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miércoles, 24 de marzo de 2021

EL DOCTOR Y EL ENFERMO

                                           Colaboración de Paco Pérez


Era domingo, regresábamos de dar un buen paseo por los olivares de nuestro entorno y sin esperarlo, cuando ya caminábamos por el casco urbano, un coche se paró al pasar junto a nosotros. Esa acción nos llamó la atención y cuando le dirigimos la mirada descubrimos que quien iba en su interior de conductor enmascarado era nuestro buen amigo
FrascoEl Trapero”, abrí la puerta del acompañante y nos saludamos con gran efusividad:
- ¡Qué alegría nos has regalado al parar y así podernos ver y hablar después de tanto tiempo sin escuchar las graciosas vivencias que nos contabas del pasado! – le dije.
Mari le preguntó por Ana María, su esposa, y cuando acabó con la fase de los saludos paró el coche y, sin preocuparle que estuviera el vehículo mal aparcado, casi en medio de la calle, nos dijo:
- El otro día me llamó desde Barcelona mi sobrino Alonso y durante la conversación salió a relucir su padre, mi hermano Juan, me pidió que le contara algunas de las cosas que nos pasaron cuando éramos jóvenes y entonces me acordé de una muy graciosa, ésta nos pasó cuando ya  éramos algo mayores.
Yo le propuse que la contara otro día y entonces yo iría preparado con papel y bolígrafo para que no se me escapara ningún detalle del suceso pero, como ahora estamos tan enclaustrados y tan deseosos de volar, él insistió en contarlo porque decía que nos íbamos a reír bastante y no nos engañó.
Le pedimos que fuera lento al hablar para que no se me escaparan los detalles esenciales de lo ocurrido, él aprobó nuestra propuesta y comenzó a relatar los hechos:
- Una mañana estaba desayunando y sonó el teléfono, lo  cogí y era mi hermano Juan. Después de los saludos me pidió que subiera a su casa pues él no podía salir porque tenía un pie que le dolía mucho. Subí y me dijo que fuera al médico para que le contara lo que le pasaba y que viniera a visitarlo, fui al Centro de Salud y gestioné su encargo.
El médico que atendió a Juan fue aquel que tenía caballos y también muy malas pulgas y nos comentó Frasco que no recordaba cómo se llamaba porque hacía muchos años de aquello.
Yo le aclaré esos datos diciéndole:
- Ese médico se llamaba Alfredo, de los apellidos no me acuerdo tampoco, y vino destinado a Villargordo en el año 1981 ó 1982 porque en el 1982 su hijo y el mío fueron conmigo a la escuela en primero, es decir, tu historia ocurrió hace unos cuarenta años.
Cuando acabé de hacerle esa aclaración él tomó de nuevo la palabra para continuar con los hechos:
- Le conté al médico que mi hermano tenía el pie inflamado, le dolía mucho cuando lo apoyaba y por eso me había pedido que viniera para decirle que hiciera usted el favor de ir a su casa a visitarlo.
El médico tomó nota de su domicilio y me dijo que iría cuando acabara con los enfermos que habían acudido a la consulta. Se despidieron, Frasco regresó junto a su hermano y lo acompañó hasta que vino el doctor.
Cuando el doctor acudió a visitarlo, llamó a la puerta, Frasco le abrió, pasó y lo llevó hasta donde se encontraba el enfermo.
Después de los saludos el doctor le pidió a Juan que le contara cuál era el motivo de su consulta, éste le informó de lo que tenía y el médico, después de escucharlo, cogió una silla, se la puso delante y le dijo:
- Quítese usted el zapato y el calcetín y después ponga la pierna estirada encima de la silla.
Juan obedeció y una vez colocada el médico le palpó el pie dolorido con sus manos intentando identificar la causa de sus molestias. El enfermo estaba tranquilo pero cuando el médico le dio un estirón y le giro el pie notó un brusco dolor, no se pudo aguantar y se le escapó por su boca un sonido que no era entendible:
- ¡Sssssssssss!
El doctor interrumpió lo que hacía porque comprobó que le dolía pero unos instantes después continuó con sus masajes y estiramientos. Cuanto continuó con su trabajo se repitió la escena anterior y en esta ocasión Juan le llamó la atención de otra forma diferente, también no entendible, pero más sonora:
- ¡Eeeeeeeeeeeeeeeeeeeh!
Cuando el doctor escuchó este nuevo sonido gutural ya no se aguantó, dejó de atender al enfermo, su conocida mala uva le apareció y le dijo:
- Hoy está usted en su cortijo y en dos ocasiones me ha tratado como si fuera su perro o su gato para decirme que le dolía o que parara de ayudarle pero la próxima vez que necesite mis servicios tendrá que ir al Centro de Salud y le atenderé pero allí tendrá que comportarse de otra manera porque entonces yo estaré en mi casa y usted no.
Cogió el maletín, se despidió y salió por la puerta.

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