Colaboración de Paco Pérez
JUAN, EL TESTIGO DE LA VERDAD
Isaías también sufrió
las consecuencias de la deportación pero él, allí o en Israel, siempre intentó
poner paz en los enfrentamientos que había. Unos defendían que el mensaje
debía estar dirigido a todas las personas, sin establecer diferencias
entre ellas, pero otros opinaban que eran una raza especial y no debían
mezclarse con otros. Él, como todos los profetas, defendió la igualdad,
el Señor se lo reconoció y lo premió, le encargó misiones
importantes.
Pasaron los años y Jesús apoyó los planteamientos propuestos por los profetas pero también les aconsejó que, en algunos casos, era mejor dejar de cumplir algún precepto del judaísmo porque era más importante no hacerlo.
Lo
expuesto nos confirma que nada es eterno pues todo está sometido a un proceso
evolutivo natural que actúa de manera lenta e invisible y desemboca en un cambio.
Las personas también estamos afectadas por esa realidad y no nos equivocaremos
si afirmamos que, a veces, son buenos para que todo mejore. Esa es la esencia
del Bautismo y por eso se aconsejaba
a quienes deseaban recibirlo que dejaran atrás las costumbres viejas para comenzar
a dar mejores frutos… ¿Nos hicimos ese planteamiento
al recibirlo?
Jesús, hasta que
recibió el Bautismo, convivió en un ambiente en el que conoció la
problemática de la familia, la sociedad, la religión y los
poderes públicos. Cuando acabó el aprendizaje caminó hasta el Jordán, se acercó a Juan y le
pidió el Bautismo. Juan no lo había visto nunca pero lo
reconoció y dijo de Él, a quienes estaban
presentes en ese momento, las palabras que lo identificaban como el Mesías. Las encontramos en JUAN 1, 29: [Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo.].
¿Por
qué las pronunció?
Como algunos decían que el Bautista era el Mesías, cuando lo vio venir hacia él,
no dudó en proclamarlo como el anunciado y esperado por el pueblo y así
no habría más confusión pues a él sólo le había correspondido el gran honor de proclamarlo.
La
escena del Bautismo nos muestra lo que
debemos hacer como cristianos: Arrepentirnos de los errores cometidos en el pasado,
manifestar el deseo de abandonar nuestro
comportamiento equivocado; recibir el
agua y abrir nuestro corazón al Espíritu Santo para que nos guíe.
Pablo,
ejemplo
de evangelización, también los animaba a cambiar y a dar testimonio llevando a
todos la gracia y la paz del Señor.
Ahora
estamos acostumbrados a presenciar escenas en las que las personas no siguen a Dios como lo hicieron Isaías, Juan y Pablo… ¿Por
qué?
Porque
ellos no actuaron empujados por el oportunismo del momento, no buscaron
el triunfo o el enriquecimiento personal, no dudaron, sí proclamaron la verdad y denunciaron la injusticia.
En
nuestros días, también podemos comprobar que muchas personas bautizadas tienen
comportamientos contradictorios. Se da en quienes manejan los hilos de
la economía, si sólo se preocupan de obtener una buena rentabilidad para
ellos; de la política, cuando no
tienen inconveniente en prometer hoy una cosa y mañana hacer la contraria; de
la demagogia, cuando proponen respetar a los animales y las plantas pero
también se muestran partidarios del aborto o permiten que en los programas
basura de TV la intimidad de las personas
no sea respetada o, cómo no, si son muy respetuosos con las creencias religiosas
importadas (postura correcta) pero no con la cristiana (acción
incorrecta)…
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