Colaboración de Paco Pérez EL JUICIO FINAL
Jesús,
desde el momento que comenzó su vida pública, mostró a quienes se acercaban a Él
una manera original de exponerles su mensaje pues lo hacía con ejemplos tomados
de su entorno, así es como les hablaba del Reino de Dios pero...
¿Qué era
realmente ese Reino que les mostraba?
La
puesta en marcha de la promesa que Dios había hecho a su pueblo y que Él les
mostró con naturalidad cuando practicaba una nueva forma de relaciones
sociales, es decir, una forma sencilla de convivencia que ayudara a las
personas a vivir con dignidad, el
deseo de Dios, donde
su justicia y misericordia beneficiara a todas las personas y donde la alegría presidiera
siempre sus vidas.
Para que
comprendieran mejor su propuesta Él no les daba normas y leyes morales, como hacían los judíos, sino que les aconsejaba
cambiar sus comportamientos, que ablandaran sus corazones y que pusieran en práctica sus propuestas.
Como las cosas de Dios se mueven con
lentitud pues con ese método, aunque suframos, se nos da la oportunidad de que podamos analizar más adelante los hechos y saquemos nuestras conclusiones. Esta realidad afectó al pueblo de Israel y con ella pudo experimentar el dolor que le causó la opresión
de otros reinos cuando derrotaron a sus reyes y la deportación
y esclavitud que sufrieron pero estas
realidades les ayudaron después a simpatizar con Jesús cuando les hablaba del Reino de Dios pues sus palabras y prácticas no eran como sus vivencias anteriores sino que eran ejemplos de
vida mostrados cuando se preocupaba por el prójimo
dándole de comer, curándole sus problemas físicos, perdonándoles los
pecados, acompañándolos en sus momentos de alegría y de dolor, enfrentándose a
los poderes públicos y religiosos al denunciar sus injusticias… Pasan los años
y en nuestros días nos preocupamos mucho de participar en los cultos parroquiales
y muy poco de solucionar los problemas del prójimo, es decir, dos mil años
después aún no hemos entendido a Jesús
o no queremos entenderlo porque de hacerlo tendríamos que abandonar muchos
hábitos de nuestra plácida vida.
El Reino
de Dios que nos mostró hay que entenderlo como una
invitación a cambiar nuestras formas de pensamiento y comportamiento, es decir,
no podemos aspirar a entrar en el Reino diciendo que amamos a Jesús, el que
tanto amaba a los pobres, y a la vez actuar a diario en la sociedad para
acumular riquezas que empobrecerán más a otras personas. Este comportamiento equivocado es el que Jesús denunciaba
y por eso los invitaba a cambiar, y aún nos sigue invitando, porque su camino
es contrario al que nos muestran los gobernantes y las grandes fortunas.
El Señor
es como el buen pastor porque
siempre se
preocupa por todas las personas y, de manera especial, por quienes son
zarandeados con fuerza por las adversidades y, al no lograr levantar el vuelo, después
caminan sin rumbo por la vida. Él, atento a nuestras necesidades, siempre está
dispuesto a empujarnos en nuestra lucha por la supervivencia.
A pesar
de todo no debemos olvidar que después de caminar aquí viajaremos al Reino de Dios y allí deberemos ir con los deberes
bien hechos porque se nos juzgará teniendo en cuenta lo que aquí le hicimos a Jesús, es decir, al prójimo.
Pablo
nos relata cómo será el final de los tiempos y para ello establece un orden lógico: Por Adán las personas
murieron y por Cristo recuperarán la vida cuando llegue el momento final, Él sigue reinando aquí y cuando Dios logre exterminar a todos sus enemigos,
la muerte será la última, Jesús le entregará su Reino y entonces sólo quedará
el Padre y ya sólo Él lo será todo para todos.
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