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jueves, 7 de enero de 2021

LA MECEDORA, EL LLAMADOR Y LA CHUMBERA

 Colaboración de Juan José Castillo Mata “El Espartero”7

Esta anécdota ocurrió allá por los años sesenta y la protagonizamos Benjamín Carretero López, Francisco Moreno López Carpanto”, Juan Moreno MateosEl Pavo los cántaros” y yo; en aquel momento Juan tenía 15 años y nosotros 18.


Los cuatro éramos amigos, teníamos una gran afición por la música y formábamos parte de la “Banda Municipal”. Una tarde estuvimos en “El Paseo” y cuando atardeció nos marchamos a la “Academia de Música” que entonces estaba en la calle La Parra, en casa de AntonioChirupa”, entonces él era el maestro.

Los cuatro íbamos caminando y hablando por la calle de D. AntonioEl practicante” y en aquellas fechas vivía en esa calle la familia de Antonio MoralEl de los Avelinos”; al pasar por su casa nos paramos porque tenía la puerta abierta y por esa razón observamos, desde la calle, que tenía un portal muy grande en la parte delantera y que en él había dos mecedoras muy bonitas con las patas en espiral para mecerse. La verdad es que nos quedamos impresionados y, cuando estábamos en silencio observándolas, “Carpanto” tuvo una ocurrencia y nos dijo: - ¿Quién es capaz de entrar, sentarse en la mecedora y darse unas mecidas en ella?
Yo, sin decir nada, entré en la casa, me senté en la mecedora y comencé a mecerme en ella. Sin esperarlo, de pronto, “Carpanto” cerró la puerta y comenzó a porracearla con un llamador metálico que había en ella. Como lo hacía con fuerza y de manera repetida pues escuché una voz de mujer que gritaba desde el interior de la casa:
- ¡Ya voy!
Al escucharla yo me levanté de la mecedora, salí corriendo hacía la puerta y me escondí detrás del cortinón que la tapaba y entonces observé que la mujer que venía deprisa era de una mediana edad. Como él repetía las llamadas, ella gritaba lo mismo y aceleraba su andar. Cuando llegó hasta la puerta la abrió y ellos salieron corriendo hasta la academia y ella les gritaba:
- ¡Gamberros, sinvergüenzas, gamberros!
Cuando la señora abrió la puerta, como la ocupaba toda y yo no podía salir pues me quedé escondido tras la parte abierta y el cortinón. Cuando los voceó y vio que habían desaparecido entró en la casa hablando sola, cerró la puerta y corrió el cortinón. Con esa acción yo quedé al descubierto frente a ella, tenía los ojos muy abiertos, estaba asustado, no sabía qué hacer porque esperaba una reacción violenta de ella y, de pronto, cuando me vio… ¡Gritó con fuerza, se puso las manos en la cara y no dijo nada más!
Yo, aprovechando el momento de desconcierto de la señora, abría la puerta y salí corriendo en la misma dirección que los compañeros, hacia la calle La Parra, y ella al verme salir comenzó a vocear también pero ahora repetía como un disco rayado otra palabra más fuerte… ¡Ladrones, ladrones, ladrones!
La suerte que tuve fue que en la casa no había ninguno de los muchos hijos que tenía esa familia y que la calle estaba sola pues de lo contrario podía haber ocurrido algo grave y con mucha razón.
En unos minutos, mientras iba corriendo, divisé desde lejos a los amigos en la calle La Parra, descubrí que estaban parados junto al corralón que “El Pereto” tenía en esa calle y que… ¡Estaban robando higos chumbos!
Entonces, el corralón tenía una tapia muy pequeña y por dentro el dueño tenía plantadas muchas chumberas.
Cuando llegué comprobé que “Carpanto” había echado el cinto encima de unas palas de la higuera chumba y que, tirando de ellas, Benjamín cortaba los higos más gordos.
En ese momento ideé la acción que me ayudaría a vengarme de ellos por la jugarreta que me acababan de hacer. Para conseguirlo me acerqué hasta ellos con cuidado, les pregunté por lo que hacían y al mismo tiempo puse mis manos en un brazo de “Carpanto” y tiré con fuerza hacia abajo. Con el tirón que di al brazo las palas de la chumbera cedieron y se cayeron encima de los tres “robahigos”, llenándoles de espinas la cara y el pecho. Inmediatamente dejaron en el suelo los higos que habían cogido y salieron corriendo hacía el “Pilar redondo” para lavarse y quitarse las espinas y aliviarse el dolor que tenían. El remedio que buscaron para solucionar el problema fue peor que la enfermedad pues al lavarse rompieron las espinas que tenían clavadas, ya no tenían ninguna posibilidad de sacárselas y en esa situación, al quedarse parte de ellas dentro de la piel, salen granos y se enrojecen. Después de lavarse en el pilar acudieron a la academia, los otros músicos les vieron la cara enrojecida que traían y parecía que tenían salpullido. Mi padre, al verlos entrar así les preguntó:
- ¿Qué os ha pasado para que vengáis los tres con la cara así?
Benjamín le contestó lo que les había hecho en la chumbera y entonces no me quedó más remedio que contarles lo que ellos me habían hecho a mí primero y por eso la respuesta que yo les di fue en venganza.
Entonces comenzaron todos a reírse y aquella noche ya no hubo ensayo porque cuando les miraban la cara siempre había alguno que se reía al verlos tan serios y colorados.
 

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