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jueves, 27 de mayo de 2021

FRANCISCO CARRETERO LÓPEZ

 Colaboración de Paco Pérez

“EL GRAN SALVORI”

Escribir de una persona que ha fallecido siempre es doloroso pero si ésta fue muy querida entonces lo es bastante más. Hacía algunos años que no nos veíamos pues cuando venías yo estaba en otro lugar y eso me hacía dar por hecho que seguías hecho un chavalote bromista a pesar de tus bastantes años.
He lamentado tu pérdida porque nos teníamos bastante cariño, porque cuando no se esperan las noticias éstas duelen más, porque conservaba de ti una imagen jovial que desprendía vitalidad y porque en conversación telefónica mantenida con SerafínMalacara” en esta primavera, sin saber que habías fallecido, me comentó los buenos momentos que pasabais reunidos con las familias en el local de su hermano Francisco con motivo de la Navidad, tú amenizando la velada con el acordeón y tus genialidades. Por estas y otras razones daba por sentado que vivirías eternamente y que en tu Madrid seguirías repartiendo cartas de felicidad a las personas a diario.
Nuestras relaciones, sin olvidarnos que yo era hijo de tu prima hermana, estuvieron más inspiradas en otras razones: Una buena amistad y en lo bien que lo pasábamos cuando paseábamos, jugábamos las partidas de tute con nuestros inolvidables RamoncilloEl Sereno” (primo hermano de mi padre y más mayor que tú) y FranciscoEl de las zapateras” o cuando nos tomábamos unas cervezas… ¡Qué escenas tan graciosas vivimos con ellos, irrepetibles!
Jugábamos la partida de “tute” haciendo travesuras y diciendo lo adecuado para que el ambiente fuera gracioso, así te sentías el hombre más feliz del mundo, no necesitabas más. Recuerdo aquella partida en la que Francisco no recibía buenas cartas, se mostraba muy cabreado y, como le tenía tanto coraje al cuatro de bastos, cuando le entraba lo enseñaba y decía:
- ¡Ya está aquí otra vez el hijo de puta éste!
Tú le echaste leña al fuego mostrándote contrariado y diciéndole socarronamente:
- Sí te está sacando bien el sol de la cabeza la dichosa carta.
– Lo que no sabe es la que le espera como me venga otra vez – te respondió.
Unos momentos después el cuatro de bastos le tocó de nuevo y enseñándolo dijo:
- Ya está aquí otra vez pero se va a arrepentir.
Lo cogió y, a bocados, lo hizo pedazos pequeños.
La acción, por inesperada, resultó muy graciosa, todos reímos durante un buen rato y la partida se dio por concluida.
Estas cosillas villargordeñas eran las que venías a buscar cada día desde Mengíbar en tus vacaciones, mañana y tarde, pues con ellas cargabas tu espíritu para poder aguantar los once meses del complicado tráfico de Madrid.
Naciste en junio de 1936, hasta es posible que te llevaras el galardón de ser el último nacimiento inscrito en el Registro Civil antes de la guerra, yo en octubre de 1948 y a pesar de que se interponía entre nosotros el escalón natural que levantan los años entre quienes nacen antes, tú, y después, yo, no nos vimos entorpecidos por ese obstáculo y nada nos impidió relacionarnos cuando venías.
Cada verano acudías puntual e ilusionadísimo al reencuentro con la familia y con los paisanos porque necesitabas volver a saborear las particularidades de sus gentes, esas que tanto añorabas cuando estabas ausente y, cómo no, las que nos aportabas cada verano con tu espontaneidad, así contribuías a que éstas no se perdieran.
Para algunos villargordeños esas cosas sencillas e invisibles que estaban presentes entre nosotros de manera permanente no existían porque, como no se vendían en el comercio, ellos sólo valoraban lo que tocaban y en eso sí creían, esa es la única verdad que para ellos existía y nuestras formas diferentes de pensar no eran valoradas. Éstos, al estar anclados en las cavernas, cuando nos veían dando carcajadas espontáneas por las simplezas que escuchábamos o por las jugarretas que algunos gastaban a otros a pesar de tener más años que Matusalén pues no comprendían, ni comprenden aún, que quienes vivimos nuestro pueblo en esa línea y con espíritu limpio nunca estuvimos locos ni nos hacía falta que nos ajustaran alguna tuerca suelta, según ellos.
Hace años que aprendí esta lección: [En función de cómo vistas así tendrás cada día tu espíritu. Si lo haces con colores llamativos verás la vida con optimismo y serás feliz pero si te inclinas por los colores oscuros todo lo verás en negro, el pesimismos te invadirá y la infelicidad te visitará para hacerte compañía bastante tiempo.].
