas intrigados.
Uno de esos días, en vez de jugar a los chinos charlamos y durante la conversación alguien propuso ir a pasar una jornada al río Guadalquivir y la propuesta que ganó fue el lugar conocido como “Carchenilla”. Nos repartimos las responsabilidades de las compras y el día fijado nos acoplamos en los vehículos para el desplazamiento.
En aquellos años también venía desde Madrid a pasar sus vacaciones Juanito, el esposo de MagdalenaLa Zurda” (fallecidos), éste era una persona buenísima. Tenía un Seat 850 de color blanco y con él hice el desplazamiento, hago constar este detalle porque más adelante entrará en escena el señor Juan.
Los coches se quedaron en las eras que había entre las casillas del lugar pues recuerdo que entre ellas y el lugar donde estuvimos había un buen desnivel para llegar hasta el río y había que hacerlo por una vereda rodeada de árboles y maleza.
La mañana la pasamos explorando el lugar, yo no lo conocía y no he vuelto a ir nunca más, acoplando el material desplazado y preparando el servicio de intendencia. Yo nado menos que un pez de plomo pero JuanitoMalacara” lo hacía muy bien y además conocía el lugar, lo exploró y nos advirtió de que la entrada era peligrosa porque había una piedra muy grande que se resbalaba mucho y, junto a ella, una fosa de unos dos metros de ancha y con una profundidad peligrosa para los malos nadadores, pasado aquel tramo ya había un firme arenoso y el agua podía tener una altura de algo más de un metro.
El día transcurrió con normalidad pues al comer y beber sin excesos el ambiente fue muy agradable y divertido. Después de la comida unos dieron unas cabezadas y otros comenzaron a zambullirse en el agua, unos lo hacían pasando por la mencionada piedra y otros tirándose desde las ramas de los árboles próximos como si de un trampolín se tratara. También bajaron hasta el lugar, en moto, unos conocidos de la calle La Luna y entre ellos estaba mi buen amigo Antonio GarcíaPalomo”, fallecido.
Cerca de donde estábamos instalados había árboles muy gruesos y uno de ellos estaba cortado a una cierta altura del terreno pero tenía la particularidad de que una parte de la corteza no había sido cortada y ambos elementos formaban una especie de trono, siendo la corteza el respaldo y el tronco el asiento.
Cuando todos estábamos ocupados en lo propio del día, chapuzones y diversión, el duende de Serafín estuvo maniobrando silenciosamente para montar el número que se inventó para gastarnos una buena jugarreta a todos. De golpe apareció sentado en el tronco mencionado, su cabeza estaba adornada con una corona de hierbas, un trapo anudado al cuello haciendo de capa para que le cubriera las espaldas y con la mano derecha sostenía una vara larga como báculo. 
Una potente voz se escuchó en el lugar varias veces para reclamar nuestra atención:
- ¡Queridos súbditos, escuchadme!
Como ninguno esperábamos sus misteriosas palabras él insistió en su petición y cuando logró la atención del grupo dijo:
- ¡Soy vuestro rey, Serafín I de “Carchenilla”, y vosotros mis súbditos!
Entonces se escuchó una voz que le dijo:
- ¡Rey, date un chapuzón y pela la mona que has pillado!
Serafín, al escuchar esa respuesta elevó el tono de sus palabras y ahora lo hizo en tono amenazante:
- ¡No escuchéis las ofensivas palabras de ese súbdito y obedeced porque de lo contrario recibiréis mi castigo!
Otro le gritó desde el río:
- ¡“Malacara”, lavatelá, que se te ha ensuciado con el hollín de la sartén!
Como sus palabras no fueron escuchadas nos dijo muy solemnemente:
- ¡Pueblo ingrato y rebelde, os condeno a ir hasta Villargordo descalzos!
Entonces se agachó y cogiendo los zapatos que con anterioridad nos había secuestrado los fue tirando al río, uno tras otro… ¡Menudo revuelo se metió!
Los que estaban en el agua lograron coger algunos de los que iban cayendo y los retornaban a la orilla, AntonioPalomo” hizo una buena labor pero no fue suficiente porque nadie recuperó su par completo, yo encontré uno y otros ninguno. Cuando regresamos Juanito paró el Seat 850 en la esquina de Jiménez, hoy CajaSur, y tuve que subir en esas condiciones por la calle “El Embudo”, los vecinos me miraban sorprendidos cuando pasaba por la estampa que iba mostrando, me hizo pasar un bochorno tremendo hasta que llegué a casa.
Juanito era un madrileño que hablaba muy fino y cuando observó la escena le gritó a Serafín:
- ¡No hagas eso chico, que no sé conducir sin zapatos!
- ¡Pues vas a tener que elegir entre aprender o regresar andando!
Cuando estábamos riéndonos con las escenas que nos había regalado el rey Serafín I, de la dinastía de los “Malacaras”, escuchamos una moto y unos minutos después se presentaron otros dos buenos amigos, dos magníficos animadores de las convivencias: Antonio MarfilNiño H” y Antonio LópezEl Niño Bendi”. Cuando llegaron traían consigo dos botellas de ginebra para que no faltara gasolina y cuando les contamos las escenas vividas se lamentaron de no haberse enterado a tiempo de la fiesta.
El “Niño H” protagonizó dos escenas que pudieron resultar dramáticas para él y con ellas nos hizo pasar de las risas a la preocupación. Nada más llegar se colocó el bañador y se dispuso a zambullirse por la entrada de la piedra, al pisar en ella resbaló y se cayó donde más agua había y él que era un nadador como yo pues aparecía y se hundía, así varias veces, pero tuvo la suerte de que un bañista se percató y lo rescató.
Cuando dimos por finalizado el día de río los conductores dijeron que como fuimos por la “Cueva el gato” y el camino estaba intransitable pues el regreso lo haríamos por la carretera de Mengíbar.
Íbamos ya de regreso, aún no habíamos llegado al empalme con la carretera, nos cruzaron los dos motoristas a gran velocidad y, como llevaban algunas copas de más, unos metros más adelante vimos cómo se salían del camino, se metían en una parcela de alfalfa y caían.
Juanito paró y acudimos a socorrerlos, estaban bien y sólo mostraban unos arañazos en la cara y se mostraban un poco aturdidos.
Yo, estando frente a Marfil, le observé que un cristal de las gafas lo había perdido y le pregunté:
- ¿Te encuentras bien? ¿No observas nada raro?
– Todo está bien, no nos ha pasado nada, menos mal – me respondió.
Entonces le aconsejé que no se moviera porque le iba a realizar una prueba, se quedó quieto y por el cristal caído le puse el dedo cerca del ojo.
Cuando sintió el contacto exclamó:
- ¡Andá, ni me había dado cuenta!
Le buscamos el cristal y les aconsejamos que regresaran por el otro camino, como llegaron no lo sé pero lo que si tengo claro es que para Antonio fue una tarde de doble suerte.
Otro día comentando con Marfil los hechos me dijo que ellos pensaron que al salir los coches por aquella ruta era porque habíamos planeado continuar la marcha en Mengíbar y ellos también querían estar.                                 

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