Colaboración de Paco Pérez
“EL GRAN SALVORI”
Escribir
de una persona que ha fallecido siempre es doloroso pero si ésta fue muy querida
entonces lo es bastante más. Hacía algunos años que no nos veíamos pues cuando
venías yo estaba en otro lugar y eso me hacía dar por hecho que seguías hecho
un chavalote bromista a pesar de tus bastantes años.
He
lamentado tu pérdida porque nos teníamos bastante cariño, porque cuando no se esperan
las noticias éstas duelen más, porque conservaba de ti una imagen jovial que
desprendía vitalidad y porque en conversación telefónica mantenida con Serafín
“Malacara” en esta primavera, sin saber que habías fallecido, me comentó
los buenos momentos que pasabais reunidos con las familias en el local de su
hermano Francisco con motivo de la Navidad, tú amenizando la
velada con el acordeón y tus genialidades. Por estas y otras razones daba por
sentado que vivirías eternamente y que en tu Madrid seguirías
repartiendo cartas de felicidad a las personas a diario.
Nuestras
relaciones, sin olvidarnos que yo era hijo de tu prima hermana, estuvieron más
inspiradas en otras razones: Una buena amistad y en lo bien que lo pasábamos
cuando paseábamos, jugábamos las partidas de tute con nuestros inolvidables Ramoncillo
“El Sereno” (primo hermano de mi padre y más mayor que tú) y Francisco
“El de las zapateras” o cuando nos tomábamos unas cervezas… ¡Qué
escenas tan graciosas vivimos con ellos, irrepetibles!
Jugábamos
la partida de “tute” haciendo travesuras y diciendo lo adecuado para que
el ambiente fuera gracioso, así te sentías el hombre más feliz del mundo, no
necesitabas más. Recuerdo aquella partida en la que Francisco no recibía
buenas cartas, se mostraba muy cabreado y, como le tenía tanto coraje al cuatro
de bastos, cuando le entraba lo enseñaba y decía:
-
¡Ya está aquí otra vez el hijo de puta éste!
Tú
le echaste leña al fuego mostrándote contrariado y diciéndole socarronamente:
-
Sí te está sacando bien el sol de la cabeza la dichosa carta.
–
Lo que no sabe es la que le espera como me venga otra vez – te respondió.
Unos
momentos después el cuatro de bastos le tocó de nuevo y enseñándolo dijo:
-
Ya está aquí otra vez pero se va a arrepentir.
Lo
cogió y, a bocados, lo hizo pedazos pequeños.
La
acción, por inesperada, resultó muy graciosa, todos reímos durante un buen rato
y la partida se dio por concluida.
Estas
cosillas villargordeñas eran las que venías a buscar cada día desde Mengíbar
en tus vacaciones, mañana y tarde, pues con ellas cargabas tu espíritu para poder
aguantar los once meses del complicado tráfico de Madrid.
Naciste
en junio de 1936, hasta es posible que te llevaras el galardón de ser el último
nacimiento inscrito en el Registro Civil antes de la guerra, yo en
octubre de 1948 y a pesar de que se interponía entre nosotros el escalón
natural que levantan los años entre quienes nacen antes, tú, y después, yo, no
nos vimos entorpecidos por ese obstáculo y nada nos impidió relacionarnos cuando
venías.
Cada
verano acudías puntual e ilusionadísimo al reencuentro con la familia y con los
paisanos porque necesitabas volver a saborear las particularidades de sus
gentes, esas que tanto añorabas cuando estabas ausente y, cómo no, las que nos
aportabas cada verano con tu espontaneidad, así contribuías a que éstas no se
perdieran.
Para
algunos villargordeños esas cosas sencillas e invisibles que estaban presentes
entre nosotros de manera permanente no existían porque, como no se vendían en
el comercio, ellos sólo valoraban lo que tocaban y en eso sí creían, esa es la única
verdad que para ellos existía y nuestras formas diferentes de pensar no eran
valoradas. Éstos, al estar anclados en las cavernas, cuando nos veían dando
carcajadas espontáneas por las simplezas que escuchábamos o por las jugarretas
que algunos gastaban a otros a pesar de tener más años que Matusalén pues no
comprendían, ni comprenden aún, que quienes vivimos nuestro pueblo en esa línea
y con espíritu limpio nunca estuvimos locos ni nos hacía falta que nos
ajustaran alguna tuerca suelta, según ellos.
Hace
años que aprendí esta lección: [En función de cómo vistas así tendrás cada
día tu espíritu. Si lo haces con colores llamativos verás la vida con optimismo
y serás feliz pero si te inclinas por los colores oscuros todo lo verás en
negro, el pesimismos te invadirá y la infelicidad te visitará para hacerte
compañía bastante tiempo.].
Si
el vestir condiciona en negativo o en positivo el comportamiento
de las personas… ¿No será mejor pensar y vivir de manera desenfadada para
cosechar felicidad que hacerlo encadenados a los prejuicios y vivir amargados?