Si el vestir condiciona en negativo o en positivo el comportamiento de las personas… ¿No será mejor pensar y vivir de manera desenfadada para cosechar felicidad que hacerlo encadenados a los prejuicios y vivir amargados?
Nuestro lema para relacionarnos con la sociedad, sin ponernos de acuerdo, siempre fue vivir abrazados a lo espontáneo, sin hacer planes para el futuro inmediato o lejano, confiando en que el día a día marcaría la ruta a seguir y, sobre todo, sin preocuparnos de lo que opinaran, pensaran o cómo vivieran los demás.
Así es como cargabas las pilas cuando venías y, al regresar, ya te olvidabas de las chirigotas, retornabas a la seriedad de tu trabajo y cada día, como gran profesional que eras, sudabas la gota gorda para sacar adelante a tu familia al volante, primero con los autocares y finalmente con el TAXIS.
Tu experiencia como conductor comenzó en Villargordo, cuando compraste aquel camión, y como nací doce años después que tú pues entonces era un pequeñajo que aún recuerda bien que lo que se transportaba con los carros tú lo hacías con el camión y esa realidad impresionaba mucho a los que teníamos poca edad. Disfruté mucho cuando un día me invitaste a subir a la cabina y te acompañé hasta el lugar donde se vertían los escombros que resultaban en la obra que se realizaba en la casa de mis padres.
También ibas a Jaén y un día, como viajar a la capital no era fácil, pues Rafael, el marido de Amparo y padre de Sebastián el “Heladero”, estaba a la salida del pueblo, te pidió que pararas, lo hiciste y, como el otro asiento de la cabina estaba ocupado por otra persona, él se acopló en el cajón. Al circular el vehículo por “Puente Mocho”, no sé qué sucedió, el señor heladero se cayó del cajón y murió.
Un tiempo después te casaste con María, una joven nacida  en Mengíbar que residía en nuestro pueblo. En aquellas fechas trabajabas donde fuera y un tiempo después regentasteis una tienda de ultramarinos en la calle José Antonio del Moral Garrido pero no os funcionó bien y, como nada ni nadie te frenaba, decidiste ingresar en la Guardia Civil, lo que alcanzaste. Uno de tus destinos fue “La Lancha” (Jaén) y otro en Cambrils (Tarragona), estando en esta población nació uno de vuestros hijos pues tuvisteis a José, Francisca Mónica y Manuel.
En esa lucha continua que mantenías por alcanzar la felicidad seguiste luchando por ganar la LIBERTAD que tanto amabas y, una vez más, cargado de VALENTÍA y confianza no tuviste miedo de dejar la seguridad laboral que te daba el hecho de ser funcionario, abandonaste la Benemérita y te viniste a Madrid para trabajar con un volante.
Un tiempo después, los hermanos Carretero fueron un 18 de julio, fiesta nacional entonces, hasta Vados de Torralba para comer juntos y bañarse en el Guadalquivir; en aquel lugar también había aquel día más personas de Villargordo. Regresabais al atardecer y, cerca de Torrequebradilla, os encontrasteis con un coche accidentado, paraste y resultaron ser Miguel El Zurdo” y Pepe Luiche”, estaban muy graves. Vuestra intervención con el taxis fue decisiva para llevarlos con rapidez a urgencias médicas, con este gesto salvasteis sus vidas.
Un día, después de la partida matinal, tocaba tomarnos unas cervezas y me dijiste:
- Niño, hoy nos vamos a ir a Las Infantas pues quiero invitarte allí para poder hablar tranquilos.
- ¿Qué vamos a celebrar? – le pregunté intrigado.
- Cuando lleguemos allí te lo cuento, viajando no es muy aconsejable distraerse y menos emocionarse – me contestó.
En el restaurante “El Danubio” no fue el Salvori habitual pues estuvo serio, emocionado y, sobre todo, rebosante de felicidad. Allí comprendí que juzgar a las personas por las apariencias externas es abominable.
Una vez acomodados me dijo el motivo del viaje:
- Necesitaba comunicarte una gran alegría… ¡Uno de mis hijos ha concluido sus estudios de Psicología, creo recordar! 
Para él, tener un hijo con la carrera universitaria concluida le había proporcionado una alegría muy grande.
Creo, sinceramente, que fue la única conversación que mantuvimos  en un marco de emotividad tan grande para ambos.
Tampoco olvidaré las risas que me regalo cuando me contaba aquellas anécdotas tan originales de la familia Carretero cuando se juntaban. Mantengo en el recuerdo la escena que protagonizó Domingo la noche que los invitó a cenar en su casa. Comieron, bebieron y rieron; los platos servidos estuvieron muy ricos y, cuando se iban a marchar, les mostró los trajes de las serpientes y de los lagartos que les había cocinado.
¿Qué ocurrió después?
Que algunos y algunas vomitaron mientras el resto daba carcajadas.
¡¡¡Hasta siempre, querido primo!!!

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