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martes, 23 de octubre de 2012

“EL CUCO”

Capítulo III



ANÉCDOTAS CUQUILLERAS

LA CAZA DEL “RECLAMO DE PERDIZ” en Villargordo (Jaén), también conocida como “CAZAR EL CUCO”, tuvo y tiene muchos seguidores pero de lo que no se habla en las tertulias cuquilleras-vinateras es de aquellos que se quedaron en proyecto de “CUQUILLERO” y de las razones por las que se retiraron de su práctica. No se habla porque ellos nunca las contaron al no ser de interés para las tertulias.
Hoy, estos personajes anónimos nos relatan esas experiencias:

Colaboración de Adriano Jiménez Almagro

Yo también me aficioné a la caza del pájaro de perdiz conocida como “Cuco”. Era un muchacho en fase escolar y fue mi maestro, D. Luís Pérez Navarro, quien me metió el gusanillo en el cuerpo. Él me llevaba, algunos días, en sus salidas después de acabar la escuela a las cinco de la tarde. Recuerdo que casi siempre íbamos al mismo paraje, “Los Llanos”. La razón estaba clara, era lo más cercano al Colegio y se nos acababa la tarde. Me enseñó cómo hacer el puesto de “piedra” y el de “leña”, éste junto al tronco del olivo.
La verdad, esas enseñanzas me gustaron y era raro el día que no salíamos mientras duraba el tiempo del “Cuco”. A mí siempre me ponía en la olivas que su padre tenía junto a la “Casilla de Blas”, y él se ponía un poco más abajo. Cuando empezaba ya la tarde a irse, teníamos una seña para que yo empezara a desmontar el puesto y a recoger el pájaro y los demás enseres.
Cuando no había clase, también me llevaba algunos días, entonces siempre me esperaba en la puerta de su casa y marchábamos, como siempre, a “Los Llanos”.
Otra cosa que me enseñó, y muy bien, fue cómo tapar la jaula una vez colocada en el puesto, era lo principal.
Antiguamente no era como ahora, entonces un muchacho se encerraba en un puesto para practicar esa modalidad de caza con una escopeta y el maestro era quien propiciaba esas escenas. Lo hacía porque entonces no se estilaba decirle a las personas palabras cariñosas de aprecio, las sustituían por gestos de este estilo. Yo entonces no lo sabía interpretar pero con el paso de los años sí se ven esos gestos con más claridad.

Bueno, ahora vais a saber cómo me retiré de esta droga. Fue de forma muy sencilla. Ya volvíamos de echar la jornada cuquillera, caminábamos por el camino de “Carchinilla”, por el que siempre nos veníamos de regreso. Nos encontramos a la pareja de la Guardia Civil y yo lo pasé fatal, me asusté.  Menos mal que luego todo quedó en nada porque lo único que me dijeron fue:
- ¡No vuelvas a salir más!
Como no tenía permiso de armas ni más documentación, por la edad, pues comprendí que había que dejar esa actividad y ya no volví a su práctica. La pareja de guardias estaba formada por Archilla y Pablo.
Así fue cómo le cortaron los vuelos a este prematuro cazador y por eso dejé de matar pájaros tan bonitos como éste:



Colaboraciones de Antonio Chica Garate

La primera experiencia de cuco la tuve con D. Luís Pérez, mi maestro.
Me mandó, desde la escuela, ir a su casa a por el pájaro de perdiz que llevaríamos y me dijo el que tenía que darme su mujer.
Cuando regresé y lo vio exclamó:
- ¡Ya tenemos la tarde estropeada, éste no es!
Fuimos al paraje conocido como “Llano las monjas”, yo tendría unos 8 años.
Una vez en el lugar nos pusimos en un puesto de piedra. Me dio un caramelo de menta para que no tosiera. Por las mirillas yo observaba y descubrí que venían varios pájaros y, con sumo cuidado, le dije:
-D. Luís, ahí los tenemos. Durante más de una hora el pájaro no cantó y nos volvimos al pueblo con un cabreo monumental. Mientras regresábamos él me dijo:
- ¡Veremos a ver si éste sale más veces!

