Colaboración de Paco Pérez
NUESTRA OBLIGACIÓN ES MOSTRARLA
Dios dijo a Moisés que en el futuro comunicaría al
pueblo sus mensajes a través de los
profetas. También le expuso qué
deberían respetar, qué no y qué consecuencias podrían sobrevenir a los profetas
y a las personas que no cumplieran sus leyes.
Pasaron los años y Jesús vino para culminar la obra del Padre, enseñarnos el camino del Reino. Él también visitaba el Templo y la Sinagoga. Al hacerlo, se mostraba cómo era y dejaba una profunda huella entre quienes presenciaban sus explicaciones pues les impactaba el dominio que tenía de los temas, la claridad de sus exposiciones y el espíritu crítico que empleaba cuando les hablaba de las realidades que les hacían padecer aquellos que vivían en la opulencia manejando el sistema religioso-político.
Sus
mensajes no gustaban a las autoridades porque denunciaba que las enseñanzas
religiosas y las leyes civiles sólo servían para que los poderosos disfrutaran
de una forma de vida cómoda mientras el pueblo vivía en la indigencia por las
cargas impositivas y emocionales que les imponían.
En
el evangelio se nos muestra, como ejemplo, a una persona que actúa influenciada
por las directrices equivocadas de la sinagoga, eso la empuja a sentirse
ofendida con Él porque les destapaba lo negativo que allí se hacía.
En
nuestros días, también nos encontramos con personas que hablan con violencia cuando
defienden sus ideologías influenciados por los mensajes equivocados que
reciben, al hacerlo no son ellos mismos sino el pensamiento sectario que
recibieron de los políticos o los religiosos.
Después
de Jesús la labor evangelizadora
continuó y nos encontramos a Pablo y
sus seguidores. Éstos se plantearon cuál debía ser el estado ideal de las
personas que decidieran servir al Señor,
hacerlo desde el matrimonio o desde
el celibato. Para Pablo, quienes se casaran, tendrían unas obligaciones que les podrían distraer
del servicio al Señor pues, además, también deberían atender
las necesidades de los cónyuges y los hijos.
Por esa razón les recomendaba el “estado célibe” para atender al Señor
plenamente. Su reflexión no iba encaminada a prohibirles casarse sino
a que supieran valorar de antemano, antes de elegir, las realidades de
“la vida matrimonial” y “el servicio a Dios”.
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