Nuestro
lema para relacionarnos con la sociedad, sin ponernos de acuerdo, siempre fue
vivir abrazados a lo espontáneo, sin hacer planes para el futuro inmediato o
lejano, confiando en que el día a día marcaría la ruta a seguir y, sobre todo,
sin preocuparnos de lo que opinaran, pensaran o cómo vivieran los demás.
Así
es como cargabas las pilas cuando venías y, al regresar, ya te olvidabas de las
chirigotas, retornabas a la seriedad de tu trabajo y cada día, como gran
profesional que eras, sudabas la gota gorda para sacar adelante a tu familia al
volante, primero con los autocares y finalmente con el TAXIS.
Tu
experiencia como conductor comenzó en Villargordo, cuando compraste
aquel camión, y como nací doce años después que tú pues entonces era un
pequeñajo que aún recuerda bien que lo que se transportaba con los carros tú lo
hacías con el camión y esa realidad impresionaba mucho a los que teníamos poca
edad. Disfruté mucho cuando un día me invitaste a subir a la cabina y te
acompañé hasta el lugar donde se vertían los escombros que resultaban en la
obra que se realizaba en la casa de mis padres.
También
ibas a Jaén y un día, como viajar a la capital no era fácil, pues Rafael,
el marido de Amparo y padre de Sebastián el “Heladero”,
estaba a la salida del pueblo, te pidió que pararas, lo hiciste y, como el otro
asiento de la cabina estaba ocupado por otra persona, él se acopló en el cajón.
Al circular el vehículo por “Puente Mocho”, no sé qué sucedió, el señor
heladero se cayó del cajón y murió.
Un
tiempo después te casaste con María, una joven nacida en Mengíbar que residía en nuestro
pueblo. En aquellas fechas trabajabas donde fuera y un tiempo después regentasteis
una tienda de ultramarinos en la calle José Antonio del Moral Garrido
pero no os funcionó bien y, como nada ni nadie te frenaba, decidiste ingresar
en la Guardia Civil, lo que alcanzaste. Uno de tus destinos fue “La
Lancha” (Jaén) y otro en Cambrils (Tarragona), estando
en esta población nació uno de vuestros hijos pues tuvisteis a José, Francisca
Mónica y Manuel.
En
esa lucha continua que mantenías por alcanzar la felicidad seguiste luchando
por ganar la LIBERTAD que tanto amabas y, una vez más, cargado de VALENTÍA
y confianza no tuviste miedo de dejar la seguridad laboral que te daba el hecho
de ser funcionario, abandonaste la Benemérita y te viniste a Madrid
para trabajar con un volante.
Un
tiempo después, los hermanos Carretero fueron un 18 de julio, fiesta
nacional entonces, hasta Vados de Torralba para comer juntos y bañarse
en el Guadalquivir; en aquel lugar también había aquel día más personas
de Villargordo. Regresabais al atardecer y, cerca de Torrequebradilla,
os encontrasteis con un coche accidentado, paraste y resultaron ser Miguel “El
Zurdo” y Pepe “Luiche”, estaban muy graves. Vuestra
intervención con el taxis fue decisiva para llevarlos con rapidez a urgencias
médicas, con este gesto salvasteis sus vidas.
Un
día, después de la partida matinal, tocaba tomarnos unas cervezas y me dijiste:
-
Niño, hoy nos vamos a ir a Las Infantas pues quiero invitarte allí para
poder hablar tranquilos.
-
¿Qué vamos a celebrar? – le pregunté intrigado.
-
Cuando lleguemos allí te lo cuento, viajando no es muy aconsejable distraerse y
menos emocionarse – me contestó.
En
el restaurante “El Danubio” no fue el Salvori habitual pues
estuvo serio, emocionado y, sobre todo, rebosante de felicidad. Allí comprendí
que juzgar a las personas por las apariencias externas es abominable.
Una
vez acomodados me dijo el motivo del viaje:
-
Necesitaba comunicarte una gran alegría… ¡Uno de mis hijos ha concluido sus
estudios de Psicología, creo recordar!
Para
él, tener un hijo con la carrera universitaria concluida le había
proporcionado una alegría muy grande.
Creo,
sinceramente, que fue la única conversación que mantuvimos en un marco de
emotividad tan grande para ambos.
Tampoco
olvidaré las risas que me regalo cuando me contaba aquellas anécdotas tan
originales de la familia Carretero cuando se juntaban. Mantengo en el
recuerdo la escena que protagonizó Domingo la noche que los invitó a
cenar en su casa. Comieron, bebieron y rieron; los platos servidos estuvieron
muy ricos y, cuando se iban a marchar, les mostró los trajes de las serpientes
y de los lagartos que les había cocinado.
¿Qué
ocurrió después?
Que
algunos y algunas vomitaron mientras el resto daba carcajadas.
¡¡¡Hasta
siempre, querido primo!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario