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viernes, 5 de octubre de 2012

LA CAZA 1


Colaboración de Paco Pérez

  
La CAZA en nuestro entorno

En Villargordo (Jaén), como en todos los pueblos de España, la caza tiene una HISTORIA muy peculiar. El contenido de ésta es variado, está editado en un libro sin páginas materiales ni virtuales… ¿Eso es posible? Sí es posible. Lo es porque está guardado con gran cariño en el recuerdo de sus habitantes y hay que procurar aflorarlo para que no se olvide.
Será difícil que encontremos en el pueblo una familia que no tenga o que no haya tenido un cazador entre sus miembros. De haberlo tenido nos permitiría afirmar que sería también imposible que no hubieran escuchado, sentados alrededor del fuego o de la mesa camilla, los hechos vividos por el padre, el esposo, los hermanos o los vecinos.
Así fue como, siendo un niño, me contó mi padre algunas de las historietas que su práctica le iba generando cada día que salía al campo, él era cazador de “Cuco”. En casa siempre hubo pájaros de perdiz, unos OCHO, crecimos a la vez e hice buenas amistades con ellos, éstas las forjamos a diario. Mientras yo desayunaba en la mesa de la cocina los pájaros me miraban y me dedicaban sus características pitas, yo así lo interpretaba…
¡Qué papel tan importante jugó la cocina en la forja de estas relaciones!
Sus jaulas estaban colocadas encima de unos jauleros de madera, pintados de  verde y alineados en perfecta armonía de altura sobre el suelo y de distancia entre ellos.
¿Sabéis por qué interpreto el mensaje de sus pitas así?
Porque en invierno les traía los tallos tiernos de las plantas de amapola y los tallos de hierba bebés, sus dos manjares preferidos.
Mi padre era muy meticuloso cuando ponía en marcha en marcha el rito de comer y, cosa lógica, con sus pájaros tampoco cambiaba el paso. Tomaba los tallos y se los cortaba en trozos pequeños, eliminando las parte más duras. Estas acciones las ejecutaba así porque creía que los pájaros eran para comer igual de cargantes que él. Con el trigo y el alpiste ocurría igual, espulgaba los granos hasta que no quedaban partidos o piedrecillas. La limpieza de jaulas y jauleros entraba también en ese ritual diario.
Cuando lo necesitaban, les quitaba la pepita de la lengua y les recortaba el pico, ambas operaciones eran necesarias para facilitarles el acto de comer. A veces tenía que hacer de doctor pajarero y lo hacía con los restos que quedaban de antibiótico en los botes de penicilina inyectables que su compañero D. Francisco Bautista ponía a los enfermos. Éste se los guardaba y así les curaba la enfermedad detectada.
En el corral teníamos un jaulón de madera muy grande y se dedicaba a la labor de arenero, ya sabemos la importancia que tiene para los animales el tomar tierra. Es una forma de desparasitarse.
Así era mi padre con sus pájaros de perdiz, demasiado meticuloso…
¡Un modelo a imitar!
Esta sana costumbre de convivir a diario con los pájaros y el escuchar de mi padre sus vivencias propició que se despertara en mí el deseo de acompañarlo en sus salidas. Otros amigos recibieron parecidas experiencias, se aficionaron y, de mayores, pasaron a la práctica.
Un aspecto favorecedor de estas vivencias fue el que entonces no había televisión para distraerse en casa, tampoco había un vehículo para salir de excursión al entorno y en el colegio tampoco se hacían excursiones a otros pueblos, ciudades o puntos de playa. Por eso me encantó que mi padre me anunciara que al día siguiente iríamos de “Cuco”.
Un elemento imprescindible de aquel día maravilloso era el animal que nos acompañaría, normalmente un burro o un mulo.
Como es lógico las modalidades de caza practicadas en nuestro pueblo estuvieron y están sujetas a las especies que habitaban en el entorno y éstas a las características del terreno. Nosotros, al estar ubicados en el “Valle del Guadalquivir”, tenemos unas tierras eminentemente llanas y vivimos rodeados de olivares y tierras de cereales. Estas características nos generaron un modelo de flora y, consiguientemente, una determinada clase de fauna. Partiendo de aquí hay que razonar y comprender que nada ocurre por casualidad y que por esas características se nos propiciaron unas cadenas alimentarias que permitieron, a su vez, desarrollar las especies animales de nuestros campos: perdiz, conejo, liebre, gorrión, tórtola, paloma, zorzal, jilguero o colorín…
Como es lógico de ahí se derivaron los estilos de caza que se practicaron en nuestro entorno durante mucho tiempo.
Hace unos años se popularizó un nuevo modelo de agricultura, se practicó para mejorar la productividad de nuestros cultivos y porque disminuía los costes de producción, el “cultivo sin labor”. Este modelo llevaba aparejada la práctica de no arar y se sustituía por el uso abusivo de productos químicos, éstos han causado un daño irreparable al MEDIO AMBIENTE local. La flora del lugar se vio deteriorada porque se eliminaron algunas especies vegetales en pocos años y, como consecuencia de esa agresión irracional a la naturaleza, los animales que se alimentaban de esas plantas y de los insectos que se generaban en esas cubiertas vegetales fueron desapareciendo de nuestro entorno y, consiguientemente, la CAZA se vio afectada porque los animales dejaban de poder tomar sus alimentos habituales, plantas e insectos. La desaparición de los “paerones” medianeros y de sus matorrales también afectó al número de animales porque los nidos quedaban al descubierto y los depredadores se convirtieron en otro elemento adverso, principalmente el hombre.
Otro aspecto que también ayudó al deterioro fue el envenenamiento que las curas ocasionaron en las plantas y su ingesta posterior por ellos ocasionó la muerte a muchos de ellos. También hay que hacer notar la proliferación masiva de los cazadores, todo el mundo tiene escopeta y ello ha ocasionado que la perdiz autóctona de nuestros campos sea insuficiente para cubrir las necesidades de la caza. Para arreglar ese deterioro se compran perdices de granja. No obstante hay que resaltar la buena labor que realiza el COTO de caza local, de no existir éste el deterioro de nuestra fauna hubiera sido aún mayor.

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