Colaboración de Paco Pérez
ARREPENTIMIENTO,
CAMBIO, ALEGRÍA Y ESPERANZA
La
invasión de los asirios causó una gran devastación, los habitantes de Israel estaban hundidos moralmente y, a
pesar de las adversidades padecidas, conservaron sus principios religiosos. El
profeta Sofonías, apoyado en esa realidad,
intentó levantarlos del estado de desolación en que estaban y si se mantuvieron
firmes en la fe fue por la esperanza
que él les infundía recordándoles que el Señor estaba con ellos y que
los levantaría de su postración luchando a su lado.
Más adelante, Juan “El Bautista” intentó encauzar al pueblo y lo hizo con una fuerza inusual pues predicaba con planteamientos que no se parecían en nada al modelo que ellos estaban acostumbrados con el judaísmo, guiados por los sacerdotes y los doctores de la Ley.
Antes
de comenzar su predicación abandonó la vida que había tenido y se fue al
desierto a meditar, cuando estuvo preparado se aposentó junto al Jordán y
hablaba a las personas de un modelo religioso que nada tenía que ver con el que
ellos habían venido practicando. Al hacerlo, Juan empleó un lenguaje sencillo
que era entendido por todos, les proponía arrepentirse de sus pecados y bautizarse
en el Jordán para así recibir el perdón.
El
lugar donde predicaba y las acciones que les proponía eran
la primera parte del proceso de preparación que él había iniciado pero
después comenzaría otra fase y ésta sería realizada por el que vendría después,
lo llamaba “el más fuerte” pero nunca lo nombró como el Mesías.
Sus
mensajes calaron fuerte y acudían personas de todos los lugares y de todas
las clases sociales pero hubo un momento en el que esas personas desearon cambiar
de comportamiento y, al no saber cómo hacerlo, le preguntaron:
-
[Entonces, ¿Qué hacemos?].
Las
respuestas que él les dio fueron un manual sencillo para el comportamiento que
debían tener siempre: Compartir con quienes no tuvieran nada, ser justos al aplicar la ley, no aprovecharse
de las personas sino ayudarles…
Con
su forma sencilla y radical de decir las cosas su mensaje fue calando entre el
pueblo y comenzaron a confundirlo con la figura que el pueblo de Israel llevaba años esperando, el Mesías. Juan lo negó y les explicó, de manera razonada, las diferencias
que había entre él y el que vendría después: Su Bautismo era con agua,
y el que recibirían después sería con Espíritu Santo y fuego. También
les explicó que cuando viniera actuaría como el agricultor en la era en época
de recolección, es decir, cogería el bieldo y aventaría para separar el grano
de la paja y después quemaría lo que no fuera útil o necesario. Así les aclaró
que debían esforzarse en el día a día y hacer penitencia para que
no perdieran la esperanza en la pronta venida del Mesías. Con su
labor valiente la comunidad creció en un buen ambiente de unidad y fraternidad,
el que se encontró Jesús cuando se acercó al Jordán.
Pasaron
los años y Pablo, siguiendo esa línea, aconsejaba a los filipenses
que fueran prudentes, que nunca perdieran la alegría para poder
transmitirla a los demás y, sobre todo, que confiaran en el Señor
pues Él siempre está cerca de las personas para ayudarles. Con estos
argumentos les pedía que cuando oraran se mostraran arrepentidos
y le pidieran esperanzados su perdón.
En
nuestros tiempos no basta con pronunciar homilías bonitas y dar
consejos o escuchar distraídos desde los “bancos”. Quienes los dan deben ser como Juan, radicales, señalando las injusticias y a
quienes las cometen y los que escuchan sentados en los “bancos” deberán abandonar la postura
cómoda y pasiva que practican para profundizar en la “verdad” de Dios, convenciéndose de que ir a misa engalanados con las mejores vestimentas o ir detrás de una imagen por las calles no es lo que Juan proponía, él deseaba que conociéramos que hay muchos prójimos
que viven sin lo necesario y que deberíamos solucionarles sus problemas... ¿Seguimos este camino?
Si
algún día logramos cambiar nuestro
comportamiento es posible que entonces podamos conocer la verdadera cara de la alegría.
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