Colaboración de Paco Pérez
LA ALEGRÍA DE LA ANUNCIACIÓN
A David,
el hecho de vivir en un palacio le ocasionó un problema de conciencia grande cuando
se vio asediado por un pensamiento acusador que lo dignificó: El Señor me lo ha regalado todo, me ha ayudado en mis batallas y ahora,
mientras yo vivo en un palacio lujoso, el “Arca” del Señor está alojada en una
tienda.
Reaccionó y le comunicó al profeta Natán que pensaba construir al Señor un templo, lo escuchó, le aceptó
su decisión y le comunicó que Dios
estaba con él. Después, Dios intimó
con el profeta para ordenarle que comunicara a David que a él no le
correspondía hacerlo. Lo decidió así porque le tenía reservado un regaló mejor:
Su dinastía, después de que él muriera, seguiría siendo el
punto referencial de su pueblo para siempre.
Los hombres no aprendemos y, a pesar de los
avances, en el tema religioso progresamos poco porque creemos en lo que tocamos
y por ese camino no lograremos comprender a Dios nunca. El ejemplo de David
nos los enseña, él pensaba ofrecerle la materialidad de un edificio, algo
perecedero. Él le respondió desde un
plano espiritual y le ofreció un regalo eterno. Con el paso de los años los
hechos nos permiten valorar la diferencia existente entre ambas decisiones: El Templo que después edificó Salomón, su hijo, fue destruido pero la
DINASTÍA que Él levantó sobre David
permanecerá siempre.
Por esta razón los hombres debemos confiar
más en Dios pues más adelante la
respuesta que David recibió de Dios por mediación de Natán se cumplió, cuando nació Jesús. Le prometió que le daría una
larga dinastía y se cumplió con Él
porque José era de la estirpe de David.
Pablo nos habla de Jesús como el encargado por Dios para mostrarnos la revelación que
tantos siglos estuvo sin conocerse y, por mediación de Él, nos fue dada para que quienes la conocieran recibieran el
empuje necesario que les hiciera incrementar su fe.
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