 

FÉLIX PASTRANA y el CHÁPIRO padre eran expertos cazadores y por eso conocían ciertas triquiñuelas, las que practicaban cuando iban a probar los pájaros que deseaban comprar con los dueños, de esa prueba dependía si lo compraban o no.
Mi tío Antonio Garate “El marqués” me comentó las COSAS que hacían, se las hicieron a él.
Tanto uno como otro funcionaban bien en el plano económico. Cuando no tenían buenos pájaros los compraban y el día de la prueba solían ponerse, con picardía, en el puesto así: El comprador, de un modo discreto, se colocaba junto al vendedor pero algo más retrasado. Con esta estrategia lo que pretendían era que éste no viera la faena que le iba a gastar.
Una de ellas consistía en sacar la mano por lo alto del puesto y la otra era hacer ruido. Con ambas lo que se pretendía era que el pájaro del campo se fuera y así comprobaban a continuación si el pájaro de la jaula respondía bien o mal después de la faena gastada. Esto dio lugar a que tuvieran sus más y sus menos con algunos vendedores. Por estas faenas mi tío no les vendió el pájaro cuando se las descubrió.



Colaboración de Paco Pérez


Mis incursiones en la CAZA

Hoy os traigo el recuerdo de mis dos experiencias infantiles como cazador, ellas marcaron mi futuro en este campo del ocio. La otra es una anécdota de la temática:

1.- Caza con “RECLAMO”

La jaula del macho de perdiz se cubrió con la sayuela, se la colgó mi padre en los hombros con las cuerdas provistas de ganchos la escopeta descargada al hombro y nos dirigimos a casa de Félix Pastrana, un vecino algo mayor que mi padre. Éste tenía una burra y en el serón se colocaban las jaulas y las escopetas. Iniciamos la marcha a lomos del animal, él como jinete principal y yo como paquete, y mi padre a música talón detrás.

Nos encaminamos hacia la “ermita” para adentrarnos en “Los Llanos” y, llegados al lugar, los cazadores se distanciaron suficientemente y montaron el puesto con los ramajes de olivo que los podadores habían dejado. Mi padre le quitó la sayuela a la jaula, se metió en el puesto, dejamos de hablar, el pájaro comenzó a cantar, el campo respondió, esperábamos la llegada inminente del animal del campo y entonces… ¡Booom!  Felix ya había disparado.

Unos minutos después nuestro pájaro se vuelve a arrancar con el cante y un tiempo después… ¡Booom! 

Felix repetía gatillazo y nosotros a escuchar al cantante.

A la hora prevista abandonamos el puesto cabreados y fuimos en busca de Félix, efectivamente, él había matado dos.

Otra tarde volví a repetir la experiencia, el pájaro estuvo muy bien, el campo respondió pero no entró y, como el día anterior, Félix volvió a matar y nosotros no. Yo me desilusioné, no volví a ir nunca más y sólo me quedó el recuerdo de dos tardes de “Cuco”.

2.- Caza del gorro militar

Unos años después, estando en Viator (Almería) haciendo el servicio militar se suscitó una tarde el tema del “Cuco”. Estábamos de teórica con el teniente. Otros compañeros eran cazadores y hablaron como expertos, yo guardé silencio porque no lo era. El teniente me preguntó cuando escuchó a todos:

- Pérez… ¿No has dicho nada?

- Mi teniente, no soy cazador. Mi padre sí lo es y sólo fui con él dos días cuando era un niño.

- ¿No me puedes contar nada de lo que has escuchado de tu padre?

- Eso sí lo puedo hacer, hemos conversado mucho sobre el tema.

Mi relato se ajustó a los pasos técnicos que dimos esos días sobre la preparación del animal, el montaje del puesto, qué hay que hacer cuando entra el pájaro de campo, cuándo se puede disparar y cuándo no, de las consecuencias que se derivan para el pájaro de la jaula al hacerlo mal…

Una tarde se presentó un soldado a mí, yo era cabo primero, para comunicarme que el teniente requería mi presencia en la puerta de la compañía. Salí y me lo encontré dentro de su coche deportivo, un SEAT CUPÉ de color rojo. Tras los saludos de rigor, me ordenó subir. Le recordé que en breves minutos iban a tocar “Llamada a Generala”, el me volvió a repetir la orden y yo obedecí.

Arrancó y en ruta me informó de que lo que yo le había contado el día anterior le merecía más crédito que la fantasía de los otros colegas cazadores. Me buscaba para que le hiciera un puesto de piedra en medio del pedregal desértico que rodeaba al campamento militar. Acabado el montaje se introdujo en el puesto, colocó la escopeta en la aspillera, la cargó y me ordenó colocar mi gorro de barquito a una distancia reglamentaria del puesto. Le rogué que no le disparara porque tenía que entregarlo al licenciarme, no me escuchó y, cuando me alejé de él… ¡Booom! Así me agradeció los servicios prestados y yo no pude darle un mamporro por habérmelo agujereado.

 


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