Colaboración de Paco Pérez
EL REY SERAFÍN I, “MALACARA”
Hace
ya bastantes años que ocurrió esta historieta que estaba adormecida en un
rincón profundo de mi cerebro y sin saber porqué motivo o razón, hace unas
fechas se acercó hasta mí D. Recuerdo
Olvidado en el Tiempo, llamó, le abrí y, antes de que se identificara o le
preguntara qué deseaba, pasó de inmediato al interior de mi consciencia sin
pedir permiso y sin dar unas explicaciones lógicas que justificaran su acción.
Una
vez dentro lo invité a que se acomodara, aceptó con total naturalidad y yo
también lo hice frente a él. Para romper el hielo de la escena le pregunté por
el motivo de su inesperada presencia y me preocupé mucho de hacerlo sin
mostrarme contrariado, no me serviría de nada reprocharle su acción pues no
tenía sentido hacerlo… ¡Para qué me iba a enfadar si ya estaba dentro!
-
Vengo a que esta noche sea feliz recordando un capítulo de su pasado, aunque le
cueste dormir poco, me refiero a una convivencia que tuvo usted con un grupo de
amigos un día de julio de 1974.
–
¡Y se queda usted tan feliz haciéndome esta propuesta a estas horas de la noche!
–le reproché sorprendido.
–
Hombre, yo creo que cuando usted comience a recordar los detalles de aquel día se
alegrará de que me haya comportado de esta manera y para ello no debe olvidar
que yo, D. Recuerdo, siempre soy así
pues me presento a cualquier hora y llamo pero otras veces, la mayoría, paso
sin pedir permiso –me respondió.
Cambié
de actitud y le dije:
-
Bueno, como usted tiene respuestas para todo lo mejor será que comience a
contarme ya porqué ha llamado a mi puerta esta noche pues mañana tengo que
madrugar.
Él
no se dio por enterado, tomó de nuevo la palabra y me dijo:
-
No era justo que aquel día maravilloso siga más tiempo perdido en un rincón del
olvido porque después de tantos años es lo que suele ocurrir, además, usted
sabe bien que ya han fallecido algunos protagonistas y por esa realidad lógica de
la vida el resto también estaréis pronto criando malvas y ya se perderán para
siempre los detalles de lo ocurrido en el río Guadalquivir aquel día en Carchenilla,
lo que no sería justo.
–
Ya voy recordando algunos detalles de ese día… ¡Lleva usted razón! –le
respondí.
Bueno,
creo que ya va siendo hora de que me marche pues yo seguiré viajando para
visitar a otras personas, usted debe descansar y mañana ya retomará el tema de
nuevo cuando tenga la mente fresca.
Nos
despedimos, se marchó por donde entró y, al día siguiente, tuve algunas
dificultades para abrir los ojos, algo inusual en mí.
Cuando
acabé los deberes rutinarios de cada día y me senté ante el ordenador comencé a
poner en orden la experiencia vivida en el pasado y, a pesar de haber
transcurrido casi medio siglo, comenzaron a desfilar las escenas de aquel día, tal
vez se queden dormidos algunos detalles pero los esenciales no.
Unos
años antes de los hechos que voy a recordar, la mayoría de los que nos
desplazamos ese día a Carchenilla “estábamos de palanca”, expresión que
acuñó mi tío Pascual para referirse
a los hombres que no tenían novia ni esposa, y esa realidad ayudaba a que nos
tomáramos unas cervezas por las noches, contáramos chistes y no pensáramos en
otra cosa que no fuera pasarlo bomba sin necesidad de ofender a nadie, estar en
casa a diario para la cena familiar, ir al día siguiente a trabajar y dejar las
serenatas y el acostarse tarde para los sábados. Escribir los nombres de todas
las personas que nos juntábamos haría que la enumeración fuera larga y correría
el riesgo de dejarme alguno en el tintero, sin pretenderlo. Lo esencial es que un
reducido grupo congeniábamos de manera más especial porque nuestros gustos y
formas de entender la vida nos empujaban a protagonizar escenas que para
nosotros eran muy divertidas y, tal vez, para otros podían ser idioteces o
cosas de locos.
De
los hermanos “Malacara” guardo un
recuerdo muy bueno de todos pero con quienes yo tuve más trato fue con Serafín, mientras vivió en Villargordo, y más profundo y duradero con
Juanito pues aún continuamos nuestra
buena relación pues sigue pasando en el pueblo largas temporadas.
Serafín era, y aún lo
es, muy ocurrente y cuando estaba inspirado nos proponía unos juegos
dialécticos que requerían de una agilidad mental grande y de una inventiva
especial. Por ejemplo: El proponía una palabra
o expresión que no tuviera
encaje en una conversación normal y su adversario tenía que responderle con
otra que fuera también una diablura, el intercambio tenía que ser expuesto en segundos. Como es lógico la
diversión estaba en las barbaridades que pronunciábamos y perdía el que se
atrancaba y no encontraba respuesta.
Esta
habilidad que tenía era fruto de su pensamiento profundo sobre los temas de la
vida, muchos amigos no lo entendían cuando se elevaba en sus planteamientos y
entonces la salida que buscaban a su nula comprensión era la de refugiarse en
la expresión típica de siempre, esa que desacredita al sabio y tapa las
deficiencias de quienes recurren a ellas:
-
Serafín está loco.
Un
tiempo después se marcharon a Madrid en busca de mejores horizontes laborales y
lo lograron. Nuestras buenas relaciones se mantuvieron en pie y ellos, como
buenos villargordeños, cuando llegaba el mes de julio tomaban las vacaciones y
los encuentros de antaño se repetían cada día en la liguera, nos reuníamos al
mediodía en el bar, la partida de chinos era inevitable y los perdedores tenían
que pagar los gastos que se ocasionaran. Él se inventó una trampa genial para
cuando se veía en apuros. El secreto de ella estaba en beber vino tinto y
hacerlo en un vaso de los de agua… ¿Por qué?
Antes
de jugar procuraba beber y con habilidad ponía una peseta debajo del vaso;
después cada jugador pedía un número del cero al seis y cuando el contrario
abría la mano para mostrar sus monedas él, si la moneda camuflada era necesaria
para ganar o no perder, entonces levantaba el vaso con la mano que no tenía
monedas y con la otra daba un fuerte golpe encima de la escondida para soltar
encima de ella las que tenía en la mano. Hacía tan perfecta la sincronización
de ambos movimientos que nunca sospechamos de sus trucos, así estuvo hasta que
un día nos contó el secreto de su imbatibilidad… ¡Se lo pasaba genial con estas
ocurrencias!
Las
risotadas que lanzaba al ver las caras que ponían los enemigos eran explosivas,
inundaban el recinto, sorprendían a los otros clientes y todos dirigían sus miradas
hacía el origen de ellas intrigados.
Uno
de esos días, en vez de jugar a los chinos charlamos y durante la conversación
alguien propuso ir a pasar una jornada al río Guadalquivir y la propuesta que
ganó fue el lugar conocido como “Carchenilla”.
Nos repartimos las responsabilidades de las compras y el día fijado nos
acoplamos en los vehículos para el desplazamiento.
En
aquellos años también venía desde Madrid a pasar sus vacaciones Juanito, el esposo de Magdalena “La Zurda” (fallecidos), éste era una persona buenísima. Tenía un Seat 850 de color blanco y con él hice
el desplazamiento, hago constar este detalle porque más adelante entrará en
escena el señor Juan.
Los
coches se quedaron en las eras que había entre las casillas del lugar pues
recuerdo que entre ellas y el lugar donde estuvimos había un buen desnivel para
llegar hasta el río y había que hacerlo por una vereda rodeada de árboles y
maleza.
La
mañana la pasamos explorando el lugar, yo no lo conocía y no he vuelto a ir
nunca más, acoplando el material desplazado y preparando el servicio de
intendencia. Yo nado menos que un pez de plomo pero Juanito “Malacara” lo
hacía muy bien y además conocía el lugar, lo exploró y nos advirtió de que la
entrada era peligrosa porque había una piedra muy grande que se resbalaba mucho
y, junto a ella, una fosa de unos dos metros de ancha y con una profundidad
peligrosa para los malos nadadores, pasado aquel tramo ya había un firme
arenoso y el agua podía tener una altura de algo más de un metro.
El
día transcurrió con normalidad pues al comer y beber sin excesos el ambiente
fue muy agradable y divertido. Después de la comida unos dieron unas cabezadas
y otros comenzaron a zambullirse en el agua, unos lo hacían pasando por la
mencionada piedra y otros tirándose desde las ramas de los árboles próximos como
si de un trampolín se tratara. También bajaron hasta el lugar, en moto, unos conocidos
de la calle La Luna y entre ellos estaba
mi buen amigo Antonio García “Palomo”, fallecido.
Cerca
de donde estábamos instalados había árboles muy gruesos y uno de ellos estaba
cortado a una cierta altura del terreno pero tenía la particularidad de que una
parte de la corteza no había sido cortada y ambos elementos formaban una
especie de trono, siendo la corteza el respaldo y el tronco el asiento.
Cuando
todos estábamos ocupados en lo propio del día, chapuzones y diversión, el
duende de Serafín estuvo maniobrando
silenciosamente para montar el número que se inventó para gastarnos una buena jugarreta
a todos. De golpe apareció sentado en el tronco mencionado, su cabeza estaba
adornada con una corona de hierbas, un trapo anudado al cuello haciendo de capa
para que le cubriera las espaldas y con la mano derecha sostenía una vara larga
como báculo.
