Colaboración de Paco Pérez
ARREPENTIRSE Y
SER MISERICORDIOSOS, LO DIFÍCIL
La
religiosidad del pueblo estaba influenciada por la tradición del lugar y por
esa razón la idolatría estaba tan arraigada entre ellos.
Cuando Moisés liberó al pueblo que estaba cautivo en Egipto, durante un tiempo, deambularon por el desierto y un día subió al monte requerido por Dios pero, en su ausencia, el pueblo acordó retornar a la idolatría al sentirse abandonados, hicieron un becerro de metal y le daban culto. Ante esos desmanes el Señor comunicó a Moisés que iba a destruirlos pero con él y su descendencia formaría un gran pueblo. A pesar de ello él intercedió por ellos, le pidió que no los castigara, le puso como argumento el amor que tenía a las personas y los compromisos que había contraído con Abraham, Isaac y Jacob, el Señor lo escuchó.
Pasaron
los años, vino Jesús y su comportamiento rompió los moldes que aún había
en aquella sociedad tradicional pues ella les señalaba con las personas que debían
relacionarse y con las que no pero Él no siguió esas costumbres cuando
les hablaba o se reunía a comer con quienes eran etiquetados por los buenos
ciudadanos, los fariseos y escribas, como pecadores.
En este grupo marginal entraban los pastores pues eran acusados de
alimentar a sus animales en las propiedades ajenas.
Para
corregir esos equivocados comportamientos les propuso tres parábolas cuyo tema nos
muestra lo cotidiano de entonces: Un señor que pastorea un pequeño rebaño
pierde una oveja y él acude en su ayuda porque para él tenía mucho valor,
una señora que pierde una moneda que adornaban su tocado y que
ella guardaba con mucho cariño y un hijo que, al no estar
satisfecho con su situación en la casa paterna, reclamó al padre su
herencia para vivirla la vida en libertad y mejor.
Con
los personajes de estos ejemplos Jesús nos enseña a preocuparnos por
los débiles y a rechazar el egoísmo. El pastor, la señora
y el padre pierden la oveja, la moneda y el hijo pero
reaccionan y nos muestran lo bueno de las personas, sufrir por la
pérdida de aquello que aman e intentar solucionar los problemas que se
presentan. Es cierto que no es lo mismo la pérdida de una oveja, una moneda o
un hijo pero toda pérdida duele porque lo importante no está en el valor
material o en la cantidad sino en el sentimental.
El
pastor, la señora y padre nos enseñan a no perder
la esperanza y a tener confianza en el Señor.
En
el hijo pródigo se nos muestra la figura del padre que ama
a sus hijos, lo escucha, respeta las decisiones libres que toman
y nunca deja de amarlos, aunque sus decisiones estén equivocadas: El hijo menor
le exigió su herencia, recibió el tercio del total, lo dilapidó, sufrió, regresó
arruinado y el padre lo acogió pero el hijo mayor, al enterarse de su
regreso, se comportó muy mal empujado por la ofuscación que le ocasionó el
egoísmo y no perdonó los errores que cometió el hermano, hizo lo contrario
que nos enseñó Jesús.
Las
decisiones que tomamos las personas, en el ejercicio pleno de nuestra libertad,
unas veces nos conducen al éxito y otras al fracaso y cuando esto ocurre no
hacemos como el hijo pródigo… ¡Reconocer el error y pedir perdón!
El
pueblo de Dios fue liberado de la esclavitud pero actuando con libertad
se entregó a la idolatría y se olvidó de la libertad recibida… ¿Dios lo
castigó?
Pablo anima a las
personas a proclamar la palabra de Dios aunque no tengan una vida
ejemplar pues el Señor, a pesar de todos nuestros errores, nos
perdona y nos empuja a seguirle para que demos testimonio de Él.
El mejor ejemplo que les puso fue relatarles la vida que él llevó hasta que Jesús
lo llamó y entonces decidió romper con su pasado y volcarse totalmente con la
evangelización.
Luego,
Dios no castiga y sí perdona, nuestros actos son quienes nos condenan.
Señor, qué paciencia
tienes con todos pues siempre estás a nuestro lado y nosotros aún seguimos
en las nubes.
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