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viernes, 5 de agosto de 2022

LO PERECEDERO, EL DIOS DE NUESTROS TIEMPOS

 Colaboración de Paco Pérez

CONFIAR EN DIOS Y ESPERAR, EL CAMINO

Siempre preocupó a las personas el no estar preparadas para transitar por la vejez y, para amortiguar las posibles consecuencias futuras, se impusieron con tiempo medidas preventivas para que esa nueva situación les resultara más llevadera. Durante años trabajaron fuerte, no despilfarraron, ahorraron, no valoraron la importancia que tenía relacionarse en el entorno, no conocieron el sabor de la generosidad y cada día se fueron haciendo más egoístas. Al vivir tan ocupados en estos menesteres el tiempo se les pasó con rapidez y se jubilaron, pronto les aparecieron los achaques físicos y comenzaron a visitar las consultas médicas y los hospitales. Al presentarse ante ellos esta nueva realidad se vieron desbordados y se preguntaban… ¿Qué hemos hecho mal para estar ahora así?

Al tener tiempo para todo se dieron cuenta que el error cometido fue no percatarse a tiempo que habían luchado para conseguir un bienestar material, dinero y propiedades, pero éste no les servía ahora para solucionarles los achaques de salud. AL tenerla deteriorada comprendieron que fue un error actuar así porque en cualquier momento les llegaría la llamada del Padre para presentarse ante Él y ese día lo acumulado se quedaría aquí porque es perecedero y porque a ese viaje se va sin equipaje.

Si este modelo de comportamiento lo venimos practicando desde el comienzo de los tiempos… ¿Por qué seguimos sin rectificarlo?

Porque el pensamiento ofuscado por el miedo a lo desconocido, lo contrario de tener fe en Dios, nos impide mirar al futuro confiando en el Padre.

Lo hacíamos mal cuando se nos aconsejaba ser desprendidos, ayudar al necesitado y ser responsables pero a pesar de ello continuábamos de espaldas a todo y después, cuando estamos en el final del viaje, seguimos sin rectificar y nos refugiamos en las visitas al templo para que los santos nos arreglen el entuerto que hemos cometido, que ellos intercedan por nosotros y que el Padre nos acoja.

El evangelio nos enseña que debemos vivir con responsabilidad ejerciendo nuestra profesión, siendo honrados y estando atentos y vigilantes para que siempre podamos responder a quienes nos pidan cuentas pues no sabemos ni el día ni la hora en que lo harán.

Con Abraham y su familia aprendemos que tener un buen comportamiento y fe en Dios es la esencia de nuestra creencia para que el edificio de la religiosidad no se nos derrumbe. Sara no tenía edad de engendrar y, confiando en el Padre, tuvo a Isaac. Abraham fue probado, tenía que sacrificar a Isaac, no dudó a la hora de hacerlo y su confianza en Dios fue reconocida y premiada.

Estas personas que obedecieron murieron y no presenciaron el cumplimiento de las promesas que les hizo el Señor. Nosotros decimos que tenemos fe pero si la adversidad nos visita la perdemos y nos encaramos con Él.

El texto de la Sabiduría pretendía ayudar a los fieles judíos que vivían en una comunidad de origen helenista para que no perdieran la fe al sentirse agobiados por las circunstancias que les impedían mantenerse firmes en ella: vivir en minoría dentro de una comunidad cuyo pensamiento religioso era diferente y por eso recibir humillaciones, ser perseguidos con insistencia… El Señor, por medio de los profetas, les anunció la liberación pero también les recordó que, a pesar de ello, nada quedaría sin ser juzgado por quien lo conoce todo, el Padre.

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