Una
potente voz se escuchó en el lugar varias veces para reclamar nuestra atención:
-
¡Queridos súbditos, escuchadme!
Como
ninguno esperábamos sus misteriosas palabras él insistió en su petición y
cuando logró la atención del grupo dijo:
-
¡Soy vuestro rey, Serafín I de “Carchenilla”,
y vosotros mis súbditos!
Entonces
se escuchó una voz que le dijo:
-
¡Rey, date un chapuzón y pela la mona
que has pillado!
Serafín, al escuchar
esa respuesta elevó el tono de sus palabras y ahora lo hizo en tono amenazante:
-
¡No escuchéis las ofensivas palabras de
ese súbdito y obedeced porque de lo contrario recibiréis mi castigo!
Otro
le gritó desde el río:
-
¡“Malacara”, lavatelá, que se te ha
ensuciado con el hollín de la sartén!
Como
sus palabras no fueron escuchadas nos dijo muy solemnemente:
-
¡Pueblo ingrato y rebelde, os condeno a
ir hasta Villargordo descalzos!
Entonces
se agachó y cogiendo los zapatos que con anterioridad nos había secuestrado los
fue tirando al río, uno tras otro… ¡Menudo
revuelo se metió!
Los
que estaban en el agua lograron coger algunos de los que iban cayendo y los
retornaban a la orilla, Antonio “Palomo” hizo una buena labor pero no
fue suficiente porque nadie recuperó su par completo, yo encontré uno y otros
ninguno. Cuando regresamos Juanito
paró el Seat 850 en la esquina de Jiménez,
hoy CajaSur, y tuve que subir en esas condiciones por la calle “El Embudo”, los vecinos me miraban
sorprendidos cuando pasaba por la estampa que iba mostrando, me hizo pasar un
bochorno tremendo hasta que llegué a casa.
Juanito era un
madrileño que hablaba muy fino y cuando observó la escena le gritó a Serafín:
-
¡No hagas eso chico, que no sé conducir
sin zapatos!
-
¡Pues vas a tener que elegir entre
aprender o regresar andando!
Cuando
estábamos riéndonos con las escenas que nos había regalado el rey Serafín I, de la dinastía de los “Malacaras”, escuchamos una moto y unos
minutos después se presentaron otros dos buenos amigos, dos magníficos
animadores de las convivencias: Antonio
Marfil “Niño H” y Antonio López “El Niño Bendi”. Cuando llegaron traían consigo dos botellas de
ginebra para que no faltara gasolina y cuando les contamos las escenas vividas
se lamentaron de no haberse enterado a tiempo de la fiesta.
El
“Niño H” protagonizó dos escenas que
pudieron resultar dramáticas para él y con ellas nos hizo pasar de las risas a
la preocupación. Nada más llegar se colocó el bañador y se dispuso a zambullirse
por la entrada de la piedra, al pisar en ella resbaló y se cayó donde más agua
había y él que era un nadador como yo pues aparecía y se hundía, así varias
veces, pero tuvo la suerte de que un bañista se percató y lo rescató.
Cuando
dimos por finalizado el día de río los conductores dijeron que como fuimos por
la “Cueva el gato” y el camino
estaba intransitable pues el regreso lo haríamos por la carretera de Mengíbar.
Íbamos
ya de regreso, aún no habíamos llegado al empalme con la carretera, nos
cruzaron los dos motoristas a gran velocidad y, como llevaban algunas copas de
más, unos metros más adelante vimos cómo se salían del camino, se metían en una
parcela de alfalfa y caían.
Juanito
paró y acudimos a socorrerlos, estaban bien y sólo mostraban unos arañazos en
la cara y se mostraban un poco aturdidos.
Yo,
estando frente a Marfil, le observé
que un cristal de las gafas lo había perdido y le pregunté:
-
¿Te encuentras bien? ¿No observas nada raro?
–
Todo está bien, no nos ha pasado nada, menos mal – me respondió.
Entonces
le aconsejé que no se moviera porque le iba a realizar una prueba, se quedó
quieto y por el cristal caído le puse el dedo cerca del ojo.
Cuando
sintió el contacto exclamó:
-
¡Andá, ni me había dado cuenta!
Le
buscamos el cristal y les aconsejamos que regresaran por el otro camino, como
llegaron no lo sé pero lo que si tengo claro es que para Antonio fue una tarde de doble suerte.
Otro
día comentando con Marfil los hechos
me dijo que ellos pensaron que al salir los coches por aquella ruta era porque
habíamos planeado continuar la marcha en Mengíbar
y ellos también querían estar.
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