Colaboración de Paco Pérez
Hace
años, en una dependencia de nuestra Parroquia, se reunía un grupo de personas para
comentar las lecturas del domingo. El grupo estaba coordinado por Luís
Beltrán. La metodología que empleaba era muy sencilla: Nos descargábamos
la “hojilla” que Juan García Muñoz publicaba, y aún publica, en “Escucha
de la Palabra” (Parroquia San Pablo. HUELVA); leíamos los textos en
casa; los meditábamos con la ayuda de las orientaciones que él le adjunta
a cada texto y finalmente, el día de la puesta en común, se exponían las
enseñanzas que cada persona había recibido. Diez años después sigo visitando dicha
web para descargarme la “hojilla”.
Esta
semana me he encontrado una grata sorpresa en el CONTEXTO pues tiene un
título muy de mi agrado: “NUESTRA PIEDAD MARIANA. DESVIACIONES”.
Su
contenido fue expuesto por Juan en una charla que él tituló así:
María, vecina de Nazaret
María,
la sencilla, la muchacha, la servidora, la pobre, la esperanza de los pobres.
La
hemos engrandecido tanto - y con razón-, que sólo vamos a ella a pedir
favores y no a contemplar su vida para imitarla. Con tanto oropel y
retablos dorados, como aquí tenemos en el Santuario del Rocío, la hemos
separado de su vida sencilla y creyente.
Ya
el Concilio nos recuerda en Lumen G. Nº 67: “que los
predicadores y teólogos se abstengan con cuidado tanto de toda falsa
exageración cuanto de una excesiva mezquindad de alma al tratar la singular
dignidad de la Madre de Dios”.
María: la madre, la
muchacha, la sencilla, la pobre, la creyente, la fiel, la que guarda todo en su
corazón, la nuestra.
María
no es una especie de monja que tuvo un hijo por obra y gracia del Espíritu
Santo, y esto la hizo mucho más monja todavía.
La
tradición piadosa volcó tantas alabanzas imaginadas sobre María
que acabábamos por verla alejada, distante, de otro planeta, inimitable, cuasi
divina. Las imágenes de escayola optaron por presentárnosla revestida de
su gloria celeste, ocultándonos el ropaje de su vida diaria, como madre
laboriosa y sencilla del caserío de Nazaret… Alguien llegó a decir que fue
preservada por Dios de todo dolor desde el primer instante de su ser natural…
Al
pensar en María, nos fuimos dejando llevar, a lo largo de los siglos,
por un sentimiento de fantasía y romanticismo y por un vergonzante sentido de
desprecio maniqueo hacia todo lo que es “muy humano”: el cuerpo, la vida
cotidiana, las servidumbres humanas más sencillas… Pensábamos que
enaltecíamos a María cuanto más la alejábamos de su sencilla, verdadera
y profunda humanidad. Como si el nacimiento de Jesús fuera más digno de él
y de su madre siendo “como un rayo de sol que atraviesa un cristal”…
Fue una filosofía,
unos influjos, una mentalidad extrabíblica, hecha de platonismo, de
maniqueísmo, de idealismo.
Lo
mismo nos había pasado con Jesús. Hoy redescubrimos con fe admirada su
profunda y completa humanidad. En Jesús, Dios nos manifiesta su rostro
profundamente humano. La vida y la persona de Jesús nos muestran que tan
profundamente humano sólo puede ser Dios mismo. María puede ser
modelo para nosotros porque es una mujer de nuestra raza, de nuestra
tierra, miembro del pueblo de Dios, la primera creyente, profundamente humana.
María
ha sido engrandecida en la piedad popular hasta tal punto que casi ha
perdido sus rasgos humanos. Es más un ser divino que un ser humano.
Y
es que a veces se insistía de manera excesivamente unilateral en la
función protectora de María, la Madre que protege a sus hijos de todos
los males, sin convertirlos a una vida más de acuerdo con el Espíritu de Jesús.
Otras veces, algunos tipos de devoción mariana no han sabido exaltar
a María como madre sin crear una dependencia de una madre
idealizada y fomentar una inmadurez y un infantilismo religioso.
Quizás
esta misma idealización de María como la “mujer única” ha podido también
alimentar un cierto menosprecio a la mujer real y ser un refuerzo más del
dominio masculino. Pienso que, al menos, no deberíamos desatender ligeramente
estos reproches que desde frentes diversos se nos hace a los católicos.
Porque
una piedad mariana bien entendida no encierra a nadie en el infantilismo, sino
que asegura en nuestra vida de fe la presencia enriquecedora de lo femenino.
Porque
el mismo Dios ha querido encarnarse en el seno de una mujer. Y desde entonces,
podemos decir que “lo femenino es camino hacia Dios y camino que viene de
Dios”.
La
humanidad necesita siempre de esa riqueza que asociamos a lo femenino porque,
aunque también se da en el varón, se condensa de una manera especial en la
mujer. Es la riqueza de la intimidad, de la acogida, solicitud, cariño,
ternura, entrega al misterio, gestación, donación de vida…
Ha
habido una visión mariológica que, inconscientemente, ha desarrollado
una imagen de María como una especie de correlato femenino de la divinidad.
Ha querido poner en Dios las cualidades pretendidamente
masculinas, como el poder, la creación, la ley, la fuerza legisladora, el
poder judicial, el poder sancionador y castigador implacable… Y, por otra
parte, ha imaginado concentradas en María las cualidades de la bondad,
el perdón, la misericordia…
Fruto
de todo ello es
una imagen mítica de María deteniendo en el cielo el brazo de la cólera
de Dios… Esto es sencillamente falso, inaceptable en una visión
cristiana realmente concorde con el evangelio. Es un flaco servicio a la
piedad mariana. Hay que superarlo.
Pero
todavía nos quedan vestigios de esta mentalidad cuando atribuimos a ciertas prácticas
de piedad una eficacia automática de salvación eterna desconectada
enteramente del evangelio, cuando no tenemos nuestra visión cristiana
enteramente centrada en el Padre de nuestro Señor Jesucristo, cuando no
centramos toda nuestra práctica en la lucha por la causa de Jesús tal como
aparece en el evangelio.
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