Colaboración de Paco Pérez
AMA, PROTEGE, ALIMENTA,
GUÍA…
En
la antigüedad había rituales regulados por la tradición, el pastoreo lo tenía:
Mataban un cordero la noche anterior de irse con el rebaño en busca de buenos
pastos, se lo ofrecían al Señor por la buena fecundidad y salud de los animales,
lo comían y se marchaban.
Era un acto religioso para ellos porque los habían educado así pero tenía un parecido grande con el trapicheo del comercio: Ellos pagaban a Dios, con el sacrificio del animal, para recibir su protección ante los peligros y las enfermedades.
En
nuestros días también trapicheamos con Dios cuando le pedimos su ayuda y nos
comprometemos a realizar algo para que Él nos solucione nuestros problemas
pero… ¿Hacemos después lo prometido si no se cumple nuestra petición?
Creo
que no porque redactamos el contrato nosotros y lo hacemos en términos
condicionales, si me das esto yo hago…
Pero
Jesús nos enseñó que el buen “pastor” ama a las ovejas y no les
pide nada pero las alimenta, las protege de los peligros, las cuida aunque no sean
de su rebaño y, si es necesario, entrega su vida por ellas. También hay
pastores que trabajan para ganar un salario y, aunque cumplen honradamente, no
se exponen a ningún riesgo por ellas.
Con
este relato pastoril nos enseñó qué debemos hacer con el prójimo y lo
hizo estableciendo una similitud entre los elementos que intervienen y las
personas: Los sencillos pastores, los clérigos que sí cumplen; las
indefensas ovejas, el pueblo de Dios desamparado que necesita
ayuda y las buenas acciones que realizaba el pastor con
ellas, lo que debemos hacer con el necesitado.
Sabemos
bien qué papel interpretamos en el gran teatro de la vida profesional, familiar
o religiosa pero… ¿Reconocemos que anteponemos nuestros intereses personales a
cualquier otra opción altruista y que al actuar así somos injustos e impedimos
que florezca un mundo mejor?
No
solemos hacerlo porque la ambición, el poder y llevar una vida cómoda nos deja
sin fe, nos impide aceptar los acontecimientos que no comprendemos y nos inocula
el miedo a perder la posición económica y de poder que hemos logrado, ocurrió y
nos ocurre ahora.
Pedro
fue
al Templo a orar, se encontró con un señor que no podía andar y pedía para
poder vivir, se acercó a él y, en nombre de Jesús, le ordenó que se
levantara. Lo ocurrido se divulgó y acudieron muchos, los jefes religiosos también.
Éstos se comportaron con él igual que con Jesús, no supieron valorar en
su acción que lo importante fue curar al enfermo, ayudarle.
Él
reconoció
que lo hizo en nombre de Jesús, al que ellos detuvieron para
interrogarlo, crucificarlo y después resucitó el Padre para demostrarles
que no supieron valorar lo importante que es ayudar al prójimo. Todo esto
ocurrió porque no aceptaron que Él era su Hijo, nosotros sus hermanos y, por
tanto, hijos de Dios… ¿Hemos asimilado, como Pedro, que comprender es necesario
para cambiar?
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