Colaboración de Paco Pérez
EL BUEN PADRE ESCUCHA Y PERDONA LA DEBILIDAD
Cuando
Josué recibió del Señor la noticia de haber sido liberados de las
ataduras de Egipto, celebraron la Pascua y al día siguiente
comenzaron a comer los frutos de la tierra que les había prometido el Señor y
dejaron de recibir el maná. Aquella fiesta de Pascua sólo podían
celebrarla quienes estuvieran circuncidados, el símbolo de ser
miembros de la ALIANZA de Dios con su pueblo, la que comenzó
con Abrahán.
Pasaron los años y, en tiempos de Jesús, cuando alguien se comportaba de manera no habitual la sociedad se escandalizaba, ocurrió entonces y también ocurre en nuestros días. Lo hacen criticando lo que ellos consideran que son acciones incorrectas, a Jesús lo acusaron de relacionarse con las personas que estaban en la indigencia o enfermos y a quienes eran publicanos o pecadores. Estas personas no eran bien vistas por los escribas y los fariseos porque, como tenían una posición social respetable pues creían que ellos eran los buenos y los otros unos indeseables, esta visión los empujaba a despreciarlos y a dar gracias a Dios por no ser como ellos.
Como Jesús los conocía bien pues intentó mostrarles el verdadero camino proponiéndoles
dos ejemplos similares, el de “Un pastor que
perdió una oveja” y el de “Una
viuda que perdió una moneda”. Después les narró la
parábola del “Hijo pródigo” o del “Buen Padre”.
En el primer ejemplo les mostró la preocupación del
pastor por lo que pudiera ocurrirle a la oveja
perdida pues sola en el campo las alimañas la matarían y en
el segundo el empeño que puso la viuda en la búsqueda de la moneda porque era muy pobre y para
ella era muy grande la pérdida. En ambos casos la preocupación, la constancia y el esfuerzo recibieron el premio.
Después les expuso la parábola para profundizar más en el comportamiento de las personas: El buen padre es aquel que
muestra una actitud de escucha ante la petición del hijo, que respeta
y acepta sus propuestas, que sufre su ausencia y espera con esperanza su regreso y después, cuando regresa a casa de nuevo, lo abraza, se alegra, lo perdona, lo acoge y organiza una fiesta
para celebrarlo.
Cuando el hijo
rebelde vivió alejado de la casa paterna gastó la fortuna, empobreció, le aparecieron los problemas y entonces comprendió que cuando tenía todo lo necesario para ser feliz no supo valorarlo y después,
cuando quedó indigente necesitó trabajar asalariado para poder comer algo y
entonces fue cuando valoró que su padre sí era un gran patrón porque trataba con justicia a los trabajadores. El hambre y el recuerdo le hicieron tomar
la decisión de regresar a la casa paterna para pedirle perdón y que lo acogiera como un trabajador más.
También se nos habla del hermano
bueno y convencional, el que quedó en casa y no entendió el comportamiento que tuvo su padre cuando recuperó al hijo
que estaba perdido… ¿Por qué actuó
así?
Porque temió perder parte de su herencia con el
regreso del hermano. La suya fue una actitud negativa que, sugerida por el egoísmo, estuvo ausente de amor y perdón hacia el
hermano que había regresado.
La
figura del “buen padre” siempre
estuvo presente entre los hombres y por esa razón Dios, como “buen padre”
que es, siempre se preocupó del pueblo de Israel
en cada momento de su historia: Rescatándolos de la esclavitud que
padecían en Egipto; solucionándoles
sus necesidades en el desierto y cumpliendo la promesa que les hizo, regresar
a la “Tierra Prometida”.
Sí
el amor hacia los demás está presente todo lo que hagamos ayudará a que haya
paz pero si permitimos que la incomprensión
y el egoísmo entorpezcan la
convivencia pues entonces en la sociedad
y en la familia sólo habrá problemas. Jesús hizo lo correcto, tratar a todos igual
pero quienes dirigían la espiritualidad del judaísmo no tenían esa visión
del prójimo y por eso le criticaban que se relacionara con los publicanos y pecadores.
Él, para mostrarle
al pueblo la falsedad de esos principios humanos y no religiosos en
que habían sido educados, les propuso esta parábola para que quedaran al
descubierto los comportamientos de las personas: El hijo inconformista, el propietario
que no trata bien a sus trabajadores, un padre bueno, un hijo egoísta, unos escribas y
doctores que tienen un comportamiento racista y excluyente y un hombre, Jesús, que es condenado por amar, perdonar y acoger
a los marginados.
Pablo les habló de lo
que fue el hecho real de la venida de Jesús.
Según él, debemos aceptar que el seguimiento hay que entenderlo conociendo
que en él hay dos etapas bien diferenciadas, “hasta Jesús” y “después de Él”. Según este planteamiento quedamos
liberados de aquella creencia del pasado
que les hacía pensar que para Dios unos eran buenos y otros malos, ese
error propiciaba que las apariencias y la falsedad reinaran en la sociedad pues
así intentaban engañar a Dios. Jesús,
conocedor de esa mentira, les abrió los ojos cuando, estando limpio de maldad y
pecado, aceptó entregar su vida en la cruz para que los pecados de la humanidad
fueran perdonados por el Padre en un acto de reconciliación con
todos. Ahora, para que sea una realidad, todos deberemos cambiar y para ello
comenzaremos por perdonar, a nosotros y a los demás, si lo hacemos viviremos en paz nuestra vida personal
y familiar, en la comunidad y en la Iglesia.
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